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Cabrera Infante: "Mi última novela no se leerá en La Habana"

Ayer presentó su obra "La Habana para un infante difunto"

Guillermo Cabrera Infante presentó él mismo, ayer, su libro La Habana para un infante difunto, que acaba de publicar la Editorial Seix Barral. En un podio-pupitre, en pie, Cabrera Infante habló de su libro durante un largo rato, en medio de un anfiteatro de público. Se decía que el podio fue hecho traer expresamente desde Londres por el escritor, que lo utiliza habitualmente para escribir, de pie, como Hemingway, en su despacho silencioso y aislado, forrado de piel de tigre.

Hay que decir que Guillermo Cabrera Infante desmintió este extremo, incluso el que se refiere a su manera de escribir -«siempre a máquina, sentado, y con una Smith-Corona eléctrica y mítica»- o al empapelado de su estudio londinense. Un papel atigrado.«La Habana no se leerá en La Habana», dijo al final de su discurso, en el que, en medio de sorpresas verbales, se había referido a la nueva libertad española, a los cambios sufridos por nuestro país, a favor, desde su intento de estancia en él, inmediatamente después de su exilio cubano, y en suma, a su biografía, que es de lo que va el libro que hoy presenta Un libro que deja de ser autobiográfico tan pronto como aparece impreso, y que junto a esas bromas y juegos que llenan su lengua cotidiana también, y que sirven de base a su literatura -«El libro cuenta, precisamente, este aprendizaje lingüístico, sin el que ni Guillermo ni Tres Tristes Tigres podrían entenderse», dijo Miriam Gómez, su mujer, a EL PAÍS- deja cruzarse, mucho más allá de la memoria propia, mitos, lecturas, músicas, homenajes. «El lector sabrá encontrar a Eliot y a Buster Keaton, a Debussy y, claro, a Ravel.» «El título del libro», ha dicho Cabrera Infante a EL PAÍS, «es una caja de sorpresas, casi todas musicales y evidentes Además del juego con la Pavana, hay el juego con mi nombre, y respecto a la ciudad, está muy claro.» «La Habana para un infante difunto», diría también, «quisiera ser una guía de La Habana, una manera de hacerse con esa ciudad del recuerdo.» Y «todos los libros son memorias. La literatura es inseparable de la memoria, y si no es la personal, será la memoria histórica. O la memoria del futuro, la más espantosa de todas.»

El libro que Miriam Gómez -y no queda más remedio que referirme a ella, no sólo como a quien van dirigidos numerosos homenajes oblicuos del libro, sino porque actúa como su crítica más dura, y como su lectora más puntillosa- califica como «la prehistoria de Tres Tristes Tigres», cuenta, efectivamente, el momento en que un personaje, en primera persona, hace coincidir su aprendizaje del mundo -del amor, de la lengua, del arte con el de la ciudad a la que llega y con la que se hermanará en seguida. «Los personajes de TTT -dice- ya son la ciudad, ya están en la ciudad. Este es el anterior, el que va a llegar a ser el otro.» Como dice en la propia novela Cabrera Infante, «el juego, el juego de palabras adolescente al que todavía no renuncio».

El erotismo, la música y la ciudad, más diurna que en TTT, confluyen con el cine en esta especial fábrica de recuerdos. «La novela», dice Cabrera Infante, «cuenta una historia que empieza y termina en un cine, las cosas pasan cerca de un cine, hay cine siempre.» Por usar una frase de Silvestre sobre Códac, en Tres Tristes Tigres, la realidad -que, como recuerda Cabrera Infante, «en literatura es siempre realidad»- está vista aquí a la distancia focal de. Y no para fotos -como en Vista del amanecer en el Trópico-, sino para película, porque detrás de esta novela -«Me siento mal vestido entre las solapas de ese género, novela. Prefiero hablar de libro», dice Cabrera Infante- uno siente que hay un excelente guión cinematográfico, y que esta historia que él insiste en no considerar una novela de iniciación podría terminar haciéndose un excelente filme iniciático para cualquier muchacho, tal vez sólo oído dada la vecindad del cinematógrafo y la escalera de la casa de vecindad en que él -ese muchacho- entra en contacto con cualquier ciudad.

La ciudad, ese tema absorbente de toda la literatura cainita. «Siento», dice, «que soy tan urbano. Si hubiera vivido como para haber visto un suceso tan trascendental como la crucifixión, no lo hubiera visto porque estaría en Roma. Es que todos los caminos llevan a la ciudad.»

Babelia

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