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Reportaje:PAIS VALENCIANO

Después de los incendios, los habitantes del valle de Ayora, están obligados a emigrar

Cuando los ayorinos saben que han de sacar en unos meses, de los árboles calcinados, su última rentabilidad maderera por cincuenta años, no hacen más que resaltar la consecuencia más grave de los incendios que asolaron su término, junto a otros diecisiete más (en total, un 25% de la masa forestal de la provincia resultó destruido), durante la tercera semana de julio. Por muchas décadas han perdido una de sus principales fuentes de ingreso, que en pocos meses deben aprovechar y vender, antes de que sea inservible, y, tras esta venta obligada, buscar otra ocupación o emigrar.

El valle de Ayora y la comarca de Enguera registran los índices más altos de paro y de emigración a la capital de la provincia de Valencia. Su economía, ganadera y forestal, con una preponderante dedicación a la apicultura, no permitió superar las cotas depresivas de la comarca, abocada a ser la zona más despoblada de Valencia, pese a considerarse en los despachos de la Diputación Provincial de atención preferente. A mediados de los años setenta llegó la central nuclear de Cofrentes, pero en su ubicación no existían razones de favorecer a largo plazo la expansión de la zona, sino más bien mantener su baja densidad de población y aprovechar la poca instrucción de sus gentes para limitar acciones de oposición antinuclear.La instalación de la central, ciertamente, ha producido por unos años un optimismo debido a los sueldos de 80.000 y 100.000 pesetas que cobran muchos de los 2.000 trabajadores. Aunque este espejismo atómico acabará pronto, en cuanto entren en funcionamiento, antes de 1982, sus instalaciones, con poco más de un centenar de trabajadores en su plantilla. «Tenemos una falsa vida, producida por los ingresos de la nuclear, que están a punto de acabarse. Sólo durarán dos años», comenta un vecino de Cofrentes». «Aquí, en cuatro años, no va a haber un jornal y los ingresos desaparecerán en todo el valle, desde este pueblo a Almansa.»

El fuego ha destruido los medios de subsistencia

Los virulentos incendios no han hecho más que agudizar este futuro incierto de los 12.000 habitantes del valle, preocupados hoy por acelerar una salida. «Nos van a declarar zona catastrófica; pero si no tenemos pasto donde llevar el ganado, ¿vamos a tener que vender también nuestros animales?», afirma Graciano Gozálvez García, alcalde de Jerafuel, conocido entre los vecinos como el Tres Ges. Ya lo advertía también Dionisio Landete, dueño del bar de Teresa, de Cofrentes, a sus clientes: «¿De dónde va a salir la leña ahora, de dónde las colmenas, de dónde los jornales de serrar los árboles? Todo se ha quemado.»El fuego ha tocado a todos, a unos más que a otros. Los propietarios de parcelas han visto reducido el valor de su madera en un 40% ó 50%, madera que deben aprovechar en un plazo máximo de seis meses para evitar que se agusane. La autorización para esta tala depende del Icona, organismo al que los damnificados exigen no conceda permisos de «corta en verde» en otras zonas de la provincia, y así obligar a que las serrerías y los madereros absorban durante este año las 40.000 hectáreas de sus montes quemados.

«Se impone un sistema para dar salida a esta madera, de forma que no haya un exceso de oferta súbita, evitando el hundimiento de precios mediante la fijación de éstos por el FORPPA o recurriendo a la concesión de primas», agregan fuentes de la Cámara Agraria. El plazo aconsejable para la salida al mercado de esta madera es de dos años, período en el que se podría levantar alguna industria de transformación maderera en el valle, para no transportarla, como en la actualidad, a otras comarcas, favoreciendo así la creación de puestos estables de trabajo.

Los animales, sin pastos

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El porvenir para los millares de cabras y ovejas del valle aparece más incierto. Del término de Ayora, 10.000 cabezas de cabra blanca ya han emigrado a otros pastos, mientras de 2.000 a 3.000 permanecen por unas semanas en una finca de Icona.«Después se van a tener que malvender, porque nos hemos quedado sin pastos», afirma el alcalde socialista de Ayora, Manuel Piqueras. Las arcas municipales de Jerafuel, con la pérdida de los pastos comunales, dejarán de ingresar anualmente más de un millón de pesetas, igual a una tercera parte de su presupuesto. «No nos sirven los ofrecimientos de créditos que nos han hecho los bancos y la caja de ahorros, porque es una forma de hipotecarnos», dice su alcalde. «El dinero que saquemos de la venta de la madera y del ganado tenemos que invertirlo en la repoblación del monte y no dedicarlo a la devolución de préstamos.»

De estos negros augurios sólo se salvaría la riqueza apícola, que, aunque ha desaparecido en gran parte el romero para las abejas, no afectaría a la construcción en este lugar del primer centro apícola nacional, versión modernizada de un centro yugoslavo. Su puesta en funcionamiento se producirá en breve plazo con el aprovechamiento de colmenas de otras zonas.

Los moradores del valle sabían que algún día se produciría la catástrofe. «El día que pegue un chispazo no habrá quien pare el fuego hasta que llegue a la Albufera.» La zona siniestrada era un polvorín, donde los matorrales bajos alcanzaban gran altura, por no permitirse el pastoreo de cabras, que se alimentan de ellos. La leña se encontraba amontonada y reseca, los cortafuegos no estaban limpios, y las previsiones de extinción, limitadas a una brigada de Icona con dotaciones inservibles. A medida que el incendio se incrementó, algunos vecinos, desmoralizados, se volvieron a sus casas a esperar «que arda el mundo entero».

Icona llegó tarde

El chispazo de lo que ha sido calificado como la mayor catástrofe forestal de España se produjo en una finca de repoblación, Casa Aliaga, en la carretera de Ayora a Bicorp. Ocho muchachos que pasaban por su proximidad vieron cómo una chispa produjo fuego y acudieron al pueblo a recoger agua, al tiempo que avisaron a la Guardia Civil. Desde las 12.30 de la noche hasta las siete de la mañana hicieron con su furgoneta numerosos viajes, hasta que consiguieron sofocarlo. Poco después, sin embargo, dos de ellos, no convencidos, acudieron de nuevo al lugar en auto-stop, para comprobar que no quedaba rastro de fuego. «Al llegar», comentan, «vimos que se había reproducido y llevaba un frente que para dos personas era imposible de controlar.»Los medios de extinción llegaron tarde y resultaron insuficientes cuando el fuego se incrementó hasta alcanzar un frente, días después, de cuarenta kilómetros. «Da que pensar, con un frente tan amplio, que el fuego en algún punto fuera provocado», comenta el alcalde de Ayora; «pero yo no lo creo así, porque la extremada sequía, que ha hecho que en dos años cuarenta fuentes de nuestra sierra se hayan secado, la abundancia de monte bajo, la escasez de cortafuegos útiles y las liebres, conejos y pájaros encendidos actúan como elementos propagadores del fuego, sin necesidad de provocarlo.»

Junto a la creación de parques forestales de extinción, los habitantes del valle reclaman una gestión diferente de los bosques que les quedan, porque no se trata de recordar que «cuando un monte se quema, algo suyo se quema», sino procurar que no arda, sea de particulares, comunal o del Patrimonio del Estado.

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