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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Felicidad Blanc

Felicidad Blanc, en una garita del Ministerio de Cultura, a la puerta, en la portería, la portera de la fábrica de la cultura, título de folletín/ folletón, porque estamos viviendo una España de Eugenio Sue o de Fernández y González, caballeros de capa y espada, espadachines de Lope en la derecha, que hablan en los mítines «como sacando una espada», Felicidad Blanc, portera de la cultura, madame la portera, y ¿cómo puede funcionar un Ministerio de Cultura, qué cultura del misterio/ ministerio puede darnos un país, señor Clavero Arévalo, que tiene de portera a una de las madrileñas más gentiles de alma, hondas de corazón, ricas de voz y de historia?Felicidad Blanc. Me lo habían dicho, pero no lo había visto ni pensado. Hacía mucho que no iba yo a ese Ministerio. He ido ayer por la mañana y ella ha salido de su garita de portera/castañera, qué grandes lujos de país pobre, los nuestros, un poeta como Bécquer, nuestro Heine, de gacetillero, Ramón de solapista de libros (varios Ramones, querido Alonso Calvo), y Felicidad Blanc, uno de los más finos seres de nuestro paisaje femenino, virada de niña ,de Serrano a viuda de la guerra literaria, presente en las últimas apoteosis feministas, Felicidad (cuya mano de duquesa/portera besé con emoción) de recepcionista (siempre el eufemismo) a la puerta de un Ministerio. Sólo te falta, Felicidad, que te den tabaco a vender.

¿Tienes Ducados? ¿Tienes Fortuna? Ni fortuna familiar ni ducado en Astorga, pero tu alma ducal e infortunada ha llegado hasta lo más hondo del desencanto sin perder la sonrisa irónica, borrada por el humo del cigarro. Esto era el desencanto, Felicidad, y no una fábula no-ficción bellamente filmada por Chávarri. El desencanto del celuloide rancio de la vida no tiene mucho que ver -ay- con el literario encanto del celuloide. En el almuerzo, en Lhardy, se lo dije a Luis Rosales:

-Acabo de ver a Felicidad en el Ministerio.

Germinales sesenta. Un día fui a ver a Leopoldo Panero en su despacho. Tu piel tiene costumbre de paloma. La voz de bosque y las manos hinchadas. Yo he sido transparente viajando en bicicleta. Poeta muy leído en el fondo de la provincia. A poco, la muerte le hacía transparente de modo definitivo.

Juan Luis en Oliver, noches de Paco Nieva, con su primer libro. Leopoldo María, entrevisto, entreleído, entreperdido, entremitificado. «A veces viene a casa, muy tarde, perdido, y le doy una copa», me decía una vez Nieva. Michi, que se ha definido a sí mismo demasiado pronto y demasiado lúcidamente como para no ser víctima de su definición:

-Yo soy la pequeña de las hermanas Brontë.

Me regala primeras ediciones de Ramón. Una familia en libro y celuloide. Por la noche, en el estreno de Borau, vuelvo a encontrar a la portera de la fábrica cultural:

-Saco otro libro, el último, con Gomila y Dimitri. Lo mío es la radio, pero nadie ha querido darme nada en eso.

No, amor, a la radio le basta con la señora Francis. Tú eres, Felicidad, la anti-señora Francis, la voz histórica de una mujer que se ha hilvanado delgadamente en toda la vida literaria del siglo, duquesa de la República sin República, que está donde están las duquesas republicanas cuando no hay tal: en la portería. Tú eres demasié en la radio porque debelaste la verdad del matrimonio gótico/cariónico y has seguido a tus hijos, con tu paso de ave, hasta el dobladillo mismo del horror.

La Sabina, de Borau. El eterno mito romántico/ misógino de la hembra primera y devorante. Tú, Felicidad, eres la anti-Sabina, la mujer devorada por los hombres -Leopoldo y los hijos- y por el recuerdo de los hombres: Cernuda. Lo más lírico, lo más irónico, lo más angélico, lo más diabólico de esta inexpresable democracia, es que tengamos a Felicidad Blanc, viuda de Panero, de portera de la cultura que no hay, cerillera de las cerillas que no alumbran, señora de los lavabos donde el Régimen apenas se lava la cara, aunque a veces se lava las manos. ¿Tienes tabaco, tienes ducados, Felicidad, Duquesa?

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