Gran triunfo de Plácido Domingo
Dentro del Tríptico pucciniano, tal vez es el Tabarro la ópera menos representada, y, sin embargo, es una página absolutamente deliciosa. Lejos del lirismo algo empalagoso de Suor Angelica y del humor de Gianni Schicchi, Il Tabarro se mueve dentro de un dramatismo casi expresionista en el que Puccini manifiesta una de sus más geniales cualidades: la eficacia.
Como toda obra breve, exige una gran condensación, una máxima comunicación con un mínimo de medios. Así, la sugerencia del ambiente parisiense, unido al mundo vulgar, violento y desolado, tiene la perfección de la novela naturalista de la época. Puccini, fiel a sus principios, sabe aprovechar, no obstante, los hallazgos de Stravinsky y de los Impresionistas. Brocha gorda y depuración, técnica e intuición se dan cita en esta pequeña obra maestra que fue muy bien interpretada. Aparte de la labor de Plácido Domingo, al que luego nos referiremos, Angeles Gulín tuvo una estupenda actuación con asombrosa calidad y cantidad vocal y buen hacer general. Bien asimismo Sylvano Carrolli, musical y teatralmente. Isabel Rivas, Carlos Soto, José Manzaneda, José Luis Alcalde, Ricardo Muñiz y Catalina Moncloa encarnaron con dignidad sus papeles. En la segunda parte, Payasos, la obra con la que Leoncavallo ha pasado a la historia de la música. Para defender esta ópera, en muchos sentidos muy endeble, hace falta un tenor que haga lo que hizo Plácido Domingo la otra noche. Su actuación fue sencillamente impresionante, capaz de arrastrar detrás de sí a un teatro entero que manifiesta un entusiasmo inequívocamente espontáneo. Plácido Domingo hace una verdadera creación con ambas óperas. Es uno de esos pocos cantantes en los que la voz deja de ser fin en sí misma. Su preciosa voz es algo perfectamente integrado en su personalidad, en su comunicatividad irresistible, en su actuación escénica; Domingo es primero músico y después cantante, y ahí reside precisamente su genlalidad, incluida su genialidad vocal.
El que a su lado Paloma Pérez Iñigo manifestara una excelente musicalidad y unas grandes cualidades escénicas es por sí solo un triunfo.
Juan Porras cantó el papel de arlequín con excelente gusto y calidad tímbrica, Juan Pons y Martín Grijalba encarnaron con categoría los papeles de Tonio y Silvio.
La Orquesta Nacional, dirigida con vitalidad y eficacia por Oliviero de Fabritiis, sonó bien en general. Los bocetos de Tito Varisco fueron acertadísimos en el Tabarro, y sólo discretos en Payasos, así como la dirección escénica de Madau Díaz, muy superior en la primera obra.
Babelia
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