Monotonía en Aragón
Salvo algunas manifestaciones de festejos a nivel más popular o más callejero que antaño-, salvo el «lanzamiento» de nuevos «elepés» de cantautores; salvo pequeños escarceos orientados a la promoción sociocultural de las comarcas más aherrumbradas de la provincia de Teruel, la actividad cultural aragonesa en la temporada que termina ha discurrido por derroteros que la diferencian muy poco de etapas anteriores.Las corrientes autonomistas, poco firmes todavía en Aragón, no han sido capaces de hacer despertar hasta el momento una intensa actividad cultural en este ámbito geográfico, en el mejor de los casos, las iniciativas planteadas aquí apenas han traspasado las puertas de su capital regional, donde la universidad y ciertos grupos afines a ella siguen siendo el vivero casi exclusivo en ese orden.
Una vez más, es obligado hacer una mención aparte a las labores desarrolladas por el pequeño grupo de intelectuales de izquierdas que apoya la revista regional Andalán, la cual atraviesa hoy unos momentos de grave dificultad económica, que se han desarrollado precisamente a raíz de la demanda judicial planteada contra esta publicación por el director general de la caja de ahorros más importante de toda la región, José Joaquín Sancho Dronda, convertido desde hace meses en el destinatario de soterradas y temerosas críticas por parte de estos «andalaneros», a quienes el señor Sancho Dronda acusara un día de injurias. contra su persona, proferidas en letra impresa. Esas supuestas injurias parece que le van a costar más de un millón de pesetas al grupo promotor de Andalán.
Pues, a pesar del duro descalabro económico ordenado por los tribunales para resarcirle el honor a este símbolo inequívoco del capitalismo regional, la revista ha seguido dando a luz en torno suyo algunas pequeñas iniciativas culturales de cierto valor, salvo contadas excepciones y siempre bajo una alternativa inicial de izquierdas.
Porque en tomo a Andalán gravitan la práctica totalidad de los cantautores aragoneses en candelero, empezando por el propio Labordeta, que además ostenta el cargo de presidente de la junta, o del consejo de administración, de Andalán. Labordeta h alanzado este año un nuevo disco de larga duración que, a juzgar por la acogida en el mercado, podemos situarlo entre los más flojos de su producción. Junto a Labordeta, el promotor- artesano aragonés Plácido Serrano ha seguido intentando encontrar la esencia regional a través de la música y ha patrocinado también la aparición de otro «elepé» conteniendo las últimas experienciasfoik del grupo Boira.
Al lado de Plácido Serrano han seguido apareciendo los cantautores aragoneses más «exportables» de estos últimos años. Me refiero a los que componen el grupo La Bullonera, ovacionados por las multitudes y odiados por algunos de los últimos gobernadores civiles franquistas que ha tenido la provincia de Zaragoza. El dúo aragonés ha vuelto a rodearse de espléndidos arreglistas para lanzar al mercado su disco de 1979. Ellos, los de La Bullonera, han tenido más suerte que otros cantautores, como Joaquín Carbonell y Tomás Bosque, a quienes parece que la ley de la oferta y la demanda en el mercado discográfico ha podido dejar en la estacada. Quizá por aquello de que el realismo socialista sigue estando reñido con el hit parade, salvo en aquellas ocasiones en las que al realismo socialista se le sepa adornar con galas épico-burlescas (La Bullonera) o con factores extramusicales a lo PSUC, como en el caso de Labordeta. Ante esos ejemplos, y en contadas ocasiones, el ranking de la popularidad puede llegar a doblegarse.
También ha habido una de arena en todo este pequeño amasijo de inquietudes aragonesas. Un grupo de intelectuales muy localizados y muy inmersos en sus propias teorías ha conseguido este año una subvención extraordinaria de la Diputación Provincial de Zaragoza para inventarse ni más ni menos que una especie de «guía cultural» de esta inmortal ciudad, incluyendo en sus páginas la arrojada idea de una relación o nomenclátor de ay,atoMahs culturales de Zaragoza.
Fácil es suponer que la lista de los «supercultos» imaginada por este grupo, cercano a ciertos sectores del «colectivo Andalán», ha despertado las iras de cuantos zaragozanos han llegado a tener acceso a las primeras pruebas de ese opúsculo maniqueo. En él se hacen, como digo, relaciones y listas por si alguien, en un momento dado, necesitara de un conferenciante, de un músico, de un poeta, de un periodista y hasta de un profesor de cualquier cosa. Y después de la relación de nombres se viene a decir algo así como: «... y pare usted de contar.» Me parece que los no incluídos en la relación no, han parado ni de contar ni de lamentarse por un maniqueísmo de tal envergadura que ha sido subvencionado precisamente por la primera Corporación provincial democrática de Zaragoza.
Esa, como digo, es «la de arena» en este año cultural aragonés -sobre todo, y desgraciadamente, zaragozano-, transcurrido sin grandes aportes cara al futuro. Las insignes figuras aragonesas del arte y la cultura siguen fuera de la región, con sus ojos puestos en otros sitios, y sólo cuando les llega la hora final -Camón Aznar- retornan a su terruño. Han existido, sí, esporádicos y modestos intentos de reconquista a los tradicionales nombres de la cultura aragon esa, tales como la primera edición en Aragón de las obras de Ramón J. Sender, voluntariamente exiliado en Califórnia, y un corto etcétera.
Los hombres y las mujeres del grupo experimental de La Taguara siguen un año más, esforzándose por llevar teatro popular a los pueblos de Aragón, en vivo y sin ningún tipo de mistificación. Otros grupos teatrales de Aragón han venido arrastrando, sin embargo, una lánguida existencia, mantenida por un viejo prestigio que, día a día, se va consumiendo en las flacas memorias populares. Su presencia viva en los escenarios de Aragón cada vez es más escasa y pobre.
Junto al nacimiento de nuevas y embrionarias colecciones editoriales, de cuyo alcance real no se puede ni siquiera intentar un balance provisional, dada su bisoñez, otras iniciativas en este orden, que parecían orientarse hacia grandes realizaciones para una renovación cultural de la región aragonesa, se han quedado mudas, inexplicable y tristemente mudas.
A su lado, y cara al exterior de los límites aragoneses, Gabriel García Badell ha seguido manteniendo su bandera de eterno finalista del Nadal, y Encarnación Ferré ha concurrido, una vez más, a nuevos premios literarios con relativo éxito, y en esto tampoco ha pasado nada, salvo un año más.
Junto a este panorama poco halagüeño de una actualidad cultural muy poco viva, los adivinadores vaticinan un pronto renacimiento de viejas estructuras en la región. Uno de estos renacimientos podría corresponder a la docta, oficial y hoy anquilosada institución cultúral Fernando el Católico, de Zaragoza; otro, el de los premios anuales concedidos por diputaciones, ayuntamientos y demás entidades oficiales, los cuales habían quedado reservados, desde hace unos años, a variaciones sobre un mismo y vacío tema, ditirámbico y provinciano, con más aromas a j uege floral que a iniciativa cultural.
PROXIMO CAPITULO: El lentodespertar de Burgos.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.