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Miguel Bosé, dudoso

En pleno diálogo gracianesco, preguntaba el autor al aire suyo: «¿De modo que se hace un rey?» Y un canónigo quiso darle así la respuesta: «Sí, que no se nace hecho; gran asunto de la prudericia y de la experiencia, que son menester mil perfecciones para que llegue a tan grande complemento. Hácese un general a costa de su sangre y de la ajena, un orador después de mucho estudio y ejercicio; hasta un médico, que para levantar a uno de una cama echó a ciento en la sepultura. Todos se van haciendo, hasta llegar al punto de su perfección.» Mucho es menester, pues, para alcanzar el colmo de perfecciones y de prendas.Mucho, sí, como aquí bien sabe el sonriente y saltarín Miguel Bosé. A su manera, este producto de superfamosos se ha ido haciendo sin trampa y sin cesar. Ya es el primero en la canción ligera, mientras Camilo se congela inexpresivamente y a Julio Iglesias lo convierten en un Sinatra de sacristia, Miguel Bosé canta. Miguel Bosé baila. Miguel Bosé actúa. Y, de cuando en cuando, como le pasa a todo el mundo, hace declaraciones desafortunadas; rueda de la fortuna: para levantar a uno, hay que sepultar a ciento. Pero ahora el mozo se ha pasado del rosa al amarillo. Ya no es la frase equívoca que luego recupera con acentos machistas. Ya no es sólo un desliz. Es el primer capítulo, ni más ni menos, de su vida secreta, publicado «para vosotras, sus seguidoras» en un garboso semanario. ¡Guay!

Miguel cuenta su vida. Para ello, nos muestra un ramillete de fotos personales con comentarios de su puño y letra. Ninguna imagen tiene desperdicio, si bien podremos conformarnos, como ejercicio de memoria, con tres de ellas. En una queda reflejado bebé Bosé, mirando al frente muy seriecito y hasta con una pizca de tristeza. La pluma del Bosé actual va y anota: «Nunca hasta hoy me habían gustado los coches. Faldones y a lo bestia. ¡Angelito! Ya empezaba a quedarme dudoso... » La duda, al parecer, prosigue.

La equivocidad precedente recibe confirmación, por otro lado, con una foto del bebé sentado, siempre perplejo, provisto de una cadena al cuello y con un fragmento de una niña que juega al fondo, a la derecha. La pluma escribe, entre otras cosas: «La medalla de la Virgen de Carrascosa del Campo y mi hermana Lucía enseñanzo cachas. » Secuencia buñuelesca.

Tercera perturbación. El padre de Miguel, risueño, ojos cegatos de felicidad, mentón rozando la sien del niño, sostiene a éste entre sus brazos y parece invitarle a tocar una guitarra de juguete. Dice la pluma: « ¡Que lo mío no es la guitarra, papá! Yo quiero ser astronauta y amerícano. Y tan viejo y listo corno Picasso. Como Pablo.» Textual.

Duda. Contraste. Aspiración. Tres momentos secretos de una vida. Y hay más; para irse ha ciendo, para alcanzar la perfección. Abran los ojos y cierren la boca. «A los quince días me hicieron pasaporte panameño y me mandaron aquí, a Madrid, con el picador de mi padre. ( ... ) Entonces, el primer biberón que me dieron me lo dio el picador -que se creyó que me estaba metiendo la pica- y casi me mata: le habían dado, para tres biberones, tres dosis, y me lo dio todo de un goIpe.» ¡Angelito! Con tan tremenda pica, es normal que empezaras a quedarte dudoso.

La historia continúa: «Empecé a crecer, me hice rubito y tal, con rizos. Me acuerdo de que me regalaron un caballo muy grande, que me gustaba, pero que odiaba a muerte porque no me pude subir en él hasta que tuve ocho años; era un caballo de cartón, era una mula, algo bestial; o sea, tamaño natural. No sé a quién se le ocurrió la brillante idea de regalarme eso. Es una cosa de infancia que me traumatizó bastante.» ¡Angelito! Si de la pica pasas al caballo grande -ande o no ande- es normal que empezaras a quedarte dudoso.

Llegamos al momento supremo, después del pico triple y del acartonado bestialismo: «De repente, nos mandaron a Francia, a casa de Picasso. Estuvimos viviendo con él mucho tiempo. ( ... ) Por la mañana, mi hermana Lucía y yo nos metíamos con él en la cama: él nos leía el periódico y yo no.me enteraba de nada.» ¡Angelito! Y tú no te enterabas. Con tan rnalas entendcdcras en mcdio de esos lienzos prodígiosos, es normal que empezaras a quedarte dudoso.

¡Sé, pues, el pregonero de la duda, no de su negación! No sigas ahí sentado, cielo, como un ángel en manos de un barbero.

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