Enrique Pérez de Guzmán en El Escorial
En pleno verano mantiene sus actividades musicales el Coliseo Carlos III, de El Escorial. Lo que significa una posibilidad para aquellos madrileños interesados en no reducir la escucha a las transmisiones radiofónicas. A veces, el concierto dominical escurialense puede cobrar especial relieve, como es el caso del recital ofrecido por Enrique Pérez de Guzmán.De regreso de Argentina, Uruguay y Brasil, en donde nuestro pianista obtuvo éxitos de consideración, Pérez de Guzmán nos dio sus versiones de Soler, Chopin y Enrique Granados. De alguna manera, Soler fue entendido un poco como Granados interpretaba a Scarlatti. Esto es: pensándolo en piano, un piano que no debe evocar al clave y otorgándole una amplitud expresiva de cierto vuelo.
Coliseo de Carlos III
San Lorenzo de El Escorial. Recital de E. P. de Guzmán. Obras de Soler, Chopin y Granados. 5 de agosto.
Frente al romanticismo de Chopin y de Granados, Pérez de Guzmán tendió a «quitar hierro», sobre todo en el caso del español, cuyos pentagramas de gran talante improvisador, pueden resultar peligrosos y hasta incitadores al exceso expresivo.
El acierto de Enrique Pérez de Guzmán estuvo, precisamente, en no negar espíritu romanticista a las Goyescas, pero midiéndolo a partir de lo que es su última célula ideológica: la « tonadilla», el «folklore» ciudadano de Madrid o, por extensión, de Castilla (La maja y el ruiseñor es reducible, en su esencia, a una jotilla castellana). Hay, además, el sentido del color y el del gesto, el «barroquismo» del juego armónico y esa especial sensualidad sonora de los compositores que crean al contacto con el teclado. Lo que, con todo lo que separa a un músico de otro, es válido para Chopin, en el precioso intimismo del Nocturno, op. 9, número 1, o en el desarrollo virtuosista de la Barcarola, op. 60.
Confirma en cada actuación, Enrique Pérez de Guzmán, la solidez de su técnica y la depuración de su pensamiento, revelador de muchas horas de meditación y de hacerse problema de las cosas. Se define así la madurez de una personalidad y la imagen de un artista brillante, íntimo, fiel a la letra y al espíritu de los pentagramas y con capacidad de mensaje individual. La prolongación del programa con Muchachas en el jardín, de Mompou, y la marcha de El amor de las tres naranjas, de Prokofiev, rubricó una sesión de gran categoría, envuelta, en todo momento, en los aplausos del auditorio.
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