La polémica socialista
En principio, creo que Felipe ha sido víctima de sí mismo. Una fuerte oposición y una profunda crítica a su gestión dentro de su propio partido no le da derecho, ni siquiera por principios éticos y morales, aunque sean muy respetables, a la dimisión. Estimo que por encima de todo es un profesional de la política, cuya formación e imagen ha costado muchos marcos y pesetas.Es obvio que en todos los partidos existen olas y tendencias y ya se sabe que en ocasiones vencen unas y en otras las contrarias; pero la retirada y la dimisión, nunca. Por el contrario, la lucha, la habilidad política, los pactos, «saber esperar» hasta el final, etcétera, y siempre sin abandono de los principios democráticos, por supuesto.
Sin embargo, la retirada y la dimisión de un político de la talla de González nos suena, a los hombres de la calle, a rabieta y a recurso del pataleo, en cuyo caso habría que dudar de dicha talla. Puede ocurrir que existan otros objetivos más de «superpolítica», en donde ya dudamos que siga habiendo aquellos principios democráticos, morales y éticos.
Me pregunto qué es lo que habría pasado si Felipe hubiera estado sentado en la Moncloa. Fácilmente habría planteado un problema de Estado, abandonando la Moncloa ante las críticas, no sólo de sus compañeros, sino de toda la competencia política.
La política es el arte de lograr lo mejor, al criterio del político, para el mayor número posible de personas. Lo que ocurre en las democracias es que ese «mayor número» se contabiliza y se recuenta, y a veces ocurre que el guarismo resultante es inferior a otro, que resulta ser al final la mayoría. A eso se llama derrota democratica. El abandono y la dimisión antes de contabilizar y recontar votos, no parece lo más correcto. No obstante, todos somos personas, Incluso los políticos, y tenemos derecho a nuestra libertad personal hasta para el error.
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