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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La conferencia la OPEP en Caracas

LA CONFERENCIA de la opep, que se está celebrando en caracas, había sido precedida por una serie de acciones de gran envergadura, cuya intención era preparar condiciones de mayor estabilidad y equilibrio en el mercado de crudos para 1980. El 10 de diciembre, los ministros de Energía de los principales países industrializados se comprometieron en París a establecer un límite de importaciones de petróleo para el próximo año, distribuido, además, individualmente por países. asimismo establecieron un sistema de información trimestral para mantener bajo constante observación el buen éxito de los compromisos adoptados.Tres días más tarde, los países productores más moderados, encabezados por Arabia Saudí y Venezuela, acordaban subir sus precios hasta 23,50 dólares el barril; es decir, precisamente el límite máximo establecido en la última reunión de la OPEP, celebrada el pasado mes de junio. El gesto protagonizado por los saudíes en vísperas de la conferencia de Caracas pretendía apoyar una unificación de precios y cubrirse de quienes les critican por haber permitido a las compañías petrolíferas obtener exorbitantes beneficios al adquirir los crudos saudíes a dieciocho dólares el barril y venderlos a precios mucho más elevados en el mercado internacional.

La estrategia estabilizadora frente a los más radicales se completaba con el anuncio de Arabia Saudí de mantener su producción diaria de 9,5 millones de barriles, o, incluso, de aumentarla hasta once o doce millones. Por otro lado, la menor demanda de los países consumidores, provocada por un menor crecimiento económico, contribuiría a mantener equilibrado el mercado del petróleo sin que se produjesen los sobresaltos del año que finaliza. Además, la política de almacenamiento de crudo ha llegado a un límite, de tal modo que no es previsible que ocurran subidas espectaculares de precios en el mercado al contado. Por el contrario, el mercado apunta a la baja y, por ejemplo, los buenos éxitos cosechados últimamente por Alemania y Suiza en sus índices de precios se deben, precisamente, al abaratainiento de los crudos en el mercado spot.

Naturalmente, los «doctrinarios de la guerra santa», que, como acaba de decir el ministro venezolano de Energía, Humberto Calderón, creen tener el mundo en sus manos, serán unos interlocutores difíciles de convencer a la hora de discutir y llegar a un acuerdo sobre un precio único de referencia, en torno a los veinticuatro o veinticinco dólares, que defienden los países productores más moderados. La coartada técnica de los radicales estriba en fijar unos premios por diferencias de calidad. La trampa se esconde en que las diferencias de precios pueden no reflejar correctamente las distintas calidades. De este modo se volvería a plantear una estrategia de amenazas de reducciones y cortes de suministros para obtener precios más elevados sin justificación suficiente en la mejor calidad. La verdad es que, aparte de la satisfacción moral que pueda producir el sufrimiento del consumidor, los beneficios que obtendrían los más recalcitrantes vendedores se reducirán a unos pocos dólares al año, mientras que los perjuicios en términos de alteración de planes de producción, incluido el futuro y el presente de los países pobres, serían, sin duda, infinitamente más grandes y dolorosos.

En estas disputas, lo que los países consumidores no pueden permitirse es reaccionar estúpidamente sin medir cuidadosamente los efectos de su comportamiento, sobre todo aquellos que, como España, tienen una dependencia energética respecto del petróleo que los hace muy vulnerables. Obsérvese que a los nuevos precios previstos para el petróleo, en torno a los veinticinco-veintiséis dólares barril, las importaciones españolas costarían, el año 1980, unos 10.000 u 11.000 millones de dólares, cuando el gran bebedor de petróleo, Estados Unidos, pagará, en el mismo año, una factura de 70.000 millones de dólares.

El precio del petróleo se ha constituido en un enorme problema que, sin embargo, lleva de algún modo implícita su propia solución, como a trancas y barrancas han ido consiguiendo muchos países. Si el precio del petróleo sube, no hay más remedio que permitir su repercusión para desanimar el consumo de una mercancía escasa, sin buscar mecanismos de huida reparadores. Si los empresarios repercuten impunemente los precios y los trabajadores obtienen aumentos de salarios limpios de las salpicaduras del petróleo, estaremos corriendo siempre hacia atrás. hacia el paro y la recesión.

En estos casos los remedios son duros: aumentar el grado de competencia del sistema inyectando mayor libertad en el mercado de productos terminados, y también en los mercados de factores, es decir, en el mercado de trabajo y en el mercado de capital. Por supuesto que estos remedios son difíciles de aceptar por una sociedad que no está dispuesta a digerirlos de golpe. Sin prisa, pero sin pausa, no hay más remedio que ir en esta dirección. En este sentido, la desaparición de las subvenciones al fuel-oil y una política de importación y producción de carbón razonables serían ya elementos activos para ahorrar petróleo y conseguir, sin embargo, un aumento del producto nacional. La reciente medida que acaba de adoptar el ayuntamiento de madrid, prohibiendo aparcar en la zona centro, constituye, a un nivel municipal, la mejor y más inteligente respuesta a la posible nueva subida del petróleo, convirtiendo en una solución lo que se plantea machaconamente como un terrible problema.

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