El pobrecito hablador
Aquí, nuevamente, en un otoño rojo que se ha quedado sepia, El pobrecito hablador, su revista satírica de costumbres, por el bachiller don Juan Pérez de Munguía, ahora que la sátira se hace canalla en los cafés de madrugada y los bachilleres se hacen conductores de autobús por el paro que hay.Una editorial, Espasa-Calpe edita en facsímil al romántico: cuando la Luna ha cerrado como una tienda de antigüedades que ya no tiene nada que venderle a la Humanidad snob. La editorial celebra alguna efemérides y saca todos los números de aquella revista de 1832, cuyo primer artículo, ¿Quién es el público y dónde se encuentra?, nos llevaría hoy a preguntarnos quién es ese cuarenta por ciento de abstencionistas que los técnicoexpertos auspician para los futuros idus de marzo, que a lo mejor caen en juliembre. O sea nunca, si hay noble bruto de por medio.
Dios y Larra no lo quieran. Larra llamó a éste Artículo robado quizá porque lo robó a la mano negra de la censura blanca de su época. Hoy tenemos una censura negra de guante blanco. ¿Dónde? Y yo qué sé. Que le pregunten a la Guardia Civil, como ha dicho Francis Franco cuando le han acusado, el otro día, de matar ciervos furtivos, ciervas concebidas, silvos vulnerados, con telerrifie a nombre de mamá Carmen.
Y a la Benemérita le han preguntado y la Benemérita ha dicho beneméritamente que el nieto es culpable y el ciervo es muerto. La revista de Larra se hizo en Madrid, en la imprenta de Repull's, en agosto de aquel 32 que un siglo más tarde sabía ya quién era el público y dónde se encontraba: la milicianada y el pueblo en la defensa, ay Carmela, de Madrid.
Los periódicos de Larra que tengo delante llevan ya el sello actual de la Hemeroteca Municipal de Madrid, y este tampón funcionarial es enseñanza y humildad de ingenios, bachilleres, escritores y soberbios. Por muy tiesas que se las haya tenido usted con la Administración y el despotismo, señor crítico, señor moralista, señor testimonio, a la final, la Administración le pone un sello, un número de orden y le archiva como un expediente de desahucio. La Administración es el Gulag universal de la inteligencia crítica. Y de la otra.
Por eso estamos rescatando del silencio hemeroteco a El pobrecito hablador, que se expresa así en aquel entonces: «No tratamos de redactar un periódico porque no nos creemos ni con facultad ni con ciencia para tan vasta empresa, porque no gustamos de aceptar sujeciones y mucho menos de imponérnoslas nosotros mismos.» O sea la autocensura, mucho peor que la censura para quien no la ha sustituido, como Larra, por la elipsis, la sutileza de estilo, la audacia o el doble juego. El Estado siempre tendrá secretos de Estado (ya todo él es un puro secreto, en el mundo), y el escritor siempre tendrá secretos del oficio para burlar al Estado. El secreto último, don Mariano José, es el trabucazo elegante ante el espejo, porque los espejos son el traje de noche de la muerte.
Como sabemos, aquella aventura periodística de Larra terminó con una Carta panegírica (cuánto neoclasicismo en la titulación de estos románticos) de Andrés Niporesas a Clemente Díaz, dos desconocidos inexistentes, carta de nadie a nadie cuando Larra ha comprendido que escribir en Madrid, peor que llorar, es escribir para nadie. Catorce números, hoy galvanizados por Fermín Vargas, catorce tomas del Palacio de Invierno en menos de un año, catorce tomas de La Bastilla madriles, catorce duelos a espada, pistola y primera sangre, a la hora del alba del liberalismo, con todos los madrileños de padrinos, enchisterados o haciendo calceta, como las comadres de la plaza de la Cebada cuando había garrote vil. Ha sido una guerra civil de uno contra todos. El último tiro de esa guerra alcanzaría al elegante solitario y vencido, cuatro años más tarde, entre una mujer y un espejo: entre dos espejos.
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