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Reportaje:Congresos mariológicos y mariano sobre el culto a la Virgen / y 2

El arzobispo y el alcalde no creen que la Virgen del Pilar se apareciera en Zaragoza

Ni el alcalde socialista Ramón Sainz de Varanda, ni el arzobispo de la diócesis, Ellas Yanes, creen que la Virgen del Pilar se apareciera en Zaragoza. Mientras, en la basílica, el fervor de los fieles sigue empeñado en convertir a la Pilarica en capitana de la tropa aragonesa -«A ver si dejan ya de darle graduaciones militares y le quitan el papel bélico», dirá el alcalde- y bendice cantando, en una tarde cualquiera, la hora en que María Santísima vino en carne mortal a esta ciudad. No consta, por el momento, que nadie vaya a alterar esas letras a María -«que la tierra aragonesa te dignaste visitar»-, por mucho que monseñor Yanes se empeñe en afirmar que «en el tema de la aparición de la Virgen hay estudios históricos rigurosos y ciertos. Una cosa es el respeto a las tradiciones y leyendas populares y otra un análisis crítico del asunto». Pero, monseñor: ¿Decir esto en Zaragoza no podría costarle el cargo? «En absoluto. El concilio recomienda al pueblo cristiano no confundir la intensidad del fervor religioso con un cierto grado de ingenuidad o de falta de rigor crítico.»Con estas afirmaciones de que «la devoción mariana hay que apoyarla más en la Sagrada Escritura que en las apariciones» puede que el arzobispo no se esté jugando el cargo; pero quién sabe si no estará poniendo en peligro la adhesión filial de los miles de zaragozanos y foráneos que siguen haciendo largas colas para besar la columna, ya horadada por el roce de tantos labios, en la que dicen que bajó de los Cielos la madre de Dios, sin que nadie les haya hecho cejar en su empeño, y, sobre todo, la de los centenares de aragoneses que viven del comercio de las reproducciones a toda escala, de las innumerables estampas e incontables reliquias de un acontecimiento inexistente, desperdigados en puestos y tiendas por los aledaños del Pilar.

De todas formas, nadie pretende que el asunto levante ampollas. Allá cada cual con su línea divisoria entre lo racional y la ficción. Y aunque en un pleno del Ayuntamiento el alcalde, Ramón Sainz de Varanda, dijera que «la Virgen del Pilar no es de UCD» -«me refería», afirma, «a un acto en Ejea de los Caballeros, donde se utilizó el eslogan de UCD por la Virgen de la Oliva»-, también recuerda que «el principal problema del Ayuntamiento de la República vino porque quitó a la Virgen del Pilar del salón de sesiones. Por eso yo la tengo aquí, en mi despacho».

En la relación aparición de la Virgen-fervor mariano de Zaragoza, Ramón Sainz de Varanda es muy cauto. Considera que preguntarle directamente si cree en la aparición «es meterme en un terreno resbaladizo», y opina que un cristiano crítico, como él se considera, «no tiene por qué plantearse esas cosas. Lo importante», afirma, «es el culto de los aragoneses a la Virgen del Pilar, en tanto que ella aglutina espiritualmente a gran parte de nuestras sociedad». Al fin y al cabo, «lo primero que habría que saber es si Santiago estuvo alguna vez en Zaragoza, ya que empieza a demostrarse que el único apóstol que vino a España fue san Pablo. Parece que la tradición gallega, para empezar, junta las figuras de Santiago el Mayor y el Menor, pero eso no resta nada a Compostela como centro espiritual, como aglutinante cultural de una época».

El alcalde socialista quiere acabar quizá con la Virgen del Pilar condecorada y guerrera, con esa imagen bélica que algunos sectores de la tradición le atribuyen de no querer ser francesa, pero sí capitana de la tropa aragonesa; con ese trasiego del manto en un intento de salvar la vida de generales que se creían casi imperecederos. Pero que nadie se confunda: «Aquí», dice Ramón Sainz de Varanda, «no vamos a hacer la batalla antirreligiosa. Los sectores ultras han querido enfrentar a la izquierda con la Iglesia y con los católicos, pero se equivocan, porque nuestra postura es de respeto al tema. Además, un número muy alto de creyentes ha votado a la izquierda.»

La intención del Ayuntamiento de Zaragoza está siendo clara. En los carteles seleccionados para anunciar las fiestas de la patrona de la ciudad aparecía impresa la leyenda Fiestas del Pilar, «quizá porque pensaban», opina la primera autoridad municipal, «que, como el Ayuntamiento era de izquierdas, no queríamos que apareciera la Virgen. Se vio como una muestra de descreimiento y persecución. Insistieron en esto al ver que en la portada del programa aparecía una pareja de joteros, y no la imagen tradicional. Pues bien nos hemos preocupado de que en esta portada, en vez de Fiestas del Pilar, aparezca en honor de Nuestra Señora del Pilar, porque nosotros no hemos echado a la Virgen de las fiestas, pero lo que no podemos es convertirlas en unos ejercicios espirituales o en una concentración histórico-político-religioso-fascista».

Las críticas más acérrimas han venido de sectores «que no me consta que hayan ido a misa en su vida. Y no quieren entender que nuestra gestión es laica y al servicio de la ciudad, aunque el Ayuntamiento en corporación asiste a los actos tradicionales de culto. Un ejemplo ha sido la procesión del Corpus, que desde el siglo XV organizaba el Ayuntamiento. Este año la organizó el cabildo y curiosamente asistió la izquierda municipal, pero no la derecha», comenta el alcalde.

«La Iglesia no es machista»

El programa de los congresos mariológico y mariano, que incluía una referencia especial al papel de la mujer en la Iglesia, ha coincidido con el viaje del papa Juan Pablo II a Estados Unidos. Allí no sólo ha ratificado la encíclica Humanae vitae, con sus tajantes condenas al aborto, al divorcio, a los anticonceptivos, a las relaciones sexuales extramatrimoniales, también ha reiterado la negativa contundente de la Iglesia a que las mujeres asuman determinadas tareas en su seno, como, por ejemplo, la ordenación sacerdotal.

No obstante, «la mujer es un tema clave en el momento actual de la cultura universal», dirá monseñor Yanes, al tiempo que se niega a aceptar que la Iglesia sea machista- y justificara la desigualdad de oportunidades con referencias a la tradición, «a la que la Iglesia quiere ser fiel».

Ellas Yanes apunta incIuso soluciones de recambio para la mujer en la Iglesia, como «el cultivo de la teología y la ciencia». Al fin y al cabo, en el congreso «ha habido cinco ponencias de mujeres con aportaciones muy notables». También podría tenerla mujer «puestos de dirección, sin que esto comprometa el dogma. En este sentido, las dificultades son más culturales que dogmáticas». El arzobispo de Zaragoza reconoce que «queda mucho por hacer con vistas a la participación de la mujer en la Iglesia y en la sociedad, y en la Iglesia hay resistencias a ello, sobre todo de tipo cultural».

No obstante, monseñor Yanes opina que «hay que presentar a María de una forma que no justifique la postura que ha tenido la mujer, sino que se adapte a un compromiso más actual. La exaltación de su figura hay que hacerla esforzándose por esclarecerla con una antropología en la que el papel de la mujer no aparezca como en etapas pasadas, sino con una responsabilidad social y participación activa. Hay fundamentos doctrinales más que sobrados para promover una participación que excluya toda visión machista».

Al caer la tarde, la basílica del Pilar se llena de fieles, indiferentes durante el día a los actos marianos pero deseosos de recibir bendiciones episcopales en cualquiera de las ocho lenguas que se hablan en los congresos. Hoy va a pronunciar una conferencia en el altar mayor, donde se celebran todas las tardes Antonio Montero, obispo auxiliar de Sevilla. Ha elegido el tema de la mujer, de la modernidad de la Virgen María.

Monseñor Montero ha aparecido no sólo con sotana, sino revestido con las dignidades episcopales Es una imagen distinta a la que estamos acostumbrados a ver, cuan do aparece en clergyman para in formar a los periodistas que cubren las reuniones de la Conferencia Episcopal, aunque se añada al cuello un grueso crucifijo cuando se trata de hablar para la televisión.

La Virgen, feminidad y ternura Monseñor Montero inicia la lectura de su conferencia y dice que la Virgen es «el imprescindible elemento femenino del cristianismo» y que «da a la Iglesia feminidad, ternura y riqueza psicológica, impensable en un mundo de varones».

El obispo auxiliar de Sevilla dice que, con respecto a María, «la Iglesia no se vincula a las particulares condiciones antropológicas subyacentes en culturas pasadas, a una chica que lleva una vida rural en la Palestina romanizada» o a «una Virgen exclusivamente celeste, a una figura blanca entre nubes vaporosas». En definitiva, María, cuando recibe el anuncio del ángel, es «una muchachita con novio formal, que espera la perplejidad de José» y tiene una fe comprometida, ya que «comprometió su fama con la concepción virginal» y, asimismo, ante José.

Monseñor Montero afirma que la maternidad de la Virgen es deliberada y consciente y se muestra de acuerdo con un cardenal cuando afirma que «una madre ordinaria engendra a su hijo sin comprometerse en su obra futura». Pero monseñor, ¿todas las madres, excepto María, se limitan a parir a los niños sin preocuparse por ellos después? «Hombre», dirá posteriormente Antonio Montero, «una madre no sabe que su hijo va a ser abogado, mientras que María estuvo invitada a compartir con su hijo la misión salvadora.»

Luego dice el obispo auxiliar de Sevilla que la Virgen «alumbró sin la quiebra fisiológica de la virginidad» y que «la virginidad es señalada por Jesús como un anticipo del reino futuro». Y explica detenidamente su adhesión a una carta del arzobispo de Zaragoza al iniciarse el congreso: «La virginidad cristiana no es una represión, sino una donación libre y gozosa a Dios. No excluye la santidad del matrimonio, porque los hombres que eligen la virginidad son hijos del amor de sus padres; por tanto, no hay desprecio al amor, sino una denuncia profética de la obsesión camal, sexual, del panerotismo de nuestro tiempo.»

Al término de la conferencia, los fieles se apiñan en una doble fila por donde ha de pasar el obispo, acompañado de un colega polaco, al que las mujeres se aprestan a rozar, aunque sea los hábitos. Un grupo de monseñores toma unas copas en una sacristía de la basílica. En la puerta, varios señores esperan a alguno de ellos: «No se asome demasiado», dicen, «a ver si les molesta; como es usted una señorita...» Pero sale después, amablemente, el conferenciante, y no se muestra en absoluto de acuerdo con que haya dado una imagen ñoña, blanda, de la mujer: «Al hablar de la Virgen y compararla con la mujer moderna», replica, «he aludido a la intrepidez, resistencia, extroversión, audacia, a una mezcla de dones contemplativos y dinamismo en la acción».

Tampoco piensa monseñor Montero que la negativa de la Iglesia a ordenar mujeres haya que tomársela como un desprecio: al fin y al cabo «fue una mujer la que tuvo el más alto valor: ser madre de Dios».

-Pero monseñor, es que hasta el momento no se ha demostrado que los hombres puedan quedarse embarazados.

Antonio Montero sonríe: «De hecho, Jesús escogió a los doce apóstoles varones y en dieciocho siglos no se ha planteado el sacerdocio de la mujer.»

El obispo de Sevilla escucha atentamente que el próximo día 26 van a ser juzgadas en Bilbao once mujeres presuntamente relacionadas con delitos de aborto. A dos de ellas les piden condenas que rayan en los cincuenta años de prisión. ¿Le parece una sentencia suficiente? «No conozco las circunstancias», dice, «pero no es igual que esté hecho fríamente, por dinero, que se trate de una mujer desesperada de todo. Y puede tener atenuantes o agravantes que reconocen todos los códigos. Yo no soy partidario de las penas grandes y, si les quitan algo, a mí, como creo que a todos, me darán una buena noticia.»

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