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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La nueva fiebre del oro

EL PRECIO del oro ha registrado últimamente una ascerísión meteórica. Hace un año, la onza se cotizaba en tomo a los doscientos dólares y ayer el mercado de Londres cerró a 345 dólares la onza. Las alzas de los últimos meses han sido además muy rápidas, a pesar de que la cotización del dólar respecto a las principales monedas se mantenía bastante firme.El jueves 6 de septiembre, el precio del oro se despegó de la línea de 330 dólares para alcanzar un punto récord de 343 dólares la onza. La causa de esta súbita alza se ha imputado a los resultados de la última subasta del Fondo Monetario Internacional: de 440.000 onzas de oro. La subasta se abría a un precio muy elevado, unos 330 dólares, lo que hacía suponer que las ofertas de compra no se saldrían de la rutina. Los cálculos fallaron y las peticiones fueron ni más ni menos que de 1,65 millones de onzas. La reacción del mercado, libre no se hizo esperar, y el oro ha pasado ahora a situarse en torno a los 340 dólares la onza. Y esto a pesar de la espectacular escalada de los tipos de interés del dólar americano y canadiense y de varias monedas europeas. Los altos tipos de interés tampoco resultan suficiente atractivo cuando persiste una gran incertidumbre sobre el estado de las economías.

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El oro supera los 345 dólares

Una serie de factores fundamentales, y en especial la inflación, continúan empujando a los ahorradores hacia el oro. Por supuesto, la crisis de Irán ha influido en la demanda de oro que se detecta por parte de los países petrolíferos del Próximo Oriente. Si el baluarte del sha ha caído, lo propio puede suceder en otros países. En este caso, lo más seguro, incluso más que una cuenta bancaria, que puede bloquearse, es un buen alijo de oro en una caja fuerte de un banco, en un lugar a prueba de contingencias políticas.

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Pero la fiebre por atesorar oro no es hoy en día exclusiva de los países del Próximo o del Extremo Oriente. Americanos y europeos se muestran crecientemente interesados en adquirir monedas de oro. El éxito del Krugerrand suráfricano ha animado al Gobierno canadiense a emitir una moneda de oro llamada la Hoja de Arce, y hasta en los propios Estados Unidos, es decir, el país que ha opuesto una mayor resistencia a la monetización del oro, parece existir el compromiso de acuñar medallones auríferos para satisfacer las ánsias de atesoramiento de los pequeños ahorradores. En definitiva: que no serán ya sólo los franceses los únicos ciudadanos occidentales atesoradores de monedas de oro.

Esta huida hacia el oro, incluso en la emisión de moneda, es el resultado de la inflación, la búsqueda de una cobertura contra las subidas de precios y la inestabilidad monetaria; pero es, al mismo tiempo, un indicio in equívoco de la creciente desconfianza en la estabilidad económica y social de nuestras sociedades y de la tendencia del nuevo autoritarismo occidental ilustrado y de mocrático a estimar que administran sociedades estúpidas, y la correspondiente de los ciudadanos a tener por irresponsables a sus gobernantes. Así, la relación amor-odio cristaliza en el trueque del oro.

El principal pagano de esta evolución es el mercado bursátil. Las formas tradicionales de ahorro, acciones y obligaciones, están siendo abandonadas, y la gente prefiere otros activos -más seguros -oro, joyas, antigüedades- y menos expuestos a las iras de justicia de las autoridades fiscales. El resultado es una escasez de fondos para inversión. Los riesgos de cualquier inversión son demasiado altos y, además, la inercia de las autoridades fiscales penaliza a los accionistas y a las sociedades paradójicamente más que a los prudentes compradores de objetos o metales preciosos.

En España sólo vivimos, por ahorá parte de esta historia: la que hace referencia al creciente desinterés por el mercado de valores. La rentabilidad de las empresas disminuye, e incluso se da la circunstancia de que la reciente reforma fiscal ha venido a desanimar a los inversores en pisos y edificaciones, sin ofrecer la contrapartida de algún alivio al impuesto que grava los beneficios de las sociedades. En Estados Unidos se está estudiando reducir la imposición que grava, como en España, por dos veces los beneficios de las sociedades; es decir, cuando se producen y después, cuando se distribuyen en forma de dividendos. Pero es muy probable que estas medidas no tengan mucho éxito si no se consigue reducir el grado de inflación ni establecer un clima de confianza en los modelos de sociedad que habitamos y en sus expectativas de futuro.

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