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Impresionante cogida del banderillero Pelucho

Plaza de Valencia. Tercera corrida de feria. Toros de Sepúlveda, con trapío y poder; bravísimo el segundo; el sexto derribó dos veces. Angel Teruel: división de opiniones y silencio. Dámaso González: oreja y oreja. Niño de la Capea: vuelta y silencio. El banderillero José Pérez Perucho sufrió dos cornadas en un muslo; la primera, de veinte centímetros, que penetra en músculo sartorio y basto interno y penetra en fosa isquirectal, produciendo grandes destrozos, y la segunda, de veinticinco centímetros, con orificio de salida, que también produce grandes destrozos; profusa hemorragia y schock traumático. Pronóstico grave. ENVIADO ESPECIAL, Tremenda, escalofriante, la cogida que sufrió Pelucho en el primero de la tarde. El toro le arrebató el capote, tiró un derrote a la axila del que se libró el torero, el cual echó a correr, pero apenas había iniciado la carrera el animal le alcanzó por detrás lanzándole al aire, y sin dejarlo caer, le prendió por un muslo Ahí quedó ensartado Pelucho y el toro no le soltaba. Antes bien crecido, llevándole en el pitón como un trofeo, salió del tercio, en el tendido siete, cruzó el ruedo a toda velocidad y llegó hasta el tendido tres, donde, con violencia salvaje lo estrelló contra las tablas. Sólo entonces las cuadrillas pudieron hacer el quite. Rápidamente se llevaron a Pelucho a la enfermería. Iba, el pobre, desmadejado. Un cogida horrorosa.

El toro tenía trapío y casta, y esta es la otra noticia de la corrida: que los sepúlvedas, habitualmente flojos y aborregados, salieron con cuajo, casta y poder, y gracias a ello pudimos presenciar un espectáculo de primera magnitud. Nadie se aburrió ayer en Valencia, nadie podía hablar de la decadencia de la fiesta. Por el contrario, el público vivió el festejo al segundo, pendiente de cuanto sucedía en el ruedo. Y los toreros tuvieron que poner los cinco sentidos para lidiar, y frecuentemente para librar las arrancadas de las reses. Los subalternos pasaron muchos apuros. El Gallo se vió arrollado; Pacorro, al límite de la cornada; Tito de San Bernardo escapó por milímetros en, un arriesgado par de banderillas.

Entre los sepúlvedas hubo de todo: mansos declarados y bravos. Y un ejemplar excepcional merecedor de la vuelta al ruedo, que absurdamente no se le dio. Fue este el segundo que, después de recelar de los capotes a la salida, se fue arriba, tomó absolutamente entregado un puyazo durísimo e interminable, en dos tiempos, y se revolvió con gran estilo tras el quite. Tenía dos boquetes enormes en el morrillo, sangraba a borbotones, pero a banderillas se arrancó de largo, con alegría, y en la muleta no paraba de embestir. Volvió loco, al principio, a Dámaso González, y quizá cualquier otro torero las habría pasado amargas para dominar aquel vendaval de bravura. Sin embargo, el albaceteño, a fuerza de tesón, de confiarse, de templar, de mandar, consiguió series de naturales y derechazos que pusieron en pie al público.

En el quinto, de características totalmente opuestas -manso y bronco, con clara querencia a tablas, incierto por el derecho-, nuevamente Dámaso González, un caso único de pundonor, consiguió embarcar al animal en una faena emocionante. En sus postrimerías, el toro se coló y Dámaso salió por los aires, como cohete, para caer en picado, pero volvió a la cara del animal, cuajó más derechazos, espaldinas, circulares, ¡la locura! Consiguió así otro éxito legítimo, memorable, que le afianza en su condición de torero predilecto de la afición valenciana.

El sexto derribó dos veces con estrépito, partió la vara en el siguiente encuentro, recibió un puyazo de mucho castigo. Era un manso sin paliativos que se refugiaba en chiqueros y el Niño de la Capea no se confió. En cambio, al tercero, flojo y muy noble, le toreó con mucho más reposo de lo que en él es habitual, y aunque no faltaron en la faena algunos tirones, hubo dos tandas de naturales bonitos y suaves, instrumentados con la mano muy baja. A este mismo toro le hizo un excelente quite por chicuelinas.

Los toros de Angel Teruel no fueron tan malos ni tan buenos como los de sus compañeros, y los muleteó en esa línea de rutina en la que lleva metido tantos años. En el cuarto le abroncaron con furia, simplemente porque había renunciado a poner banderillas.

La corrida resultó un magnífico espectáculo, y no porque saliera buena, sino porque fue auténtica. La fiesta es -debe ser- así. El hecho de la lidia tiene un atractivo insuperable simplemente cuando hay toros verdaderos en el ruedo. Aunque pueda surgir la tragedia, como lamentablemente estuvo a punto de ocurrir ayer. La cogida de Pelucho fue de pesadilla.

Moura, al estribo

Por la correcta interpretación de nuestra crónica de ayer interesa hacer esta aclaración: entre las maravillas que decíamos del toreo ecuestre de Moura, concretábamos algo así como que reunía a la grupa. ¡Oh lapsus! Es como decir que un diestro a pie magnifica el redondo con el pico de la muleta y el paso atrás. No fue errata; fue, como queda dicho, lapsus, que quizá se explique por la celeridad con que hemos de escribir y dictar las crónicas, pues las corridas de Valencia acaban tardísimo. Rectifiquemos como es debido: Moura, gran torero a caballo, reunía al estribo; siempre, siempre al estribo. Seguramente el lector aficionado subsanó por su cuenta el error, pero era obligada esta aclaración.

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