_
_
_
_

Reaparición de La Chana

La Chana tiene algo de piedra sagrada. Cuando baila le tiemblan las mejillas y le tiemblan los labios. Reaparece en Madrid, en Xenón-Disco, tras tres años de ausencia. Por tres únicas noches. Es una bailaora extraña: siempre al borde de echarlo a perder todo para, al final, ganarlo con más luz. Despega ahora sus brazos del vestido grisáceo, retrocede taconenando, levanta levemente el vestido. contagia su temblor a los flecos rebeldes de un pañuelo rosado y ajusticia el furor de los remates con delicada limpidez. Ya ha creado el hechizo. Con asombrosa economía de medios y sin cantar victoria. ¡Sobria ebriedad del genio! Dispuesta, pese a todo, a perderse o perdernos en un fragmento de acechante error. Pero no hay tal error. Hay un tacto de piedra sagrada.Se desliza La Chana por el escenario al ritmo de un galope íntimo. Y frecuenta los ángulos, los límites, los precipicios. De opacidad y peso extrae transparencia y señas frágiles. Pasa de ser la sombra de la muerte -blanco traje de cola, pañuelo negro-, toda solemne y trágica, a ser bautismo y vendaval sonoros. Mientras tanto se ha dado en muecas mil justísimas-, le dio la espalda al público con gracia, brazos en cruz, caricias a pardales y escorpiones, y ese asomarse funeral a un pozo imaginario o más real que el mismo fuego. Tiene los ojos tristes y llorosos. Y mira de perfil. O con la boca. Una boca que empieza ya a borrarse, para ser arco iris, cuando La Chana se convierte ahora, entre bravos y aplausos, en rejigata álfica soplada por un viento sigiloso de pureza y pasión.

Puede también ser pícara, limitar lo patético con un zapateado de hermoso espantapájaros que se dirige al público como el torero al toro: «¡Eeeh!» En cada movimiento resucita. Jadea, escarba y nos conmueve como una Dolorosa pagana entre claros acordes de guitarra.

Sus compañeros son perfectos. La Chana no lo ignora, pese a su rotación incesante. Ella y ellos reciben ovaciones que duran hasta cinco minutos: «No sé expresar lo que siento en estos momentos. Me falta vocabulario. Sólo sé que he recibido estos aplausos con mucho amor. En nombre de mis compañeros y en el mío propio, les doy las gracias.» Y, generosa, sigue. Improvisando al lado de Juan Cantero, echando chispas por su pétrea angustia, lanzando besos con sus tristes ojos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_