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El papa Juan Pablo II fustiga la permisividad sexual y reafirma el celibato de los sacerdotes

Juan Arias

El papa Juan Pablo II abordó ayer, en Filadelfia, los temas más delicados de su presente viaje a Estados Unidos: el celibato eclesiástico, la moral sexual y la ordenación sacerdotal de las mujeres. En la misa celebrada ante casi un millón de personas reiteró la tradicional posición de la iglesia, reiterando el compromiso «irrenunciable» contraído libremente por los sacerdotes respecto al celibato, el «no» a la ordenación sacerdotal de las mujeres, y censurando, al referirse a la cuestión sexual, «las tendencias demoledoras y la permisividad en este campo». Esta posición del Papa no dejará de tener repercusiones dentro de la comunidad católica norteamericana, que es precisamente una de las más abiertas en lo referente a la cuestión del celibato sacerdotal, la sexualidad, el divorcio, los anticonceptivos y el aborto.

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En esta ciudad de la «campana de la libertad», que en 1776 sonó por vez primera para anunciar la independencia del país, Juan Pablo II fue también recibido triunfalmente. Asistieron a la misa, celebrada en el magnífico escenario del Logan Circle, casi un millón de personas. En una ciudad que tiene dos millones y sólo el 30% de católicos.El recibimiento en el aeropuerto fue el más original de este viaje que el Papa está haciendo «a galope del tiempo», como decía un observador alemán. El aeropuerto había sido reservado exclusivamente para los niños de las escuelas católicas, todos vestidos con trajes típicos o con el famoso vestido de los tiempos de la Revolución. Al Papa, en una explosión de color, le cantaron, le bailaron, le dieron ramos de flores. El Papa, con las flores en las manos, rompiendo el protocolo, se lanzó hacia los niños, que gritaban enloquecidos y aumentaban el ritmo del baile, como electrizados, ante la presencia de un personaje que aquí, en América, lanzado día y noche por una serie de canales de televisión, que transmiten todo en directo y vuelven a repetirlo todo hasta altas horas de la noche, es ya más que un mito: «casi un personaje venido desde las estrellas».

Es curioso observar que en todas partes, cuando habla, le aplauden siempre, tanto cuando gratifica y alienta como cuando es duro y pega fuerte. Sucedió, por ejemplo, durante la misa en Filadelfia, ante cerca de un millón de personas.

El Papa les dijo que no existe verdadera libertad sin el Evangelio, que libertad no es sinónimo de anarquía moral, que la sexualidad matrimonial hay que respetarla. «La libertad», dijo el Papa, «es una parte de la herencia que os dejaron vuestros padres. No se puede construir sin tener ante los ojos la verdad revelada por Jesucristo y propuesta por su Iglesia, ni puede tomarse como pretexto de una moral anarquista, porque todo orden moral tiene que estar anclado en la verdad.» Añadió el Papa que «la libertad no tolera que se ofendan los derechos de los demás, y uno de éstos fundamentales es el derecho de adorar a Dios.»

La gente aplaudía con las manos en alto, mientras el Papa luchaba para que no se escaparan de la mano las hojas de su discurso por el fuerte viento, que lo había despeinado. Hubo sólo un momento de silencio cuando el Papa dijo, recalcando palabra por palabra: «No existe verdadera libertad cuando no se respeta la verdad. En relación a la sexualidad humana y al matrimonio, en la sociedad de hoy se advierten muchas tendencias demoledoras y demasiada permisividad por lo que se refiere al concepto de sexualidad, intentando justificar todas las acciones que van contra la verdad del orden moral y contra el magisterio de la Iglesia. Quien intenta descargarse de estas normas, quien rechaza su aceptación y cumplimiento, no es un hombre libre.» El aplauso volvió a estallar cuando el Papa, después de una pausa, añadió: «Lo que acabo de decir no se refiere sólo al conjunto de la vida matrimonial, sino que se aplica también a todos los sacerdotes, los cuales deben someterse a las obligaciones del celibato.»

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Los primeros comentarios de los observadores a este discurso importante, no sólo por el tema que trató, sino porque lo hacía en esta América abierta en este campo de la libertad sexual, fueron muy variados. Algunos afirmaban que Wojtyla manifiesta su anticapitalismo con esta dureza en un tema que considera como un fruto burgués.

Otros respondían que en esto radica la mayor contradicción de este Papa, el cual, para combatir el capitalismo burgués y sus resultados, no encuentra otro camino que reforzar instituciones y mentalidades que, en realidad, son una creación de la burguesía.

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