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La unidad de la Iglesia se perfila como el gran proyecto de Juan Pablo II

Juan Arias

La primera impresión que existe en Roma, después de la vuelta de Juan Pablo II de su peregrinación en Polonia, es que este viaje, el primero de un Papa a un país comunista, representa el acto más importante del pontificado de Karol Wojtyla. «Ha vuelto con mayor fuerza, ha crecido el consenso mundial religioso y político de este pontificado», se escribía ayer en la prensa italiana, que subrayaba también que hasta China y Albania habían hablado elogiosamente y por vez primera de Wojtyla.

Existe también una convicción general de que en Polonia se ha descubierto un Juan Pablo II distinto del de México. Aunque por lo que se refiere al entusiasmo popular, a la gran capacidad de Wojtyla de dialogar con las masas, este Papa es igual en todas partes, los observadores que lo habíamos acompañado en América Latina y en Polonia habíamos podido ver, en México, a un Papa más bien conservador, desigual, dispuesto a poner un freno a la renovación en ciertos sectores más abiertos de la Iglesia. En Polonia se ha revelado, sobre todo en sus discursos, un Papa más homogéneo, más profundo y más abierto.Es verdad que muchos han criticado lo que tanto ha gustado hasta a los dirigentes comunistas polacos: su carácter nacionalista, su «identidad polaca». Pero, al mismo tiempo, ha demostrado en todos sus discursos una gran apertura mundial, pidiendo que caigan todas las fronteras, que Europa occidental no se olvide de su hermana del Este y demostrándose dispuesto, con tal que le dejen hablar de Cristo, a «buscar una comprensión con todos los sistemas de trabajo».

Ha pedido, es verdad, con todas sus fuerzas que se respete la identidad cristiana de Polonia, su independencia cultural, pero en ningún momento ha fomentado en las masas que lo seguían sentimientos antisoviéticos. Más aún, en Auswicht puso de relieve la ayuda que Rusia había prestado durante la última guerra mundial «a la liberación de los pueblos».

Ante Gierek, apenas llegado a Varsovia, mostró que su viaje no tenía una clave antisocialista. Elogió «los valores éticos del socialismo» y no dudo en condenar en muchos discursos el capitalismo y, a la vez, todo lo negativo del socialismo leninista. Lo que aparece más claro después de este viaje es que Wojtyla tiene un proyecto para su pontificado que se revela cada día más claro: buscar una gran unidad dentro de la Iglesia para darle más fuerza.

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