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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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El oro

Este periódico ha dedicado un editorial, intelectualmente áureo, al tema del oro, que más que tema vuelve a ser fiebre en el mundo, cotización en las Bolsas internacionales y embutido en la calceta ahorradora de la gran abuela burguesa.El oro vuelve a ser de oro, alguien lo ha decidido, y en esta monetización del oro (va a haber, incluso, según parece, países que acuñen en oro) se cristaliza, se orifica el símbolo del aburguesamiento mundial, con una precisión que desconcierta. La verdad geométrica del lingote de oro se impone nuevamente a la verdad simétrica de cualquier dialéctica. La gente quiere que el tiempo vuelva a ser oro, que el dinero vuelva a ser oro, que el oro vuelva a ser de oro,

Papini, siempre desmelenoide, llamó al oro «estiércol de Satanás». Tampoco es para ponerse así. El humorista español, más mesurado, nos dice que el oro siempre se está divirtiendo. Freud deja muy clara (o muy oscura) la relación entre el oro y las defecaciones, relación dudosa por demasiado evidente. Moravia establece con resentimiento de hombre feo, quizá esquinado para las mujeres, la relación oro /sexo.

Pero el hallazgo último y genial del capitalismo, eso con lo que no contaban los socialismos utópicos, las referencias últimas de Tierno ni el eurocomunismo carcelario de Gramsci, vuelve a ser, sencillamente, el oro. El huevo de Colón, que naturalmente debía ser de oro. Por lo menos uno. Si en la base del capital y el capitalismo está el oro como realidad y como concepto (el patrón-oro, que no es lo mismo que el oro del patrón, pero casi), y si hoy el capitalismo anda en quiebra y crisis por el mundo, ¿por qué no volver al oro, en cuyo brillo quizá viera Marx el sudor del esclavo y la, plusvalía, pero en cuya duración e intangibilidad ve el capital la única y última posibilidad de forrarse la muela que le falta? Wall Street y la City vuelven a sonreír con espantosa dentadura de oro. A lo mejor la coquetería ha sido de la señora Thatcher.

Hace mucho tiempo que la gente no ahorra, que la gente tira el dinero, porque se la ha educado en ello. Pero tras el capitalismo de expansión volvemos a un capitalismo de constrición, de estreñimiento (otra vez Freud). ¿Cómo convencer a la gente para que ahorre y no tire el dinero? Haciendo más atractivo el dinero mismo. Devolviéndole su personalidad solar y legendaria de oro (luego vendrá, en la magna operación capitalista, la calderilla de la plata).

Parece que los Días Universales del Ahorro han servido para poco. Han sido muchos años de predicarle a la gente en palcolor que esto son cuatro días mal contados y que a lo loco se vive mejor. El capital se había convertido en el bazar enceguecedor del padre de Kafka para el pobre ciudadano K., cómplice y ciego, que somos todos. Mas ahora al capital le conviene otra vez metamorfosearse en la imagen tripuda y burguesa de una hucha donde todos depositemos nuestra monedita, y esto no tiene gracia si la moneda no es de oro, porque la gente se resistía a ahorrar papeles con los perfiles paralelos de los Reyes Católicos o la sonrisa laica y desdentada de Voltaire. Por eso vuelve el oro.

Los comentaristas políticos hablan todos los días del giro euro-americano hacia la derecha, porque el personal se ha cansado de pagar impuestos para ir a la Luna, que es un parque vacío, o estofar en la barbacoa de napalm a unos oblicuos que nos caían hasta simpáticos. El capitalismo -maldición, estamos rodeados, y ahora sí que es de verdad, catacrock, pum, zas- vuelve a sus orígenes, vuelve a Dickens y Balzac, y el dinero, que era un concepto y un papel con olor a pescado, vuelve a ser fuego archivado, troquelado sol, redonda luz, oro. El oro realmente no sirve para nada y tiene muy pocas aplicaciones prácticas en la técnica moderna. Y en el arte queda mejor la hojalata, desde Oteyza. Resulta ya camp aquel surco de oro que recorría tu piel porque alguien te amaba, ayer mismo. Hoy, para que la gran familia burguesa que ahorra unida permanezca unida, el oro está ya a precio de oro.

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