Garciarromeros terroristas
Los garciarromeros esos, ¡oh terror! Las empresas de Las Ventas, ,tanto la anterior como ésta, les tienen un cariño especial a los garciarromeros. En cuanto te descuidas, ya están en el cartel -y en los corrales, y en los chiqueros, y en el ruedo- estos toros jerezanos de corpachón fornido, leña, por arriba, ojos garzos, mirada aviesa. Son toros apropiados para curas de humildad, para bajarles los humos a los toreros, si es que los tenían altos; para aterrorizar a todo el personal, desde el que pisa la arena hasta el que suele gritar: « Pico, ¡picooo! » en la última fila de andanada.Garciarromeros de gran presencia, unos con más de media tonelada, otros con menos, todos hermosos, enmorrillados, agresivos de cabeza, dentro de esa línea de seriedad hostil que tiene, ha de tener, el toro de trapío. Garciarromeros que al primer bufido hielan la sangre y a la primera embestida ya están buscando al hombre. Terroristas toros jerezanos, que ulsterizan la candente, nada más posar en ella la pezuña.
Plaza de Las Ventas
Toros de García Romero, con trapío y genio, duros, peligrosos. Sánchez Bejarano: bajonazo, perdiendo la muleta (protestas). Estocada y tres descabellos (algunas palmas). Rayito de Venezuela: espadazo en el vacío y se cae el torero; media trasera tendida y caída, rueda de peones, media estocada caída, rueda de peones; nueve descabellos, aviso, dos descabellos más y se tumba el toro (bronca). Estocada corta (silencio). Curro Méndez: dos pinchazos, media delantera y descabello (silencio); Dos pinchazos, estocada corta atravesada en la que sale perseguido, rueda de peones, muchos intentos de descabellar en los que sufre achuchones, tres descabellos, primer aviso, tres descabellos más, pinchazo, media, segundo aviso, más achuchones cuando intenta descabellar y otros dos descabellos (fuerte bronca). Presidió muy bien el comisario Corominas.
Pezuña dura, resistencia ciclópea a los puyazos, uno, otro, otro más; la sangre manando de la herida, que cae lenta y espesa hasta la pezuña, sin que pase nada. Y nada pasa porque ni por esas los garciarromeros se entregan. Pegan tarascadas aquí, allá, a todos lados; buscan, rebuscan; catapultan la media tonelada, de punta de flecha aquella cornamenta vuelta y astifina, contra las femorales, contra las axilas, contra la yugular de quien se les pone delante.
Salvo un toro -el cuarto, galán colorao de cornamenta aparatosa, ovacionado de salida-, todos eran así el domingo, y los toreros se escudaban, pretendían escudarse, en las dificultades y los peligros para justificar su fracaso. «Así no se puede torear.» Es el argumento, comúnmente aceptado. Y, sin embargo, así también se puede torear. Porque torear no es dar derechazos y naturales únicamente; torear es dominar al toro. La ciencia taurina de muchos espadas de esta hora, me temo que de casi todos, empieza y termina en el natural y en el derechazo, con lo cual olvidan, o quizá no conocieron nunca, otras suertes de gran belleza y eficacia que se aplican precisamente cuando el toro es así de fuerte, así de crecido, así de certero como los garciarromeros ulsterizados de Las Ventas.
El toro difícil justifica una lidia sin primores yjustifica una faena de castigo; aquel doblarse «metiendo» la rodilla, aquel trasteo de pitón a pitón que descoyunta las cervicales, etcétera. Y no sólo lo justifica, sino que puede haber oreja, bien ganada, si el diestro, tras dominar a la res, hace la suerte suprema con verdad y mata por el hoyo de las agujas.
No justifica, en cambio, el toro difícil, que los espadas se anden por la cara, pegando tirones, sin una idea, ni un recurso, ni un intento siquiera de atemperar las acometidas, de someter a la flera. Agapito Sánchez Bejarano, torero fino y experimentado, dentro de su inhibición aún, anduvo con cierto desahogo. Rayito de Venezuela y Curro Méndez, en cambio, dieron un sainete, pues su único recurso era la escapada, e incluso en ésta ni siquiera aportaban la técnica elemental para librar las arrancadas violentas con un mínimo decoro. Ambos pegaron la espantá más de una vez, y Rayito trastabilleaba tanto, que en varias ocasiones rodó por la arena. De salir los garciarromeros con la metralleta bajo el brazuelo, no habría sido mayor el desbarajuste. O quizá la llevaban. Desde el tendido no se aprecian bien todos los detalles.
El cuarto tenía otra catadura, por lo menos no iba al bulto. En realidad, al engaño tampoco le hacía demasiado caso, pues cada dos pases se distraía y miraba al tendido. Bejarano llegó a instrumentarle tres o cuatro derechazos de estilo -cómo no, si lo tiene, es torero de esencia y cadencia- y un par de naturales a tono; mas de ahí no pasó, seguramente porque no acababa de creerse la aparente boyantía del animal. Y lo comprendemos. En tarde de terroristas, ese colorao cornalón podía ser el gancho, el que, pues sus correligionarios no habían logrado llevarse a nadie por delante, salía haciéndose de miel y silbando El sitio de Zaragoza para, al primer descuido del matador, engancharlo por la ingle.
Atronadora bronca acompañó a Curro y Rayo cuando abandonaban la plaza. Pero lo que ellos dirían: «Salimos por nuestro propio pie, mientras a esos garciarromeros, todos sin dejar uno, los han arrastrado y ahora están para filetes.» Y dirían bien.
Babelia
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