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El pesimismo y la picota

«Las opiniones del teniente general Milans del Bosch sobre la circunstancia actual de España, recogidas en Abc del pasado domingo, han desatado un extenso y áspero editorial de nuestro colega EL PAÍS. Las maneras y, sobre todo, la conclusión de ese comentario merecen, a nuestro parecer, una puntualización inmediata. Vaya por delante una explicación de nuestro propósito. No se trata ahora de defender las opiniones del general ni de declarar hasta qué punto podríamos compartirlas y hasta qué matiz pudiéramos rechazarlas. El diagnóstico del general Milans del Bosch y la réplica del editorialista de EL PAÍS versan sobre temas de la suficiente importancia como para que todos tengamos no ya el derecho, sino también el deber de opinar sobre ellos y de buscar juntos la verdad, al modo que aconsejaba don Antonio Machado. Tanto como buscar la verdad es necesario que nos pongamos de acuerdo en la manera, limpia y honesta, de ir a buscarla.Se acusa de "pesimismo" al general porque estima que "el balance de la transición -hasta ahora- no parece presentar un saldo positivo: terrorismo, inseguridad, inflación, crisis económica, paro, pornografía y, sobre todo, crisis de autoridad". Algo da que pensar la utilización en política del pesimismo como argumento de descalificación. La generación crítica del 98 recibió ese sambenito que le colgaron los políticos del desastre y algunos otros más cercanos. Como es frecuente que en el lenguaje político las palabras se vayan quedando pequeñas, ahora se usa otro concepto, el de "catastrofismo", que viene a ser la sublimación del pesimismo. A veces, los pronósticos más pesimistas y las predicciones más catastróficas nacen al comprobar cómo algunos optimistas de oficio o beneficio hacen del optimismo -que, en ciertas situaciones, es insensatez- una forma de triunfalistas adulaciones. Con demasiada frecuencia, entre españoles, se ha usado la acusación de pesimista para amordazar la libertad de crítica, que es algo consustancial con el espíritu liberal y con el ejercicio de la democracia. Esa manera de descalificación deberíamos considerarla, al menos, sospechosa.

Pretende EL PAÍS que el general Milans del Bosch comete un "error de bulto" al confundir las reglas de funcionamiento del universo militar con las normas que rigen la sociedad civil, y da a entender que aboga por la aplicación de las facultades del mando militar a la organización de la vida política. Pero leyendo las declaraciones del general Milans del Bosch esa pretensión no aparece por ninguna parte. El general expone, eso sí, puesto en ese trance por la periodista que le interroga, su opinión acerca de la mejor manera de conciliar el ser liberal y demócrata y ser, al mismo tiempo, militar, y enuncia algunas fórmulas para que la democracia pueda estar presente en la milicia y en la vida castrense sin romper sus principios jerárquicos. Parece que aquí EL PAÍS se ha socorrido de la vieja y desacreditada argucia del maniqueísmo, quizá más impulsado por un deseo de descalificación que por una voluntad de entendimiento. Es natural que el general Milans del Bosch sea más experto en la milicia que en humanidades. La milicia es su vocación, su profesión y su destino. Pero empeñarse en hallar ataques a elementales principios de la ciencia política mediante el procedimiento de repetir torcido Io que se expresó clara y rectamente por un militar de alto grado y responsabilidad es recurso dialéctico propio de quien está tan lejos de ser experto en milicia como experto en humanidades. Casi siempre la impotencia y la pobreza de argumentos exacerba la mala fe.

Examina nuestro colega, uno por uno, los síntomas que cita el teniente general Milans del Bosch para fundamentar su diagnóstico sobre el momento actual de la vida española: "Terrorismo, inseguridad, inflación, crisis económica, paro, pornografía y, sobre todo, crisis de autoridad." No niega EL PAÍS la existencia o el crecimiento de ninguno de estos fenómenos. ¿Podría negarlos alguien con ojos en la cara y dos dedos de frente? En los comentarios editoriales del propio periódico podríamos encontrar la denuncia de algunos de esos males, si no de todos. Lo que sucede es que EL PAÍS cree encontrar las causas que los originan en lugares lejanos, en tiempos remotos o en calamidades comunes e irremediables. Está claro que EL PAÍS quiere exculpar no ya a la democracia, que, como sistema, es inocente, sino a los responsables y protagonistas de una determinada manera de hacer, de impulsar, de entender o de protagonizar la transición. ¡Pero si nadie había atacado a la democracia! El general Milans del Bosch habla de la voluntad de cumplir los deberes que al Ejército impone la Constitución, que es la mejor manera con que un militar puede servir y defender la democracia. Y tampoco se habían señalado responsabilidades personales, aunque pueden y deben ser señaladas, y también en las páginas editoriales de EL PAÍS podríamos encontrar muchas inculpaciones de esos y otros males que sufre España descargadas sobre estos o aquellos hombres públicos, o sobre tales o cuales programas o actitudes de partidos políticos. Sin duda, lo que ayer era para EL PAÍS consecuencia de una mala gestión de gobierno o un erróneo planteamiento de partido es hoy efecto insalvable de una única causa lejana e incorregible. Demasiado simple. Demasiado pueril.

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Pero quizá todo esto deba ser contemplado como el diálogo normal entre dos puntos de vista diferentes, dos diversas valoraciones de la circunstancia española. Estaríamos entonces ante un saludable intercambio de opiniones, con algunos reparos para la tergiversación y el maniqueísmo. Esos son vicios de nuestra conversación política, frecuentes, pero no mortíferos. Lo que no parece tan disculpable es esa denuncia final del editorialista: "Su pesimismo", el del general Milans del Bosch, claro, "creemos debería hacer recapacitar a sus superiores."

Recapacitar siempre es bueno. Pero ¿para qué? ¿Para sopesar serenamente las declaraciones del general, apartar de ellas lo que puedan tener de desacertado o de excesivo y tomar lección de lo que en ellas haya de justo y de atinado? ¿O más bien para que esos superiores tomen a un español y le destituyan, le persigan, le amordacen, le discriminen o le castiguen por el hecho de haber expresado su opinión con respeto y con mesura? ¿Vamos a ser denunciados a nuestros "superiores" por el editorialista de EL PAÍS cada vez que expresemos una opinión que no coincida con las suyas? Hay una forma democrática de hablar, de disentir, de debatir. Y hay un hábito totalitario de pedir que alguien venga, por encima del adversario o del disidente, a cortarle la lengua y a coserle la boca. ¿Es eso lo que EL PAÍS intenta hacer con quienes haya condenado, olímpicamente, como reos de "pesimismo"? Hay un terrorismo que está enviando a algunos españoles dignos y honestos al túmulo. No nos ejercitemos en ese otro terrorismo que pone a otros españoles, dignos y honestos, en la picota. Enterremos la costumbre de la picota en las páginas de la prensa de una etapa desgraciada y cruel de nuestra Historia. »

, 26 de septiembre

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