Alemania Federal reaviva el capítulo de su resistencia interna contra Hitler
Contra Hitler: «Hemos de procurar por todos los medios», señaló el canciller, «que los horrores del pasado no vuelvan a repetirse jamás. Quien se lo proponga, quien se proponga impedirlo, debe mantenerse vigilante, debe exigir a todos los demócratas que se mantengan alerta, que neutralicen todo tipo de extremismo, de derecha y de izquierda.» El jefe de relaciones parlamentarias de la fracción socialdemócrata, Gerhard Jalin, ha concretado en una nota de prensa el sentido de esta vigilancia: «Hemos de combatir a través de los tribunales y de la oficina de literatura juvenil la oleada de propaganda sonora, escrita y gráfica de orientación neonazi, que trata de presentarse como documentación objetiva. Hemos de procurar que esta parte de nuestra historia -la resistencia contra Hitler- permanezca viva y no como un simple recuerdo.» En el sector político derechista, Franz Josef Strauss, candidato del CDU-CSU a la cancillería, ha calificado la actuación de los conjurados del 20 de julio de 1944 como «un legado con el que debemos sentirnos obligados».Una fecha
incómoda
El 35 aniversario de la fracasada intervención del conde Stauffenberg en la sala de mapas de Rastenburg no es para los alemanes una fecha cómoda. El propio Schmidt dijo en su introducción televisada: «Ciertamente, el Estado de derecho que es la RFA, en la que vivimos desde hace treinta años como ciudadanos libres, no corresponde a la idea de Estado que se habían hecho los hombres y mujeres de aquel 20 de julio, pero esto no disminuye en nada la grandeza y la importancia histórico-moral de su intervención.» Aquel capítulo ofrece, sin embargo, matices que no todos los alemanes aceptan sin más. Un 40% de ellos, según una encuesta reciente, no identifica la fecha con el atentado, ni vincula a éste la figura de Stauffenberg. De los que recuerdan o conocen por la literatura. aquel episodio, el 40% lo justifica y un 29%, lo rechaza corno procedimiento para derrocar a un régimen dictatorial.
La conciencia del alemán, muy sensibilizada para todo lo que signifique terrorismo, sobre todo tras las campañas oficiales de los dos últimos años, choca en este aniversario de «Valkiria» con la realidad de un golpe armado con motivaciones éticas que justificarían aquél. El diario liberal-conservador de Munich, Sueddeutsche Zeitung, comentaba ayer: « Los conjurados optaron por el atentado, no movidos porque la obediencia a la patria les exigiese la muerte, sino porque esta obediencia les exigía llegar a lo abyecto, al crimen, al asesinato. Para ellos fue una opción desesperada.» El también liberal-conservador Frankfurter Allgemeine Zeitung dice, bajo el título «Aniversario difícil»: «¿Qué nos hace falta para reconocer que nos enfrentamos a una tragedia? ¿No nos avergüenza respecto de los hombres del 20 de julio el no acortarla distancia que nos separa de una valoración de su intervención? La sublevación del 20 de julio no es ciertamente un episodio.que pueda comprenderse con las leyes de la historia política, sino un suceso moral, como el suicidio de Catón. »
Elogiar
la resistencia
Como exponente del interés actual de la RFA por revitalizar el capítulo de la resistencia interna contra Hitler, y como freno contra la impresión dejada por la seríe Holocausto, los partidos políticos se han esforzado en recordar que también hubo alemanes que actuaron contra la dictadura. La democracia cristiana (CDU) se ha apresurado a presentar un libro en el que compendia las declaraciones hechas por sus políticos, desde 1954, en relación con el 20 de julio de 1944. Sin embargo, persiste el problema de fondo: la primera resistencia, desarticulada en 1933, estuvo constituida por militantes comunistas y socialdemócratas. Desde entonces, y con la excepción de algún grupo cristiano radical, como la organización Rosa Blanca, la resistencia se limitó a un sector militar y aristocrático en el que dominaba la convicción de tener que eliminar a Hitler por la fuerza de las armas, mediante un atentado. Esta sensación de ínipotencia respecto de otros métodos, como una resistencia pasiva generalizada progresivamente, resucita el problema de la adhesión de la mayor parte del pueblo alemán a la figura de Adolf Hitler, incluso en los meses finales del Tercer Reich.
"Valkiria", ¿una
operación oportunista?
A principios de 1944 el Ejército alemán se hallaba a la defensiva en todos los frentes. El momento era propicio para que resurgiese una oposición dispuesta a salvar a Alemania del naufragio final. Pero los aliados estaban dispuestos a presentar ante la historia una imagen compacta del pueblo alemán en torno a su führer, y rechazaron las ofertas de una oposición larvada, en la que incluso llegó a figurar el propio Himmler, jefe de las SS. Eliminados los núcleos comunistas y socialdemócratas, y replegado el centro a una posición de absoluto ostracismo, sólo quedaban el Ejército y la Iglesia como base de actuación contra el dictador. Pero ambos estaban divididos. Dentro de los sectores partidarios de una actuación contra Hitler, la oficialidad no sintonizaba sin más con la posibilidad de un atentado. Numerosos militares pensaban que ello hubiera significado la violación del juramento prestado al führer, una «puñalada por la espalda» contraria al honor militar prusiano. «La historia de la resistencia alemana», escribe Joachini C. Fest, «debe considerarse como una historia de escrúpulos, contradicciones y confusiones. » La Iglesia, dividida entre colaboracionistas y míembros de la «iglesia de la confesión», o testimonial, ofrecía un panorama similar.
A partir de la primavera de 1943 proliferan los intentos de asesinato de Hitler: Von Gersdorff, Von Tresckow, Von der Bussche, Von Breitenbuch, Von Kiest, el coronel Stieff, representan otros tantos golpes fallídos contra el dictador. Destaca la abundancia de nobles entre los conjurados, lo que llevaría a Hitler a presentarse, pocos días después del 20 de julio, como una víctima de las familias pertenecientes a las clases superiores.
El papel de
Von Stauffenberg
Dentro de éstas, el barón Von Stauffenberg jugaría un papel preponderante. En 1942 había comprendido que la única vía para salvar a Alemania de la destrucción total era la muerte de Hitler. Paulatinamente, el joven barón se convirtió en el aglutinante de la oficialidad dispuesta a todo. Entre los más de mil conjurados no se incluyó ningún obrero, ni representantes de la clase media, ni antiguos políticos de la República de Weimar. La clase trabajadora se encontraba diezmada en sus dirigentes y la base, también la clase media, seguía a Hitler como a un rilesías. Los políticos de Weimar se habían alejado de toda actividad pública. Los grandes empresarios se negaban aún a abandonar el beneficio que les reportaba su vinculación al poder.
Tras dos fracasados intentos de atentado, el 11 y el 15 de julio, el conde Stauffenberg lograba hacer saltar por los aires el barracón de Rasteriburg el 20 de julio de 1944. De los veinticuatro oficiales reunidos en el lugar con Hitler, sólo cuatro resultaron gravemente heridos. El falirer sufrió heridas sin importancia. El mismo día era fusilado Stauffenberg, que contaba 37 años de edad y desempeñaba el cargo de coronel jefe de Estado Mayor del Ejército en la reserva. Las ejecuciones, con o sin juicio sumarísimo, se prolongarían hasta abril de 1945.
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