Niños de preescolar: la insólita y gloriosa aventura de encontrar plaza
Paz se ha levantado temprano y ha bebido deprisa la leche, abrazada a su Jesmarín. La publicidad y la televisión han conseguido que los niños no llamen ya a los muñecos por sus nombres, sino que lo importante, lo que los críos piden y desean sea una retahíla de marcas comerciales. Paz va a ir al cole nuevo, y sus cuatro años no comprenden por qué no puede trasladar allí sus juguetes, según le explican sus padres, ya que, dice con su lógica, «la señorita Pura me dejaba llevarlos». A Elena, su hermana, que tiene un año más que ella, le apetece menos cambiar de centro escolar, porque, al fin y al cabo, en el otro tiene ya sus amigos. Podrían haber estado un año más en la guardería, pero sus padres prefirieron llevarlas a un centro donde luego pudieran seguir la EGB, ver un poco cómo se encauzan las niñas para iniciar después la enseñanza primaria. Por eso están hoy, 17 de septiembre, fecha del comienzo del curso, desbordando las aceras de la calle de Fernando el Católico, de Madrid, entre decenas de niños y padres que se empujan para lograr colarse por la única puerta abierta de un edificio viejo, de solidez relativa, que luce sobre la fachada unas letras codiciadas por muchos padres de españoles pequeñitos: Colegio nacional. Colegio nacional, palabras mágicas que para algunos podrían significar enseñanza gratuita, mixta y laica, enseñanza estatal, en definitiva, porque lo de enseñanza pública tiene otras connotaciones que asustan más.Los padres han ido a dejar a sus hijos en el Colegio Nacional Fernando el Católico, mientras se preguntan por qué deben depositarlos allí como un cesto, sin hablar con los profesores, sin tener un contacto previo. El mal de la despersonalización de estos pequeños paquetes que se alejan hacia el fondo de un pasillo es muy común en la enseñanza de este país, y algunos no entienden por qué si a un niño se le acompaña al médico para que le vea las anginas no se le presenta de forma individual a su profesor, por qué éste no le dedica unos minutos previos. En el vestíbulo del colegio, Mariano, un conserje con grandes trazas de cortar el bacalao, sobre todo si nadie más da la cara para cortarlo, hará llorar a Paz: «Los niños de nuevo ingreso no pueden quedarse. Hoy sólo empiezan los de octavo, séptimo y sexto. Ya les avisarán a los demás y les pondrán en la lista, pero hasta el jueves día 20, nada. Váyanse y no molesten.» Paz, entre pucheros, dice: «¿Y cuándo es el jueves? Yo me quiero quedar.»
Amenazas veladas, con la religión al fondo
Las paredes del vestíbulo están llenas de comunicados piadosos, como si quisieran contrarrestar los leves vientos de libertad religiosa que aún no se atreven a correr por la enseñanza: «Ejercicios espirituales en la parroquia del Santo Cristo de la Victoria.» «Ellos anunciarán a Cristo; Madrid, con sus misioneros.» Claro que la libertad para recibir o no enseñanza de religión se queda siempre en papel mojado y desbordada por los tics y creencias personales de un profesorado que parece más preocupado en imponer sus ideas que en respetar al alumno. «A mi hijo, en octavo de EGB», comenta una madre, «le amenazaron el año pasado con que si no iba a los ejercicios espirituales le suspendían la religión. » « En clase de mi hija, que hace tercero de EGB, había un niño de familia protestante que, teóricamente, se dedicaba a otra actividad mientras los demás daban religión. La realidad es que luego estaba marginado por todos, hasta por sus propios compañeros», explica una señora.Los padres de Elena y Paz han solicitado, de acuerdo con las normas establecidas por el Ministerio de Educación, que sus hijas no den clase de religión. Claro que no siempre se puede evitar que los profesores manden comprar unas cartillas de dibujo donde hay que pintar La Ascensión del Señor o el Domingo de Ramos, o bien que se utilicen unos libritos donde cada sílaba aparezca bajo un dibujo, ma-me-mi-mo-mu, y que, curiosamente, en la mi aparezca una misa.
Hay también en el vestíbulo del colegio una hoja peculiar llena de normas de conducta para los alumnos: «El permiso para ir a los servicios se procurará dar solamente en los casos que se crean imprescindibles, controlando el tiempo que emplean, para no permitírselo en lo sucesivo, en caso de abuso.»
El "timo" del comienzo de curso
Pero todo eso habrá que pensarlo después. Ahora hay que llevarse las niñas a casa porque acaba de producirse el que podría llamarse timo del comienzo de curso. Parece que las niñas están admitidas, pero Inmaculada, su madre, se plantea qué hacer con ellas. En su largo peregrinar a la búsqueda de escuela ha solicitado plaza en otro colegio nacional, el Claudio Moyano, de la calle de Cea Bermúdez, pese a que también está distante de su casa. Podría ir allí e intentar dejarlas. Además, así ve otro colegio y puede decidirse por el que les conceda comedor, punto imprescindible en una familia donde trabajan el padre y la madre.Hasta llegar a conseguir plaza en estos centros los padres de Elena y Paz dieron muchas vueltas, especialmente por su barrio, Chamberí, «donde sólo existe un colegio municipal y que se está cayendo físicamente, está apuntalado», cuentan. Llegaron a ensayar la vía del colegio privado. Primero fueron al Instituto Británico, «pero fue imposible», cuenta Inmaculada, la madre. «Se necesitan miles de recomendaciones, hacer la solicitud con un año de antelación y pasar test previos. Una señora me contó que, entre enseñanza, comedor y autobús pagaba unas 15.000 pesetas por niño.» Luego vino la visita al colegio Zurbano, al fin y al cabo está enfrente de casa, «pero no tiene ni patio para jugar, cuesta entre 4.000 y 5.000 pesetas por niña, sin incluir el comedor, imprescindible para nosotros, y el señor que nos atendió dijo que la comida consistía en un sandwich».
El tema del colegio de monjas ni lo intentaron. Ellos querían un colegio laico y mixto, que costara lo menos posible y que tuviera comedor y ya hace dos años, al no encontrar ninguna guardería, fueron a las monjas de la glorieta de la Iglesia. «Allí», explican los padres de Elena y Paz, «les dieron a las niñas muchos besos y un caramelo.» Elena me decía: "Mamá, ¿por qué van vestidas tan raras?» Y las monjas respondían: "¡Qué niña tan mona!" Nos dieron unos estatutos por los que teníamos que comprometernos a respetar las normas morales y la educación que les dieran; toda una adhesión incondicional a priori, por lo que nos fuimos sin preguntar ni el precio.»
Por todo lo anterior, el año pasado las niñas terminaron en la guardería de Nuestra Señora de los Dolores, en San Bernardo, «que», explica Inmaculada, «es parroquial, pero funcionaba muy bien. Estábamos desesperados, porque no encontramos otra cosa. En el barrio había una laica, pero todo su espacio consistía en un garaje con moqueta».
Inmaculada va recordándolo mientras camina con una niña agarrada a cada mano. Luis, su marido, ha tenido que marcharse, aunque habrá llegado tarde al trabajo. Elena y Paz ponen buena cara al entrar en el colegio Claudio Moyano, que está más limpio que el otro y tiene algo más de luz. Pasan algunas niñas con un uniforme azul. ¿Cómo? ¿Es obligatorio el uniforme en un colegio nacional? Una señorita explica: «Para las niñas, sí; los niños pueden venir como quieran. No obstante, los pequeños sólo necesitan babi, azul los niños, rosa las niñas.» Excepto en preescolar, las clases no son mixtas. Además, no se sabe si concederán plaza de comedor a estas niñas, «pero, desde ahora le digo que si la de cuatro años no sabe usar el cuchillo...», amenaza un profesor que riega las plantas mientras sus alumnos le hacen creer que resuelven problemas. Como colofón, llévese a las niñas, «porque hasta el jueves no empiezan los de nuevo ingreso».
Profesores más arriba de la cincuentena
Hoy es jueves, día 20, y Paz dice que o se queda en el colegio o se va con su señorita Pura, la del año pasado, que les enseñaba canciones de la abeja Maya. Es difícil explicarle que, después de madrugar y ponerse su vestido preferido, tampoco puede empezar las clases «hasta el lunes 24, compréndanlo». Los padres no comprenden nada, pero se asoman a otras aulas, donde hay niños pequeños sin profesor, vigilados por alumnos que pasaban por allí a recoger los papeles de haber terminado la EGB, y llegan a pensar que, para eso, más vale llevarse a los niños a casa de alguien.Llega, por fin, el lunes 24, y esta vez es Luis quien entra con sus hijas en el colegio Fernando el Católico. Le dicen que sí, que ha llegado el día para los de preescolar, pero que sólo puede quedarse Paz, la pequeña, porque en la clase de Elena faltan sillas. «No se preocupe, le avisaremos cuando tengamos el mobiliario.» «Yo», cuenta después Luis, «dije que dejaba allí a mi hija y que la buscaran una silla donde quisieran.»
Elena y Paz han conocido a sus señoritas, que, como la mayoría de los profesores del colegio, son de una edad media que supera la cincuentena. Un padre comenta que «a estos centros tan bien situados se accede por acumulación de méritos, con lo que los profesores son bastante mayores. No me explico qué métodos pedagógicos pueden emplear ni cómo pueden dar clases, por ejemplo, de matemática moderna». Los métodos pedagógicos los explican varios niños a la salida de las clases: «La señorita ha castigado a unos niños porque hablaban y se han movido.» Paz ha sido más desdichada: su señorita quiso llevarla al cuarto de las ratas. «No hay, ¿verdad, mamá?» Su madre ha tenido que hablar con la profesora y ésta se ha disculpado: «No sabía que eso tuviera importancia.»
«Lo intolerable», dice una madre veterana en el colegio, «es que les hablen en los castigos de monstruos y del infierno desde los tres o cuatro años. El año pasado llegaron a decirle a una niña: "Esta noche te cogerá el demonio mientras duermes." La cría tuvo que ir después a sesiones de psicoterapia de grupo.»
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