Dos que torean y uno que trisca
La corrida era mansota, o quizá no, pero aborregada, sí; mocha, docilona, sin importancia, y, en cambio, no vimos torear bien. Bueno, hubo muletazos muy largos y mandones a cargo de Dámaso Gómez; otros, suaves, templados, también largos, a cargo de José Mari Manzanares; pero es muy poco para las diabluras que habrían podido hacerles a los torillos. Entre otras, algo que se aproximara, Por ejemplo, a lo que hicieron los novilleros el domingo en Las Ventas.No es que las reses de Manolo González fueran chicas y flojas. Muchas más pequenas e inválidas se han lidiado por ahí, y en esta feria, sin ir más lejos. Pero como acababan con la casta boba, nos permitimos suponerque no tenían casta ninguna, lo cual equivale a decir que allí faltaba el toro. Diestros con afición, gusto y mediana técnica habrían podido cuajar a ese género de docilidad absoluta faenas bonitas, variadas y artísticas, y llevar al público hasta la apoteosis.
Plaza de Salamanca
Última corrida de feria. Toros de Manuel González. Dámaso Gómez: aplausos y vuelta. El Cordobés: oreja protestada en cada toro. Manzanares: tres orejas.
Mas no hubo manera. Dámaso Gómez y José Mari Manzanares, cada uno en su personal estilo, pero idénticos en el consabido vicio de retrasar la pierna contraria y adelantar el pico, se limitaron a pegar pases. Con mejor construcción y unidad en el trasteo, Dámaso; con tendencia al unipase y faltándole ruedo para enjaretarlo, pues lo recorría todo, José Mari. Y de repente, en uno u otro, ese natural espléndido, aquel redondo cercano al circular. En realidad, muy poco. Repitamos a coro: torear es otra cosa.
¿Lo de El Cordobés, por ejemplo? No me haga usted reír. Si ahora utilizáramos para este señor la misma lupa que hemos aplicado a los otros, no sé qué deberíamos decir; mejor dejarlo. El Cordobés sale y pernea, taconea, bota, trisca. ¿Qué lleva en la mano? Parece una bayeta. Trapacea, corre, para, gira, respinga, tira la bayeta, hace como que boxea. Recoge la bayeta, se pone a fregar, trisca otra vez. En una de esas, su primer toro le revuelca, y el revolcado, al Incorporarse, prolonga la natural emoción del momento con saltos de la rana. Los del tendido cuatro aclaman y los que no están en el tendido cuatro pitan o aguardan pacientemente a que vuelva la parte seria del espectáculo. Relampaguea, truena, llueve, sale el arco iris. Hay ambiente para la rana. El quinto queda aplomadizo en su querencia de chiqueros, y El Cordobés, para qué quiere más, duplica los desplantes, fregoteos y esas sacudidas de hombros que tanto enardecen a los paisanos del tendido cuatro. En cada toro recibe una oreja, y ambas se protestan.
El experto saltarín, que acostumbra a inhibirse en los toros de sus companeros, en el sexto permanece de espectador dentro del callejón durante las banderillas. La gente le reclama con furia: «¡Eh, el de la rana, a tu sitio! » Ni caso. En esto que Corbelle pierde pie, el toro le empitona por el pecho -afortunadamente, sin herir- y la indignación con El Cordobés, que debía estar allí, en el tercio, para el quite, sube de punto. Luego le despedirán con algún que otro almohadillazo. Pero en el fondo no ha defraudado él, sino los otros, que son toreros.
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