En junio de 1968 pudo estallar la tercera guerra mundial
En el caso noruego fue todavía peor: no se trataba de ninguna equivocación, sino de la presencia, inexplicable, de un ejército soviético en posición de combate, lo que hizo temer un ataque.Ese día, como es habitual en tales épocas de la temporada turística, llegaron muchos viajeros al cabo Norte, con objeto de presenciar el espectáculo del sol de medianoche. En la región de Pasvik, en la que se encuentra la delimitación fronteriza, aquel día sin noche amaneció con una espesa niebla.
Los soldados noruegos estaban prácticamente pegados a los aparatos de vigilancia, en un vano intento de escudriñar lo que pasaba al otro lado de la interminable verja de hierro nórdica que separa ambos países.
Del lado soviético procedían enormes ruidos, que casi hacían creer en la aproximación de una enorme fuerza de carros blindados.
Desde primeras horas, el comandante de la guarnición noruega había estado pasando urgentes mensajes a todos los puestos fronterizos de observación, ordenando que estuvieran en estado de alerta: «Es posible que pueda ocurrir algo.»
Los altos responsables de la OTAN también recibían estos informes noruegos.
Al mediodía, la niebla aclaró, y los centinelas apostados en sus puestos de observación pudieron constatar, uno tras otro, que, casi pegado a la línea fronteriza, se hallaba apostado un verdadero ejército soviético en posición de combate, con los cañones de sus tanques dirigidos hacia territorio noruego.
Junto a los carros de combate había fuerzas de infantería, con sus cascos de hierro y armas automáticas, dispuestas también en formación de combate.
El alto mando militar noruego a la vista de los mensajes que llegaban del norte, había ratificado inmediatamente las órdenes cursadas por el mando local de Pasvik: «Estado de alarma.»
Las relativamente escasas fuerzas noruegas; estaban emplazadas desde primeras horas en puntos estratégicos, con sus lanzagranadas preparados, para defenderse de un eventual ataque; las cajas de granadas de mano fueron distribuidas a la infantería al mismo tiempo que desde la retaguardia llegaban los primeros ruidos anunciadores de la aproximación de los blindados noruegos.
Los puentes, las carreteras, los nudos de comunicación y demás puntos estratégicos del norte de Noruega, en el transcurso de una operación relámpago, fueron preparados para ser dinamitados con la caída de la primera granada soviética sobre territorio noruego.
Pero el ataque de la URSS no llegó.
Para ese mismo día estaba concertada, de antemano, una de las diez o doce entrevistas anuales entre los comisarios de zona noruego y soviético. Ambos, a la hora prevista, pasaron la verja y se encontraron en tierra de nadie.
El noruego, de entrada, expresó una dura protesta verbal a su colega soviético por la violación del «espíritu de paz» existente de hecho en aquella zona, y según el cual ambas partes se abstienen de todo tipo de provocación.
El soviético pidió una corta pausa, después de la cual retornó a la tierra de nadie.
Al mismo tiempo, y sin explicación alguna, los tanques soviéticos se ponían en marcha y sus cañones, en espectacular giro de 180 grados, apuntaron hacia su propio territorio.
Entonces comenzaron a llegar al alto mando noruego los mensajes más tranquilizadores: «Situación normalizada a lo largo de la frontera.»
Los altos responsables de la OTAN, por su lado, recibían los mismos mensajes procedentes de la región de Pasvik, y con estos datos finales se cerró el dossier de los incomprensibles acontecimientos.
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