El gran organizador de derrotas
LADISLAO KUBALA ha conmemorado su décimo aniversario como seleccionador del equipo nacional de fútbol con dos derrotas en campo propio: ante la selección yugoslava, en Valencia, en un partido que puntúa para la clasificación de la fase final del Campeonato de Europa, y ante el modesto combinado de Dinamarca, en Cádiz, en un encuentro de carácter bastante amistoso, pero no tanto como para considerarlo un partido de barrio. A lo largo de esta década, Kubala, que fue primero un fabuloso jugador de fútbol, y que luego no cosechó más que desastres como entrenador de clubes, ha conseguido abundantes victorias en encuentros no decisivos, pero ha presidido la eliminación de la selección española en la fase preliminar de dos campeonatos de Europa y de un campeonato mundial, y en la primera ronda del Mundial de Argentina. Sin duda, los trotskistas aficionados al fútbol podrían denominarle, con toda justicia, «el gran organizador de derrotas».No se trata, por supuesto, de cargar sobre Ladislao Kubala todas las responsabilidades de unos resultados que no hacen sino translucir, en parte, la miseria del deporte en nuestro país, fruto de los devastadores efectos de su transformación en puro espectáculo cuando del fútbol se trata, de la pobreza de las instalaciones para practicarlo y de la indiferencia del aparato estatal para todo aquello que no sea apuntarse los esporádicos éxitos conseguidos por el esfuerzo individual en algunas disciplinas. Los triunfos de los clubes de fútbol en los torneos europeos -y especialmente aquel legendario Madrid de la década de los sesenta- sólo pudieron engañar a quienes, de antemano, estaban deseosos de serlo. Porque aquella «edad de oro» está indisociablemente asociada a las grandes figuras latinoamericanas o centroeuropeas (que, nacionalizadas, también defendieron en ocasiones los colores de la selección española) atraídas por las millonarias ofertas de los clubes en una época en que los españoles no podían reunirse en espacios públicos más que para aclamar al Caudillo, los goles de sus ídolos o las estocadas de Rafael Ortega. Ante la práctica inexistencia del deporte español en casi todas las disciplinas olímpicas, la medianía de nuestro fútbol no puede sorprender; y sólo una reconstrucción mítica del pasado puede transformar en decadencia lo que no es, en realidad, más que un tono sostenido de simple e inveterada mediocridad.
Por lo demás, tampoco hay que tocar a duelo por semejante panorama. Sólo los regímenes autoritarios -Y, en este aspecto, los países llamados socialistas seguramente se llevan la palma- ponen su honor en juego y sus recursos económicos en danza para cosechar medallas de todos los metales en los juegos olímpicos; y Argentina es un notable país, pese a la dictadura de Videla y con independencia de las victorias internacionales de su equipo nacional de fútbol. Aunque la cultura física está en España poco y mal protegida muchísimo más graves son las deficiencias de nuestro país en la cultura a secas. Y, decididamente, es preferible que una comunidad sitúe su orgullo en los logros culturales, en la mejoría de sus condiciones materiales de existencia y en el grado de tolerancia y libertad de su vida ciudadana que en las hazañas de once profesionales millonariamente pagados al enfrentarse con sus colegas, igualmente bien remunerados, de otras latitudes.
Y, sin embargo, la relativización de la «afrenta» que significan las derrotas del equipo español de fútbol ante Yugoslavia y Dinamarca no afecta a la situación casi escandalosa que supone la perpetuación en su cargo como seleccionador nacional, con un elevado sueldo, que pagan con sus impuestos todos los ciudadanos, de un técnico que ha mostrado su incompetencia para desempeñarlo. Se diría que Kubala es sólo responsable ante Dios y ante la Historia; y que el señor Porta, un admirable superviviente de todos los naufragios y todos los cambios, climáticos, geográficos y políticos, respeta contra viento y marea el contrato de su pupilo como prueba de que la permanencia en un puesto no guarda relación alguna con la eficacia indispensable para ocuparlo y como detente que garantiza su vitalicio derecho a proseguir al frente de la Federación Española de Fútbol. Tal vez el señor Porta trate de arrojar lastre, ahora, dimitiendo a Kubala; pero la verdad es que los estragos de la solitaria sólo cesan cuando es expulsada también su cabeza.
El ministro de Cultura, que interfirió la designación de las sedes para el Mundial de 1982 y se jactó públicamente de haber logrado ese costoso honor para Málaga, ha vuelto a hacer su imperiosa aparición en el complicado universo del fútbol para forzar la retransmisión por tele visión del Spórting-Madrid el domingo día 24, pese al acuerdo en contra adoptado -con o sin razón- por la Asamblea Nacional de Fútbol. Algunos poderes tendrá el señor Clavero cuando los ejerce, aun fuera de su ámbito natural de competencias, siempre que le place. Unos poderes, sin embargo, que no se dignó utilizar para hacer abortar, sin violar la legislación penal, aquel mamarracho de El Naranjito y que, probablemente, tampoco ejercerá para poner algún orden en ese patio de monipodio que es el fútbol profesional español, donde el presidente de la Federación y su apadrinado seleccionador preparan con cuidado y con desvelo que la actuación del equipo nacional en el Mundial de 1982 abandone las templadas aguas de la discreción para lanzarse al mar abierto del ridículo.
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