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IV Escuela de Verano de Madrid, una fiesta de la oposición pedágógica

«Aunque el sistema educativo tiene asignadas implícitamente las funciones de reproducción de la estructura de poder y del sistema social establecido, los profesores, conscientes de ello, podemos buscar medios para que los alumnos adquieran actitudes críticas ante la sociedad, se constituyan como piezas disfuncionales del sistema y actúen como elementos no conformantes, sino renovadores de la misma sociedad. Esta es la primera de las conclusiones de la IV Escuela de Verano de Madrid, que a lo largo de la pasada semana se ha celebrado en la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid. Escribe Esteban S. Barcia.Un diputado del Grupo Andalucista del Congreso preguntó al ministro de Educación, José Manuel Otero Novas, si la Administración no podría prestar una mayor atención a las escuelas de verano, aumentando en unos casos e iniciando en la mayoría de ellos la ayuda económica a este movimiento espontáneo de renovación pedagógica, nacido de la ilusión de miles de maestros que roban el tiempo a sus vacaciones para actualizar sus conocimientos y poner al día sus técnicas de trabajo.

El ministro, que acudía por primera vez a la Comisión de Educación del Congreso, Confesó que no tenía un conocimiento demasiado profundo del tema y que cuanto sabía de las escuelas de verano lo acababa de leer en un número de Cuadernos de Pedagogía. Añadió que tenía la impresión de que las escuelas de verano habían nacido como un instrumento de la oposición política al anterior régimen.

La diputada socialista de Cataluña Marta Mata se sintió obligada a precisar al señor Otero Novas que el movimiento de las escuelas de verano tenía un origen mucho más remoto en el tiempo y que su sentido e intención iban mucho más allá de lo que pueda suponer la mera lucha ideológica frente a un régimen político determinado, Agregó la directora de la institución Rosa Sensat que las escuelas de verano fueron en su origen y aún siguen siendo un movimiento de «oposición pedagógica» frente a una escuela rutinaria, burocratizada, aburrida y autoritaria.

Convendría recordar aquí que la primera Escola d'Estiu tuvo lugar en el mes de julio de 1914, auspiciada por el Consell de Pedagogía de la Mancomunitat Catalana, y que, de forma ininterrumpida, esta escuela de verano vino celebrándose hasta el año 1923, es decir, hasta el advenimiento de la dictadura de Primo de Rivera.

La segunda etapa de la Escola d Estiu, esta vez plenamente asumida por la Generalidad, transcurre entre los años 1930 y 1935. El propio Maciá presidió, en julio de 1931, la inauguración de la primera edición de esta segunda época que, como no podía ser de otro modo, se cierra con los albores de una nueva dictadura.

La tercera etapa se inicia en 1966, es decir, cuatro años antes de que el ministro Villar Palasí intente una reforma oficial del sistema educativo con una nueva ley de Educación. Con el paso de los años y detrás de la de Barcelona, van naciendo en todas las regiones estas escuelas de verano, que testimonian la existencia de un magisterio constantemente inquieto y profundamente convencido de que no existen «recetas oficiales» para hacer una escuela viva.

Un movimiento de ruptura

La ruptura con esa escuela rutinaria y aburrida de la que hablaba Marta Mata es, sin duda, la obsesión de Acción Educativa, el equipo de investigación pedagógica que promueve la Escuela de Verano de Madrid.Es preciso insistir en este clima de fiesta, que ya viene siendo característico de la escuela madrileña, por lo que no se trata de una figura retórica. Se advierte un deliberado propósito de romper definitiva, pero alegremente, con la imagen de una escuela que, como se dice en el editorial de un reciente número de la ya aludida revista Cuadernos de Pedagogía «se está convirtiendo en el lugar donde no sólo no se aprende nada bueno, sino que además puede aprenderse todo lo malo ».

Se añade en dicho editorial que los enseñantes se encuentran en el centro de una profunda crisis de identidad profesional. «Su tarea, sus deberes y derechos son boicoteados por una burocracia sólida y también por la prisión de una demagogia que los estimula a recuperar con la vara la autoridad perdida o, en el otro extremo, a cambiar su sentido crítico por un redentorismo místico y verbalista.»

Blanca, una profesora de preescolar que ha asistido a las cuatro ediciones de la escuela, coincide con la primera impresión del periodista en el sentido de que este año todo tiene un aire mucho más alegre, festivo, hasta un «poco loco», que en ediciones anteriores.

«Yo creo», dice, que este clima responde a la dinámica que han querido imprimirle los organiza dores, pero que también está en e interior de todos nosotros. Todo esto puede sonar como a demasiado trascendente y hasta dramático, pero intuyo que es así... Yo no sé si tú habrás observado que hay, ahora mismo, síntomas verdaderamente alarmantes en la enseñanza. Apenas se han iniciado unos ligerísimos cambios, unas mínimas conquistas en el terreno de la democratización de la escuela, donde muy lentamente se han ido obteniendo pequeñísimas parcelas de libertad, y ya empiezan a sonar las voces del consabido no es eso, no es eso. Son voces que nos invitan a los maestros a retroceder, a que volvamos a sacar la palmeta de los armarios en que la teníamos encerrada junto con tantas otras cosas, porque por ahí no podemos seguir, nos dicen, porque hay que restablecer la autoridad, y todo eso ... »

Blanca se ha puesto definitivamente seria, actitud de la que viene a sacarla una algarabía de canciones y palmadas que avanzan por el pasillo de la Facultad. Un grupo de personas vestidas con llamativos e improvisados disfraces y las caras pintadas desea mostrar a todos los cursillistas el fruto de su trabajo de estos días. Se trata de un breve juego dramático que representan allí mismo, en el vestíbulo del edificio en medio de los puestos de material didáctico que cada año instalan los editores y libreros especializados conscientes de que la escuela dé verano es una excelente oportunidad para ofrecer las más recientes novedades didácticas y pedagógicas. Es la una y media de la tarde cuando los cursillistas se distribuyen con sus bolsas de comida polas praderas del campus de Canto- blanco.

La mañana ha ocupado a los 1.500 asistentes a esta cuarta edición de la escuela en una variedad casi infinita de cursos, entre los que destacan los dedicados a la formación en técnicas de expresión. Cursos cuyas plazas han sido, como todos los años, las primeras en cubrirse, del mismo modo que acontece con todos los que se refieren al ámbito de preescolar. Es todo un síntoma de que en realidad lo que buscan fundamentalmente los maestros en la escuela de verano es cubrir las graves lagunas que las escuelas de magisterio han dejado en su formación. No deja de ser también sintomático el hecho de que en los actuales planes de la Administración ocupe un lugar preferente la atención a la educación preescolar, sin que se advierta el menor esfuerzo por preparar a los miles de especialistas que han de ocuparse de esta parcela fundamental del sistema educativo. Es, una vez más, la iniciativa privada la que tiene que acudir a cubrir el «agujero».

Junto a los cursos monográficos, a lo largo de la semana se ha abordado un tema general, centrado en esta ocasión en varios epígrafes: las funciones de la escuela; la planificación, gestión y financiación del sistema educativo; la gestión democrática de la escuela; el profesorado en la actualidad y la orientación escolar.

Entre las conclusiones generales, los asistentes a la IV Escuela de Verano de Madrid han hecho un llamamiento a «la conciencia colectiva de todos los profesionales de la enseñanza para que sean también colectivas las soluciones a los problemas que nos afectan».

Han insistido en la «necesidad de coordinación entre todos los que estamos implicados en una renovación de la escuela, tanto a nivel estructural como piscopedagógico».

Esta coordinación se concretaría en «lugares de encuentro e intercambio de experiencias similares a las de esta escuela de verano, coordinación que debe abarcar también a los centros con experiencias de gestión democrática, en el sentido de intercambiar las peculiares experiencias de participación de los padres, profesores, trabajadores y alumnos de valoración positiva, de la búsqueda de soluciones a la resistencia frente a la gestión, etcétera».

Los cursillistas se han comprometido a luchar por conseguir que «la participación de los alumnos se encauce no sólo a través de los órganos de gestión de la escuela, sino también, y primordialmente, a través de la participación en el aula».

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