Prisiones y prisioneros
La crisis de la prisión no es problema sacado a la luz ayer. Ya hace años que penalistas y sociólogos lo han señalado sosteniendo que la prisión mantiene al hombre apartado de la sociedad y sumido en el aislamiento, pero ni corrige ni es panacea contra el delito, sino que lleva en sí los defectos de aquellos lugares de detención y cárceles del pasado, sin que con el tiempo la prisión haya recogido modificaciones que han venido señalando los progresos de las teorías penales y penitenciarias.Hablar de la situación actual de las prisiones es hablar del prisionero, es hablar de la situación del hombre privado de libertad, separado de la sociedad. El reo entra en la prisión llevando en su mente la obsesión de los años, meses y días que se le cierran las puertas que le separan de la vida.
Cierto que el Derecho penal tiene señaladas la libertad condicional, la sentencia indeterminada, la suspensión temporal de la pena, etcétera, pero la vida del recluso está sujeta a un régimen en el que son posibles violencias, abusos de autoridad, tratos inhumanos en esas vidas tronchadas ya por su base, y es que, en general -salvamos las excepciones- las autoridades penitenciarias abrigan el concepto de penalización. Todas estas causas han llevado a subversiones y violencias en la población reclusa en muchas prisiones de nuestro país, en las que se han dado suicidios, asesinatos y muertes sospechosas.
Intentos de reformas del régimen penitenciario
La II República, su primer acto consistió en una disposición por la cual concedió una amplia y generosa amnistía. Su presidente puso en nuestras manos las aspiraciones del Gobierno respecto al régimen penitenciario existente. Sencillamente hemos de señalar las modificaciones que nos fueron posibles introducir en las prisiones en aquel período demasiado corto.
Las celdas de castigo, las cadenas y grilletes fueron suprimidos en todas las prisiones y penales. Con el mismo presupuesto anterior, afinamos su distribución con todo detalle y aumentamos el capítulo destinado a la alimentación de los reclusos sin necesidad de pedir suplemento de crédito. Ateniéndonos a los principios básicos de nuestro régimen, fue establecida la libertad de cultos y la asistencia a la misa quedó voluntaria para los reclusos. El culto se siguió celebrando como siempre. Se dispuso se celebraran conferencias y conciertos a solicitud del director de la prisión; asimismo, se permitió la entrada de la prensa para los reclusos, siempre que fuera autorizada por el director. De este modo se evitó lo que venía sucediendo: la entrada clandestina de periódicos e impresos poco aptos para la población penitenciaria.
Dos reformas causaron honda sensación: la supresión de 115 cárceles de partido, de pequeños pueblos cuyos locales eran inmundos, compartido en muchos lugares con escuelas y hasta con albergues de caballerías. Se cerraron también aquellas pequeñas prisiones que daban un promedio menor a seis detenidos mensuales.
La segunda reforma introducida, que causó no sólo sensación, sino alarma, en ciertos sectores reaccionarios o ignorantes de los problemas penitenciarios, fue los permisos de salida de ciertos reclusos. Debemos puntualizar que esos permisos se concedían teniendo en cuenta la conducta del recluso y sus condiciones familiares y el informe del director. Se hace necesario afirmar que esos permisos fueron respetados en sus límites impuestos; ningún recluso dejó de presentarse en la prisión en el día señalado. Debemos reconocer que las circunstancias sociales de aquella época diferían mucho de las actuales.
Otra medida -a nuestro juicio justa y humanitaria- fue el decreto por el cual debía ser puesto en libertad -hombre o mujer- al cumplir en prisión setenta años, fuese cual fuese el delito que hubiese cometido.
Considerando que uno de los problemas más graves que debíamos resolver era la reforma del cuerpo de prisiones. Esa convicción nos llevó a la creación del Instituto de Estudios Penales, en cuyo programa se unían el Derecho penal y el Derecho penitenciario, pero la gran misión del Instituto era la preparación de los funcionarios del cuerpo de prisiones. Pudimos poner en marcha el cuerpo femenino de prisiones, pero no llegamos a ver el resultado de la formación de los funcionarios, que era nuestra máxima aspiración. El período de nuestra actuación fue breve y no pudimos realizar la amplia labor proyectada.
Hemos pasado por unos años largos e inquietantes, dolorosos; hoy vemos en el horizonte un rayo de esperanza en el camino de la lejana reforma penitenciaria. La Dirección General de Instituciones Penitenciarias está en las manos de un hombre que ha dedicado su vida al estudio y práctica del Derecho penal y del Derecho penitenciario, temas que puede encontrar el estudioso en sus varias obras publicadas con antelación por dicho director general, don Carlos García Valdés.
Hoy se lleva a la práctica en ciertas prisiones el régimen abierto y funcionan las llamadas Universidades de Educación a Distancia para aquellos reclusos en los que concurren circunstancias varias -siempre bajo el criterio del director del establecimiento-; una de esas universidades funciona perfectamente en Valencia. Los permisos de salida se siguen sosteniendo.
Pues bien, este hombre ha sido objeto de un atentado, afortunadamente fallido; después de ese atentado leemos estas declaraciones suyas: «La pena de muerte, ni a los grapos». Extraemos de otra declaración los párrafos siguientes: «Quiero dejar bien claro que un grupo de mercenarios no me va a coaccionar para dejar la Dirección de Instituciones Penitenciarlas. Este atentado fallido no hará más que reforzar mi actitud en la Dirección General de Prisiones.»
Este hombre en el que hasta hoy se cifran las esperanzas de los que abrigamos el ideal de la reforma de las prisiones y devolver a la vida social al prisionero, apto para el disfrute de la libertad. Para lograr estas finalidades las prisiones actuales no sirven, hay que acabar con ellas. Tenemos que poner en marcha nuevos establecimientos que estudien y amparen la personalidad del delincuente. El hombre es lo que importa.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.