_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Después de Estrasburgo: advertencias y reproches a SM el Rey de España

Hace pocos días, los millones de españoles que veíamos/escuchábamos la TV (concretamente el Telediario nocturno) vimos/escuchamos a nuestro Rey clausurando -o inaugurando, no recuerdo bien- un congreso de juristas, o algo así, que se celebraba entonces en Madrid. Personalmente, di un respingo al oír a don Juan Carlos I citar, al final de su parlamento, a don José Ortega y Gasset. Pensé para mí: «¡Dios mío, qué dirán algunas gentes cuando oigan al Rey de España citar a Ortega!»La verdad es que guardé para mí tal reflexión y que no volví a pensar en ello hasta ayer, en que leí los textos íntegros de los discursos del Rey ante el Parlamento Europeo y al recibir el título de doctor honoris causa por la Universidad de Estrasburgo.

Porque en ambos textos el Monarca vuelve a la carga. ¡Pero con qué firmeza, con qué convencimiento, con qué elocuencia!

En las dos ocasiones, el Rey cita a Ortega, porque un hombre de cuarenta años, español, no puede citar a ningún pensador contemporáneo «saltándose» a Ortega. Pero es que el Soberano citó, además, a Unamuno, a Madariaga, a Pedro Laín, a Erasmo, a Juan Luis Vives, a Cervantes ¡y hasta a Rousseau y Voltaire! ¡Demasié, señor, demasié!, que diría nuestro común amigo Francisco Umbral.

¿Pero no habíamos quedado en que Juan Jacobo Rousseau -tal como lo calificara en 1933 un joven y desdichado político español- era «nefasto»? ¿Pero no nos habían enseñado en el colegio que Voltaire era el «impío señor de Ferney»? ¿Pero no es cierto que los nombres de Erasmo y de Vives eran «peligrosísimos»? ¿Pero Vuestra Majestad no cayó en la cuenta el otro día, junto al Rin, de que Kant y Einstein -entre cuyos dos nombres encierra Vuestra Majestad el florecimiento del neohumanismo y el nacimiento de la Declaración de Derechos Humanos- eran igualmente «peligrosos» y «nefastos»?

Pero, señor, ¿no se dio cuenta Vuestra Majestad de que la frase de Cervantes que citó en su discurso universitario («Por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida»), figura tallada en piedra por el escultor español Baltasar Lobo en el monumento a los héroes españoles de la resistencia en un boulevard de Annecy, la ciudad francesa de la Alta Saboya?

Señor, señor, ¿no recapacitó Vuestra Majestad antes de hablar de Madariaga en que su nombre estuvo prohibido en España durante aquellos años de «ortopedia mental» a que aludió Vuestra Majestad al ser investido doctor por la Universidad?

¿No se fijó, señor, en que aquel señoruco que precedió a Vuestra Majestad en lajefatura del Estado, cuando quería insultar a alguien, le llamaba «enciclopedista»?

Francamente, señor, no sé dónde vamos a parar con tanta invocación a la libertad del hombre, al humanismo, al respeto mutuo, etcétera.

¡Y luego ese respeto por la cultura y por la universidad! No sé, no sé... Pero a este paso España va a convertirse en un nido de «intelectualoides» (que así se decía antes), y ya sabe Vuestra Majestad lo «peligrosísima» que es esa gente...

¿A que va a resultar que el Rey de España es el campeón denodado y decidido de los derechos humanos, de la libertad, de la convivencia y del respeto ajeno?

(Como diría mi compañero Eugenio Suárez, para eso «no hemos muerto un millón de españoles»).

¿A que también va a resultar cierta la frase de Unamuno cuando dijo en Salamanca, en el otoño del 36, aquello de «venceréis, pero no convenceréis»?

¿Sabe lo que le digo, señor (y sea dicho con todos los respetos), que en este país hay aún muchísimos dogmáticos, muchísimos cazadores de brujas, muchísimos enemigos de la libertad de esos que Vuestra Majestad denunció en Estrasburgo.

Y que (para desdicha de quienes aún creemos en ciertas magrtitudes humanas, como nos enseñó el Cristo de verdad y no el que: se inventaron los nacional-católicos españoles) este país está lleno de simultáneos enemigos del aborto y de partidarios de la pena de muerte.

Señor, señor, Rey mío: ¿Sabe Vuestra Majestad que en este pueblo para muchos es pecado que una mujer enseñe su rodilla desnuda y no es pecado matar a un «rojo» a golpes de «bate» de béisbol?

Pues ya lo sabe. Y quien avisa no es traidor.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_