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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Un documento no leído

El artículo de mi querido y respetado amigo Manuel de la Cámara sobre La Iglesia católica y el tema del divorcio (EL PAÍS, 12-9-1979) me ha dejado un no pequeño mal sabor de boca. Y no tanto por su contenido -aunque discrepe de algunas de sus formulacionescuanto por un problema de fondo: su autor dedica buena parte del artículo a vapulear un documento de los obispos que... no ha leído.Y esto es fácilmente comprobable, no sólo porque en él se atribuyen a los obispos españoles muchas afirmaciones que no han hecho (o que han hecho con matizaciones muy sustancialmente diferentes), sino, sobre todo, porque el propio Manuel de la Cámara confiesa que juzga «por las amplias referencias aparecidas en la prensa acerca de su contenido».

Ahora bien, me he tomado la molestia de cotejar el documento episcopal y los resumenes aparecidos en toda la prensa de Madrid y puedo asegurar que objetivamente sólo uno de esos resúmenes puede considerarse mínimamente aceptable (y aun éste resulta insuficiente para valorar el documento); todos los demás, o son gravemente tendenciosos y falsificadores o simplifican lamentablemente el pensamiento de los obispos. Para ser concreto añadiré que cuatro de las cinco partes de que consta el documento -las más positivas- fueron prácticamente ignoradas por toda la prensa, y que los resúmenes de la cuarta parte que publicaron los diarios -la más débil y conservadora del documento- eran también ínsuficientes.

Yo me pregunto si es comprensible que tres meses después, y cuando existen al menos tres ediciones completas del documento (fáciles de, encontrar), alguien escriba un largo estudio de ese texto sin hacer el elemental esfuerzo de buscarlo, leerlo y estudiarlo. ¿Es esto seriedad intelectual?

Lo más grave del asunto es que esto les ha ocurrido prácticamente a todos los que sobre este documento episcopal han escrito. Unos, porque opinaron antes de que se publicara el texto íntegro; otros, porque, evidentemente, no se han molestado en leerlo. Y esto, desgraciadamente, viene siendo ya norma habitual respecto a todos los documentos eclesiásticos.

Recuerdo que en mis años de seminarista protesté muchas veces por el hecho de que algunos profesores míos eclesiásticos juzgaban a los pensadores contemporáneos sin haberlos leído. Es decepcionante comprobar que muchas personas que se tienen por liberales, abiertas y comprensivas, imitan aquella conducta que a mí me parecía típica de los carcas.

Sé que la Iglesia ha practicado en su historia -y sobre todo en la reciente española- una intolerancia que de algún modo explica los prejuicios de quienes hoy escriben sobre ella. Explica, pero no justifica. Quienes hoy enjuician a los obispos sin concederles ese mínimo de respeto intelectual, ¿cómo pueden criticar una intolerancia y esa incomprensión que ellos mismos practican en sus críticas? No pido para los obispos privilegio alguno; pido ese elemental respeto que obliga a no criticar lo que no se ha leído.

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