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La Comisión Europea, partidaria de reducir el tiempo de trabajo

En su despacho del decimotercer piso del edificio Berlaymont, sede de la Comisión Europea, el holandés Henk Vredeling, vicepresidente de la Comisión responsable de Asuntos Sociales, explica los puntos de vista del organismo comunitario sobre la polémica actual de reducción progresiva de la jornada laboral.

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EL PAIS. ¿Cuáles son las características sociales actuales de la Comunidad?Henk Vredeling. La situación de, la Comunidad no es nada favorable a un crecimiento económico máximo del 3%, porcentaje ínfimo para garantizar el pleno empleo, si utilizamos sólo el factor crecimiento, en una Comunidad que cuenta ya con seis millones de parados. Hay que añadir el aumento del número de jóvenes en busca de un primer empleo, consecuencia del importante índice demográfico de los años sesenta, y que entran ahora en el mercado del trabajo. Una situación que nos obliga a la creación de nuevos puestos de trabajo en los próximos años, por lo menos del orden de los diez millones de empleos nuevos. Sin olvidar que la presencia de mujeres en busca de trabajo es también cada vez mayor. Crecimiento económico débil, gran oferta de mano de obra y crisis energética, son las tres características de la problemática coyuntura socio-económica en la Comunidad.

P. ¿Cómo conciliar, en lo posible, tres factores tan dispares?

R. La Comisión Europea coloca sobre la mesa su programa destinado a favorecer el reparto del trabajo, entre los hombres y mujeres que trabajan, como único medio principal para mejorar la situación en el mundo laboral. El comité del empleo. el comité económico y social y el consejo de ministros de la CEE, sin olvidar sindicatos y patronos, debaten actualmente las perspectivas de tal política.

P. ¿Trabajos a los que los sindicatos han dado un portazo, ante la negativa patronal de iniciar un diálogo en pro de la semana laboral de 35 horas?

R. Desde la última reunión «tripartita», celebrada el pasado mes de noviembre en Bruselas, entre empresarios, sindicatos y poderes públicos, los patronos rehuyeron entrar en el tema de la reducción del tiempo de trabajo, originando una gran decepción entre el movimiento sindical. Por nuestra parte (Comisión Europea), hemos continuado los análisis con la publicación de un documento que, a nivel de toda la Comunidad, define las medidas complementarias que pueden ayudar a una mejor situación en el mundo laboral.

P. ¿Qué tipo de medidas, y para cuándo su aplicación?

R. El consejo promete progresos concretos antes del 1 de diciembre del año en curso. Naturalmente, todo depende de la voluntad entre sindicatos y empresarios de querer discutir entre ellos. Tengo la esperanza de que se iniciará un diálogo, porque es un problema socioeconómico que está en el orden del día de todas las convenciones colectivas en los nueve Estados del Mercado Común. Reducción del tiempo de trabajo, avance de la edad de retiro progresivo -para tener en cuenta los aspectos humanos que le supone a una persona estar en activo y pasar a un retiro completo-, adaptar mejor la formación profesional a las exigencias de los puestos,de trabajo, son las principales medidas que tenemos en cartera para aplicar en un futuro próximo.

P. La patronal no cree que una reducción del tiempo de trabajo ayude a reabsorber el paro. ¿Com parte la Comisión Europea el mismo punto de vista?

R. Es natural que el contraargumento de la patronal pase por el aspecto de la rentabilidad de las empresas, base para futuras inversiones, pero no hay que olvidar que, hace unos años, la semana de 48 horas era una cifra sagrada para el movimiento sindical. La jornada de ocho horas laborales era el objetivo prioritario de mejora social, pero la evolución continúa y no está escrito en el cielo que exista un límite en la jornada laboral, si no, no habría progreso social. El objetivo hoy no es dar más tiempo libre al trabajador, sino repartir mejor la posibilidad de trabajo entre todos. Naturalmente, esto implica una coordinación a escala europea. No podemos ir a una política donde los trabajadores de la República Federal de Alemania tengan seis semanas de vacaciones anuales, los belgas trabajen sólo 36 horas y los holandeses accedan al retiro a los sesenta años. Sin una armonización conjunta a nivel de todos los países de la CEE, aparecerán tensiones de competencia nefastas entre países. Cumplirlo será otra misión de los países. De nada servirá fijar una semana laboral de 35 horas en las convenciones colectivas si no hay reglamento para las horas extras con que se pueda falsear la reducción oficial del tiempo de trabajo.

P. Soluciones en perspectiva para los próximos años, que verán, en buena lógica, llegar a la actual Comunidad otros Estados miembros: Grecia, España y Portugal, aportando sus propios parados y problemas socio-económicos. ¿Cómo ve el tema la Comisión Europea?

R. Es muy importante que el movimiento sindical y la patronal española sigan de cerca la evolución en la actual Comunidad. Sé que en España los problemas sociales son agudos; de cara a la integración habrá que aportar cierta cooperación y ayuda para subvencionar, por ejemplo, la formación profesional a través de nuestro fondo social, tema que es muy importante para modelar mejor el acceso al trabajo de los jóvenes. España podrá aprovechar, en tal sentido, la experiencia que hemos adquirido en este terreno en países como Irlanda, Italia o, incluso, en los países más desarrollados, como la República Federa! de Alemania, o los tres del Benelux. Apoyar el desarrollo económico de los Estados candidatos será otra función primordial de la Comunidad.

P. Y el capítulo de la «libre circulación» de personas, inscrito en los tratados fundadores de la Comunidad, ¿cómo será aplicado, en el caso español?

R. La libre circulación se convierte cada vez más en un tema muy delicado. Inventamos el principio de la «libre circulación» en el momento de la firma de los tratados, en 1957, pri nclplo que jugó un importante papel en un momento de crecimiento económico enorme, facilitando, no sólo la libertad de acceso y trabajo de los ciudadanos de los Estados miembros, sino incluso la aceptación de miles de trabajadores de otros países. Personalmente estoy convencido de que el trabajador español, como el holandés o el inglés, por citar algunos ejemplos, prefiere trabajar, no sólo en su país, sino en su propia región o en su propia ciudad. Hay que llevar el trabajo en las zonas donde sea más necesario. La política de la Comunidad debe ser la de asistir a los nuevos Estados miembros en nuevas inversiones y creación de puestos de trabajo, con el fin de limitar al máximo los fenómenos migratorios. La libre circulación es un derecho individual del trabajador, pero hay que conseguir que no sea una necesidad.

Henk Vredeling concluye con una serie de consideraciones en pro de la necesidad de plazos de adaptación en el proceso de libre circulación de trabajadores, tanto en interés de la actual Comunidad como de España. ¿Podría soportar la economía española el libre acceso, de la noche a la mañana, del potencial de posibles emigrantes portugueses? El ejemplo de Grecia, donde se prevé un período transitorio de siete años antes de aplicar el principio de la libre circulación, podría ser el mismo que se decida en el momento de negociar el capítulo social en el camino de ingreso de España al Mercado Común. Sin olvidar que, para entonces, la economía española deberá también adaptar sus estructuras a las medidas socio-económicas que decidan los comunitarios, en materia de reducción del tiempo de trabajo, para no falsear la competencia y mejorar las condiciones sociales del trabajador español.

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