No hay otro camino que el Estatuto de Guernica
EL HURACÁN de violencia asesina, insensibilidad moral ante la muerte y obcecada resistencia a aceptar la salida política de un conflicto fratricida, abocado en su defecto a la catástrofe colectiva, continúa asolando al País Vasco. Algunos políticos y analistas torpes o maliciosos se cargan de razón al señalar que, confirmando sus predicciones, la aprobación del Estatuto de Guernica en el Congreso no ha llevado la paz a las tierras de Euskadi. Pero ninguna fuerza política responsable y ningún comentarista informado han defendido nunca la tontería de que la aceptación por el Parlamento español del Estatuto de Guernica produciría el inmediato alto el fuego en el País Vasco. Antes por el contrario, era del todo punto evidente que este gigantesco paso hacia la solución política del conflicto traería aparejado -como las elecciones de 1977, la ley de Amnistía o el referéndum constitucional- un recrudecimiento de las provocaciones criminales de ETA y de la agresividad verbal y física de Herri Batasuna. Y en esta ocasión todavía con mayores -y peores- razones que en el pasado.Si el Estatuto de Guernica es aprobado el próximo día 25, se abrirá el camino institucional para que el PNV, el partido nacionalista con mayor implantación electoral y social en el territorio, tome en sus manos, con la alianza o el apoyo crítico de los socialistas y de Euskadiko Ezkerra, importantes competencias de autogobierno, incluido el mantenimiento del orden público dentro de los límites de la comunidad autónoma. Con lo cual las principales consignas que tan hábil como fríamente han manejado ETA y Herri Batasuna para conseguir movilizaciones populares en su apoyo perderán buena parte de su capacidad de arrastre y eficacia. Que ETA mate y Herri Batasuna vocifere e intimide en las semanas anteriores al referéndum del 25 de octubre no es la prueba de la inutilidad del Estatuto de Guernica, sino, antes por el contrario, la demostración del temor a las instituciones de autogobierno por parte del nacionalismo radical y armado. Si el Estatuto se aprueba, si su texto se aplica, si las competencias estatales se transfieren rápidamente a la comunidad autónoma, si el PNV y los restantes partidos democráticos vascos se muestran a la altura de sus responsabilidades y si el Gobierno de Madrid no interfiere en ese proceso e impide que otros lo hagan, se habrá asestado un golpe de gigante a ETA y sus seguidores.
Esa larga cadena de condicionales es la manifestación de una visión que pretende ser realista del conflicto vasco. Pero las dificultades y la longitud del camino a recorrer antes de que la paz o la reconciliación habiten en Euskadi no invalidan el hecho cierto de que no hay otra ruta transitable para alcanzar esos objetivos. En abstracto existen, evidentemente, otros rumbos posibles. Ahora bien, el inconveniente de los atajos de montaña es que ponen a los caminantes en riesgo de perderse o de llegar a un paradero distinto del proyectado. No estaría de más que los críticos del Estatuto de Guernica y de la estrategia negociada por el Gobierno, los partidos del arco constitucional, el PNV y Euskadiko Ezkerra para establecer en el País Vasco un régimen de autogobierno se definieran a ese respecto. Si se rechaza la apuesta a favor del Estatuto de autogobierno -toda apuesta implica siempre la posibilidad de perder-, lo único decente es enseñar la propia quiniela.
Por lo demás, hace falta ser ciego o malevolente para no reconocer que la aceptación por el Gobierno y por el Congreso del Estatuto de Guernica ha modificado cuantativamente el panorama del País Vasco, ha desbloqueado la rígida y artificiosa contraposición entre los vascos demócratas, en función de sus planteamientos nacionalistas o «españolistas», y ha creado una dinámica nueva de alianzas y rechazos. Nos referimos, ni que decir tiene, a las dimensiones políticas de la situación vasca, no a sus dramáticos perfiles de terror y violencia. Las recientes declaraciones y tomas de posición en torno al Estatuto, al terrorismo etarra y a Herri Batasuna no sólo del PNV, que se inscribe en tradiciones moderadas y democratacristianas, sino también de Euskadiko Ezkerra, donde militan algunos de los dirigentes históricos de ETA (entre otros, Onaindía y Uriarte, condenados a muerte en el proceso de Burgos), y que se vincula con las concepciones marxistas-leninistas, refuerzan las esperanzas en un futuro de paz en el País Vasco.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.