Canorea conseguirá que aborrezcamos las novilladas
Plaza de Las Ventas. Novillos de Rocío de la Cámara, aceptables de presentación, muy cómodos de cabeza, escasos de fuerza, inválidos cuarto y sexto, manejables en general. Patrick Varin: pinchazo y estocada contraria (silencio). Tres pinchazos, estocada contraria y descabello (silencio). Mario Triana: tres pinchazos y estocada corta (silencio). Estocada contraria y aviso con retraso (ovación y salida al tercio). César Pastor, mexicano, debutante: cuatro pinchazos y estocada caída (aplaus-os y salida al tercio). Estocada desprendida (palmas). Presidió mal el comisario Pajares.
La turista rubia, tostada, bien cornida, sanota, muslos dos, llegada de donde el inglés, tiró -chas, chas, rachachás- todo un carrete durante el paseíllo, y la que le acompañaba, palmito a juego, como no tenía cámara, pudo unir su palmoteo de chiquilla virgen de entusiasmos a la ovación que dedicaron los turistas a los alguacilíllos. Fue la ovación de la tarde.Veas tú, con los ojos cerrados (que también es forma de ver), quién hay en la plaza, simplemente escuchando qué hace el público cuando los alguacilillos llegan a caballo ante la presidencia y se descubren. Si no pasa nada, afición tenemos; si lo que pasa es una ovación cerrada, ahí hay turistas, más que nativos. Y veas tú, si puedes, con los ojos cerrados o abiertos, por qué una tarde de domingo, en Madrid, con sol y buen cartel, hay en los tendidos más turistas que nativos y sólo unos reductos de afición. ¿Lo explicamos?
Vamos allá, si vale esta opinión: porque esta fiesta no interesa. Ojo al derrotismo y ojo a la demagogia de los antitaurinos a la violeta, pues no queremos decir que no interese la flesta, la secular y auténtica. Lo que no interesa es esta fiesta, la que con una falta de originalidad que hasta da vergüenza ajena, se ha inventado el nuevo empresario de Las Ventas, Canorea -Diodoro para los amigos-, que lleva una racha apabullante de hacer las cosas mal.
¿No se cansará? También este señor debe ser inasequible al desaliento. Erre que erre, incide en los mismos errores cada vez que da la cara con estas novilladitas traídas, creerá él que para lucimiento fácil de los toreros, pero que resultan para aburrimiento y desesperación de turistas y nativos, aficionados o no. Desde aquel histórico 6 de mayo que salieron los abecerrados domingortegas, tan abecerrados que los más viejos abonados no recordaban tanta filfa en el histórico coso, en este asunto de las novilladas no da una.
O sí da: estacazos al espectáculo, como tirar piedras a su propio tejado. Tras una monótona etapa de becerradas, el domingo ya trajo género más crecidito, pero seguían las cabezas apuntando el armamento hacia abajo y hacia adentro; es decir, animalitos gachos-brochos, como si en el campo no hubiera otra cosa de mejor ver. ¡Lo autoriza el reglamento! -dicen desde la casa empresarial- Y bien, sí, lo autoriza, aunque es curioso el amor que les ha entrado a los taurinos por el reglamento (después de tanto incumplirlo), para defender justo la especie del ganado sin agresividad.
Pero, además de gachitos-brochitos, los novillos no tenían fuerza y algunos -exceptuamos al codicioso primero y al bravo tercero- eran de una invalidez absoluta; ganado inútil para la lidia, de lo cual también habla el reglamento, pero esa página la debe haber perdido el taurinismo en el curso de su azaroso taurineo hacia la procacidad. Es algo que nos explicamos; el taurinismo ya se sabe a qué juega. Mas no nos lo explicamos en cuanto al palco, porque el presidente que se sienta en él tiene otras funciones, no es taurino que es funcionario y su misión arbitral obedece a una alta representatividad, que cumple al revés.
Tanto y tanto se repite en Las Ventas la indignación por las condiciones de los novillos, que van a conseguir que aborrezcamos las novilladas. O, a lo mejor, lo han conseguido ya. Estamos en esas de que anuncian la novillada y nos echamos a temblar: ¿qué pasará? Pues esto pasa: a aburrirse tocan. Las víctimas, aparte turistas, nativos y reductos de afición, seguramente son también los toreros. Pues hay un Patrick Varin que baja muy bien la mano en el natural; un Mario Triana que busca el toreo de sentimiento; un César Pastor que bulle, tira de repertorio, intenta el muleteo ortodoxo, vacía con rara elegancia en el volapié, y todo nos da igual. Sin toro, ya me contarás, apenas tiene sentido el toreo. A la rubia le importa un rábano que se le haya terminado el carrete -pues, para qué fotos-, los japoneses huyen en formación, y los nativos se ponen a gritar «¡chulos!» Y « ¡sinvergüenzas! », pensando en no volver. Y lo malo es que lo hacen.
Babelia
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