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La visita del Papa a Polonia

Juan Pablo II, recibido en Varsovia con honores de jefe de Estado

Juan Arias

Por vez primera en la historia, un Papa católico ha llegado a un país comunista besando su tierra. Juan Pablo II aterrizó ayer en el aeropuerto militar Okecie, de Varsovia, a las diez y veinte de la mañana, después de un vuelo de dos horas en un avión de la compañía italiana Alitalia. Aunque llegaba como huésped de honor, no como jefe de Estado, porque la República Popular de Polonia no tiene relaciones diplomáticas con la Santa Sede, en realidad fue recibido con todos los honores de un auténtico jefe de Estado.

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En el aeropuerto, junto con el primado de Polonia, el intrépido cardenal Wyszynski, le recibió el presidente del Consejo de Estado de la República Polaca, Henryk Jablonski. Le rindieron honores las tres armas del Ejército: Aire, Mar y Tierra. y la banda interpretó el himno nacional.Antes que descendiera las escalerillas del avión entró a abrazar al Papa dentro del avión el cardenal Wyszyriski, quien ofreció a Wojtyla un ramo de rosas rojas como la sangre. Junto con el presidente recibieron al Papa un grupo de niñas con el típico traje regional de Varsovia, ofreciéndole rosas de color rosa, mientras el clero bajo le ofreció rosas amarillas, el color del Vaticano. El Papa besó su tierra natal como había hecho a su llegada a Santo Domingo y a México.

Carácter estrictamente religioso

En el aeropuerto ondeaban las banderas de Polonia y del Vaticano. Todo fue muy sencillo y disciplinado. Las trescientas personas privilegiadas que pudieron estar presentes gritaban con alegría contenida saludando al Papa con ramos de flores.

En un trono preparado exprofeso para el Papa, pronunciaron discursos el Pontífice, el presidente de la República y el primado Wyszynski; el Papa, en el centro; detrás, a la derecha, Jablonsky, y a la izquierda, Wyszynski. El Papa, vestido de blanco, era casi como el símbolo de reconciliación de dos mundos en conflicto permanente durante más de treinta años. Alguien comentó que era como un gran «compromiso histórico» a nivel mundial. El Papa, en sus primeras palabras en tierra polaca, repitió que su visita estaba dictada «por motivos estrictamente religiosos», y añadió que deseaba que el fruto de su visita fuera «la unidad interna de mis conciudadanos y un ulterior desarrollo favorable de las relaciones entre la Iglesia y el Estado».

El presidente Jablonski, después de haber resaltado «la excepcionalidad de este momento», recordó que «la paz es el sumo bien de nuestra nación y el valor supremo de la Humanidad».

El Gobierno resolvió el problema de dar o no fiesta en las fábricas y oficinas y escuelas considerando este sábado como uno de los doce días de fiestas del aro. Los organizadores subrayaban que esto no se había hecho por el Papa, ya que estaba decidido desde enero: «Ha sido una casualidad.» Lo que más ha impresionado a los observadores llegados a Varsovia ha sido el ver a una ciudad de un millón de personas prácticamente en estado de asedio, paralizada.

Desde el viernes ha sido acordonada y nadie podía entrar sin un permiso especial. Fue interrumpida toda la circulación. Sólo los coches con un permiso particular podían moverse. Y ni siquiera a pie se podía circular por la ciudad, que estaba acotada por zonas y cada cien metros existía un puesto de control de la policía.

A la misa celebrada por el Papa en la gran plaza de la Victoria las 200.000 personas que asistieron estaban invitadas y controladas. La gente empezó a ocupar su puesto siete horas antes de la misa. sentadas por el suelo, como en una gran fiesta de campo, con sus mochilas. El clima era de una gran serenidad, casi una fiesta de labradores. La misa, la primera celebrada por un Papa en el corazón del ateísmo de los países del bloque soviético, fue seguida con profundo recogimiento. La gente llevaba en las manos crucifijos, estatuas de la Virgen Negra polaca, fotografías del Papa.

El Papa lanzó su desafío con ese coraje tan polaco que lo caracteriza. En un país donde aún en las escuelas se enseña a los niños que dentro de algunos años la religión tendrá que desaparecer, dijo en polaco, casi gritándolo: «No es posible entender y valorar sin Cristo la aportación de la nación polaca al desarrollo del hombre y de su humanidad en el pasado y su aportación también hoy.» Y añadió, citando a un poeta: « Esta vieja encima ha crecido así y no la ha abatido viento alguno, porque su raíz es Cristo. »

Un socialista me decía: «Si Marx y Lenin levantaran la cabeza.» El Papa había salido del aeropuerto de Roma a las ocho en punto de la mañana. Lo despidió el presidente del Consejo, Andreotti, a quien el Papa llevó cogido por el brazo hasta el momento de subir las escalerillas del avión para emprender un viaje histórico. Alguien murmuró en el avión: «Qué buen regalo para las elecciones italianas.» Pero e Papa, cuando pasó durante el viaje a conversar con los sesenta perio distas que lo acompañábamos en su vuelo especial hacia Varsovia, a las preguntas que lo bombardearon, dijo, entre otras cosas: «Se discute mucho de capitalismo y comunismo, pero bajo estos conceptos están los pueblos, y son estos pueblos los que interesan a la Iglesia.» «Santidad», le preguntó un periodista italiano, «Europa occidental se dispone a votar mientras el_Papa va hacia la Europa de oriente. ¿Qué significado puede tener este hecho?» Y el Papa respondió: «Europa tendrá que tenerlo en cuenta también a la hora e votar.» Nadie supo interpretar lo que quiso decir.

"Espero ir a España"

A la pregunta de EL PAÍS si el Papa iba al campo de concentración de Austwichz a pedirjusticia o misericordia, el papa Wojtyla respondió: «Esta es una pregunta que me gusta mucho. Sí, la Iglesia pide siempre misericordia y el Papa pedirá misericordia también allí. Es una cosa que deberían tener en cuenta los teólogos.»

Al corresponsal de Televisión Española, que le preguntó si pensaba ir a España, el Papa le dijo: «Lo espero.» «¿Irá en octubre?» Y su respuesta textual fue: «Las cosas hay que prepararlas bien.»

Lo acompañaban en el avión diecisiete personalidades del Vaticano, entre ellas el nuevo secretario de Estado, Casaroli, el hombre de la ostpolitik, y el nuevo sustituto de la Secretaría de Estado, el arzobispo español Eduardo Martínez Somalo, el cual confesó a El PAÍS que necesitaría aún un mes para rehacerse del golpe psicológico de la sorpresa de su nombramiento, que nunca hubiera imaginado.

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