Jaime Aragall, un "Fausto" español
Además de representar con fidelidad el espíritu y la letra de la ópera romántica francesa, Fausto, de Gounod, fue pieza favorita del público madrileño. Baste recordar que desde su estreno aquí (1865) hasta 1925, el Real la representó 229 veces, con lo que se sitúa en uno de los primeros puestos en el hit parade de nuestro primer coliseo lírico. Sólo le aventajaron, según la puntual estadística de Subirá, A¡da, El barbero, Favorita, Hugonotes, Lucía, Trovador, Rigoletto y La africana. Este Fausto (que los alemanes denominan Margarita, pues ésta es en realidad la protagonista en el fragmento de la obra de Goethe, adaptado por Barbier y Carré y musicado por Gounod) tiene poco que ver con el espíritu goethiano y mucho con el romanticismo dulce, transparente, magistral en su realización, del músico francés. El dúo amoroso, la plegaria de Valentín, el aria de las joyas, la de Fausto, la serenata de Mefistófeles, son fragmentos ejemplares que, por otra parte, forman parte de un todo unitario, en el que la vocalitá de la lengua francesa está servida con exactitud. Instalada en el repertorio y con su lugar concreto en la historia de la música, Fausto no precisa de comentario alguno. Sí su realización, en la que esta vez brilló por encima de todos el gran tenor Jaime Aragall, una de nuestras voces internacionales, movida por un seguro talento de músico. Su doctor Fausto fue emotivo y, a la vez, sobrio.Mefistófeles, excelente
Teatro de la Zarzuela
«Fausto», de Barbier, Carré y Gounod. Protagonistas: Aragal, Díaz, Pilou y Sardinero. Director escena: Gutiérrez. Director coro: Perera. Director musical: O. de Fabritis. 7, 9 y 11 de junio.
De todo punto excelente e Mefistófeles de Justino Díaz, bajo de gran lirismo y actor que supo crear ese «diablo bastante atractivo y simpaticón» que, en certeras palabras de Gómez Amat, se inventó Charles Gounod. Vicente Sarinero -otro español universal- garantiza siempre calidad de línea y belleza de medios. Su Valentín me pareció ejemplar. En cuanto a Margarita, revivió en el arte y el atractivo tímbrico de Jeannette Pilou, la soprano que se presentara triunfalmente en la Scala el año 1958 con una antológica Traviata. Matilla (Wagner), Rosa Ysas (Siebel) e Ifigenia Sánchez (Marta) redondearon, de modo equilibrado, el conjunto, al que prestaron inestimable colaboración los coros, dirigidos por José Perera.
Estaba anunciado como director Peter Maag, pero, por razones de enfermedad, lo sustituyó De Fabritis. La calidad creativa dio paso, pues, a la experiencia del hábito. Con todo, el clima, el charme, faltó a la cita en la proporción deseable, aunque -por la calidad de la orquesta de RTVE y la veteranía de De Fabritis- todo marchase sin mayores inconvenientes.
Montaje peligroso
Unos bocetos de Tito Varisco, unificados por la idea de la ojival, realizados por Sormani, de Milán, prestaron fondo decoroso a la acción, movida expertamente por Angel Gutiérrez. La parte de ballet -imprescindible en la época y que hoy nos sobra- es peligrosa en su montaje y endeble en su contenido musical. A pesar de la labor de María Jesús Casado, Julia Olmedo y Francisco Morales (bailarín y coreógrafo), no fue superado un buen pasar. Hubo aplausos generales, especialmente calurosos para Aragall y demás cabezas de reparto.
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