Guinea, dos siglos después
Dos SIGLOS después de que Portugal cediera a la Corona española las islas de Annobón y Santa Isabel y el territorio continental de Río Muni, el Rey de España inicia su viaje a Guinea Ecuatorial, país soberano desde el 12 de octubre de 1968.Desde la fecha de su independencia hasta el golpe de Estado dado por Teodoro Obiang Ngueni a para derrocar a Francisco Macías a comienzos de agosto pasado, Guinea Ecuatorial ha padecido los crímenes y las violaciones de los derechos humanos de una sangrienta dictadura. Y también las destructoras consecuencias que para la economía implican las extravagancias y los delirios de un autócrata. Durante el régimen de Macías, miles de guineanos huyeron de su país para evitar la muerte, las torturas y las cárceles. Y, a lo largo de ese período, la producción de cacao pasó de 40.000 toneladas a 6.000 toneladas, la cosecha de café bajó en casi un 90%, las exportaciones de madera descendieron de 200.000 toneladas a menos de 20.000 toneladas, las exportaciones de plátanos y otros productos tropicales simplemente desaparecieron y las pocas industrias de bienes de consumo existentes -hielo, jabones, madera y alimentación- fueron desmanteladas. La mínima infraestructura dejada por la colonización española ha sufrido en estos once años todo género de destrucciones. De los hospitales y de los institutos apenas quedan más que las paredes, las carreteras y los puertos están abandonados y la producción eléctrica no puede garantizar ni siquiera el alumbrado de pueblos y ciudades. El deterioro ha llegado hasta la propia organización del embrionario Estado y la desidia compite con la corrupción en bastantes centros de decisión administrativa.
No se trata, sin embargo, de un país abandonado de la mano de Dios. La antigua isla de Santa Isabel, hoy Biokó, donde se asienta la capital, Malabo, posee un rico suelo volcánico donde se produce cacao de alta calidad. El cultivo del café, por encima de los quinientos metros, y los recursos forestales y los pastos, en las alturas que rebasan la cota de los mil metros, completan el mosaico de recursos naturales de la isla. Aunque menos fértil, el territorio continental posee también importantes riquezas madereras y es adecuado para diversos cultivos tropicales.
La grave responsabilidad directa de Francisco Macías en el terror político sobre la población y en la ruina económica del país es tan evidente que a veces sirve para ocultar o disfrazar las serias responsabilidades indirectas de la colonización española, que utilizó el territorio fundamentalmente para beneficio de las empresas allí instaladas y que no creó las condiciones educativas, sociales e institucionales que hubieran podido ahorrar a la Guinea independiente los horrores de la tiranía. La técnica de «descolonización-abandono» practicada en 1968 por el régimen de Franco, trovador de imperios imaginarios, no hizo sino agravar las dificultades del tránsito.
El Gobierno de Teodoro Obiang Nguema, antiguo hombre de confianza de Francisco Macías, se ha iniciado con esperanzadoras palabras. «La dictadura», dijo el nuevo presidente, el pasado 12 de octubre, «será sustituida por un régimen de libertades, la intervención económica por la libre iniciativa y la política exterior estará basada en una estrecha cooperación con España.» El viaje de don Juan Carlos, cuyo papel en la política exterior española está por encima de las meras funciones diplomáticas y protocolarias, obedece a esos deseos vehementemente expresados por las nuevas autoridades guineanas. Por ese motivo, el Rey ha sobrepuesto la razón superior de la deuda moral de España con su antigua colonia y el deber histórico de contribuir a la consolidación de su nuevo régimen de libertades para hacer este viaje obligado y necesario.
España está obligada a ayudar a la reconstrucción material de Guinea Ecuatorial y al fortalecimiento de sus instituciones. La ayuda económica -por ahora, veintitrés millones de dólares- sólo puede ser un paso para la recuperación y puesta en explotación de sus recursos naturales. La devolución de propiedades indebidamente expropiadas a ciudadanos españoles ha levantado la barrera que hubiera podido dificultar un cierto nivel de integración y colaboración entre la comunidad guineana y la española. Casi todo está por hacer. Falta mano de obra para las plantaciones de cacao. La presencia de una base pesquera soviética desproporcionada para el país abre ciertas dudas sobre sus funciones y acerca de su futuro. Siguen vivos los recelos de los empresarios e inversionistas ante la ausencia de un medio institucional adecuado y las deficiencias de la infraestructura. Las aportaciones financieras y crediticias del Estado español y la cooperación técnica y educativa, a través de cooperantes y de asesores, puede ayudar decisivamente a esa recuperación, que para España no es sólo un deber histórico hacia el único país africano donde se habla el castellano, sino, también, la forma más segura de contar con un aliado en el complicado tablero de la política de ese continente. Guinea puede ser además un mercado para nuestros productos, una base para los pesqueros españoles que operan en las costas africanas e incluso una fuente de suministros de crudos en el supuesto, no imposible, de que se descubra petróleo en ese territorio.
Pero ahora se trata de dar, no de recibir. En ese sentido, lo peor que pudiera ocurrir es que el viaje del Rey no fuera sólo un singular apoyo político al nuevo régimen y la forma simbólica de anunciar una generosa y masiva ayuda, sino también un pretexto para reanudar las abusivas, lamentables y vergonzosas prácticas del pasado, cuando Guinea Ecuatorial no era un país independiente, sino una olvidada colonia española.
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