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Declive definitivo del Festival de Teatro de Avignon

Ayer se clausuró la 33ª edición del famoso certamen francés

Ayer terminó el 33º Festival de Teatro de Avignon (Francia). El acontecimiento teatral más importante de esta temporada habrá sido la dimisión de su director, Paul Puaux. Este hecho, para muchos, quiere decir que el célebre festival ha iniciado su declive fatal. Una especie de epitafio figuraba ayer en el resumen que hacía algún comentarista: «Balance de un festival sentenciaba, «Jean Vilar, murió; Paul Puaux, dimite; el negocio continúa.»

El Festival de Avignon figurará entre las efemérides de la historia del teatro francés de la posguerra mundial como uno de esos inventos específicos del minucioso y lucrativo quehacer cartesiano que los galos manejan como nadie: todo se hace en nombre del arte, de la creación, no es posible decir «esto es un camelo», pero apenas el entusiasmo asoma la nariz, los mercaderes profanan el templo (o quizá los creadores no eran más que mercaderes vivillos) y el comercio lo devora todo. El universalmente concurrido Teatro de las Naciones, que culminó durante los años sesenta en el Sarah Bernardht (hoy teatro de la villa), fue un ejemplo de esta ciencia consistente en anunciar el paraíso para, a la postre, acabar en un cierto neant (nada).

Un teatro de funcionarios del arte

Jean Vilar, creador del Festival de Avignon, fue también el inventor del Teatro Nacional Popular (TNP),que también durante los años sesenta sirvió de modelo, en Francia y en el extranjero, a todos los que confundían las posibilidades de creación con el arte engagé. Era la época en la que ser de izquierdas consistía en ir al TNP a ver El alcalde de Zalamea, cuidadosamente machacado por el señor Vilar para lesionar a muerte al gaullismo.El Festival Vanguardista de Nancy, más recientemente, fue otro modelo que, por su aire juvenil, tras su desaparición, dejó un vacío menos amargo.

Por fin, el Festival de Avignon, después de la temporada decepcionante terminada ayer, parece destinado a correr la misma suerte que sus hermanos gemelos: «Este teatro se ha convertido en un teatro de funcionarios del arte. En consecuencia, si Avignon va a continuar siendo la fiesta de ese tipo de teatro, es preferible que se precipite su caída, que reviente», escribía ayer un crítico exigente.

Tras los primeros años de sorpresa (la ciudad de los papas, escenarios al aire libre, compañías inéditas, intentos creadores), el Festival de Avignon se convirtió en el lugar in al que había que ir. Durante los últimos años el festival no aportaba gran cosa, sino que se convirtió en un escenario diferente, veraniego, para exhibir nombres u obras consagradas. Este año, cada cual coincide en que los festivaleros fueron a ver a Peter Brook, el conocido director de escena británico afincado en Francia, y a la señora Mnouchkine, la creadora en Francia del «teatro del sol», que, en su día, operó una cierta renovación escénica. Todo lo demás ni interesó ni lo contrario. Fue víctima de la indiferencia.

El destino de Vilar

En Avignon, como en el TNP parisiense, Jean Vilar, gestor reconocido y hombre de izquierdas profesional es muy posible que resbalara sobre la expresión teatral sin romperla ni mancharla. Mientras vivió, por ser de izquierdas sobre todo, nadie se atrevía en Francia a criticarlo. Después, las lenguas se desataron poco a poco y hoy, se escucha con frecuencia que, en verdad no fue un renovador del arte escénico sino que, en unas circunstancias sociopolíticas determinadas llevó al teatro a un público que después olvidó el teatro. Su sucesor en Avignon, el señor Puaux, que colaboró con él desde el principio, nunca ocultó que su ambición consistía en «ser fiel al espíritu Vilar».

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