Ambigüedades de un viaje presidencial
LOS TANTEOS de la España democrática para perfilar, primero, y poner en ejecución, después, una nueva política hacia Latinoamérica merecen el elogio del que son siempre deudoras las buenas intenciones. Pero también exigen un examen sereno de las comprensibles carencias de una línea de actuación todavía hipotecada por las pesadas herencias del pasado y lastrada por la improvisación y las metas a corto plazo. El viaje del presidente Suárez, que ha emulado con el despliegue de su séquito a los mandatarios de las grandes potencias o a los jeques de los países petrolíferos, pese a que nuestro dificitario presupuesto no puede equipararse a tales modelos, se inscribe, así pues, en esa elogiable búsqueda de caminos para lograr nuevas fórmulas de concertación con las repúblicas americanas que hablan nuestro idioma y participan de nuestra cultura. El análisis de algunos de los gestos y de los discursos del presidente del Gobierno en este periplo podría llevar a la precipitada conclusión de que estamos presenciando los primeros frutos de una estrategia meditada y a largo plazo de la acción de España en Latinoamérica y, en un plano todavía más general, de una política exterior a escala planetaria que trata de encontrar un lugar al sol modesto, pero independiente de la política de bloques. El encendido rechazo de la subordinación a las superpotencias hegemónicas expresado por el señor Suárez en Brasil, aunque menos articulado y convincente que el discurso del Rey en China hace un año, y el anuncio de que España asistirá como invitada a la reunión de La Habana, no deben, sin embargo, ser aislados de un contexto más amplio en el que figuran compromisos de otra índole y condicionamientos geopolíticos. En esa perspectiva, las contradicciones entre la opción fervorosamente atlantista de UCD y la asistencia a la conferencia de países no alineados, entre nuestra subordinación respecto al centro hegemónico del bloque occidental y las críticas en Brasil del señor Suárez a las superpotencias no constituyen necesariamente una esquizoide manifestación de doble lenguaje ni tampoco una simple estratagema, sino que pueden ser el resultado, no demasiado reflexivo ni madurado, de una indefinición general y de una pugna entre los buenos deseos y las malas realidades. Cabría, sin embargo, pedir al Gobierno y a su partido que fueran lo suficientemente conscientes de la ambigüedad de su proyección exterior como para afrontar el trabajo teórico de llevar hasta las últimas conclusiones las antinomias de su actual política internacional y la labor práctica de instrumentar, también hasta sus últimas consecuencias, la línea que resultara de tales reflexiones. No se puede estar repicando y en la procesión, y al herrar no conviene quitar el banco. Y para que la opinión pública se halle en condiciones de expresarse a favor o en contra de la política exterior que el Gobierno propone a la sociedad española es preciso saber antes, fuera de ambigüedades e imprecisiones, cuáles son las grandes opciones por las que el presidente del Gobierno realmente apuesta.
Por lo demás, el viaje del presidente Suárez a Brasil y Ecuador ha marcado, con un doble gesto, la simpatía y el apoyo de la España constitucional hacia los países que se esfuerzan por sustituir las formas de dominación dictatorial por sistemas más próximos a los regímenes democráticos. Mientras que los excesivos apoyos a determinadas formaciones políticas en países donde existen los turnos de poder pueden producir -como en Venezuela tras la derrota de los adecos y el triunfó de los copeianos- molestos e innecesarios enfriamientos en las relaciones con España, y mientras la presentación del señor Suárez como viajante de la pócima mágica para desmantelar dictaduras desde dentro puede suscitar -como en Brasil- irritación o chanzas, el respaldo de quienes combaten - por las libertades, dentro de los límites de los usos diplomáticos, debería constituir una línea inquebrantable de nuestra estrategia en Latinoamérica. Y en este sentido, el rápido envío al Congreso del estatuto del refugiado político y la previsión de normas especiales, dentro de su ámbito, para los ciudadanos latinoamericanos que huyen de las dicta duras sería una prenda material mucho más segura que ,diez viajes y cien discursos, de la firmeza y profundidad de ese nuevo compromiso de España con los hombres y las mujeres que hablan nuestro idioma y que quieren para sus países un régimen de libertad y de democracia como el que les animamos, con las palabras, a conquistar. Y si no bastara con los principios, los pragmáticos podrán entender el lenguaje más prosaico, de las conveniencias. Porque no es improbable que en muchos países latinoamericanos que hoy padecen regímenes dictatoriales ocupen mañana el poder gentes hoy exiliadas, al igual que ha ocurrido, hace menos de un mes, en Nicaragua. La inclusión de España, a título de observador, en la comisión política del Pacto Andino constituye un éxito diplomático, cuya verdadera dimensión sólo podrá ser apreciada cuando se conozca, a ciencia cierta, lo que esa incorporación suponga, en términos reales, para nuestra política internacional y cuando ese bosquejo de organización regional latinoamericana se convierta en algo operante. En cualquier caso, es el único fruto palpable del viaje del presidente.
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