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Reportaje:

La minoría árabe de Irán también pide autonomía

Separada del resto del país por una impenetrable cadena de montañas que habitan tribus nómadas, el Juzestán es una región cuya incorporación al antiguo Imperio Persa es muy reciente. Allí los habitantes son árabes y el árabe es también su idioma. Todo el petróleo sale de esta tierra. Situada en el golfo Pérsico, la estrategia juega aquí un papel muy importante. Hace meses que los juzestanos insisten con calma en sus viejos deseos de autonomía. Hace sólo unos días, empezaron a producirse los primeros incidentes sangrientos. Nuestro enviado especial Félix Bayón ha visitado la zona.

El Juzestán ha sido la meca laica de los buscadores de petróleo. Es el lugar donde las chimeneas de las refinerías y las estructuras metálicas de las torres de extracción petrolífera han congregado a una población muy diversa. Herederos de los problemas del colonialismo, los juzestanos no han podido elegir sus fronteras. Hasta la llegada al poder de la dinastía Pahlevi, el Juzestán era un país independiente. Sus habitantes son árabes (y no persas) y el árabe es también su lengua.Ya en este siglo, cuando los retóricos de la historia empezaron a llamar al petróleo «oro negro», el Juzestán perdió su independencia. El padre del hasta hace poco sha, Reza Pahlevi, invitó a ir a Teherán al jeque Kassal (último líder del Juzestán) y, se dice, le encerró en una prisión de oro. Los últimos días de Kassal (si se hace caso de la historia-leyenda) fueron días de las Mil y una noches: rodeado de huríes y envuelto en nubes de opio, Kassal murió en la capital de Irán, a mil kilómetros de su país, que ya era, tan sólo, una región más del Imperio persa de los Pahlevi.

El sha Reza Pahlevi tuvo un especial cuidado con el Juzestán. Allí no hizo lo mismo que en otras zonas del país: su «revolución blanca» dejó intacta la estructura de la propiedad agraria y ni tan siquiera se atrevió a pensar en reformas. Los habitantes del Juzestán siguieron con sus formas tradicionales de vida, sólo modificadas por el boom del petróleo. Aquí (al contrario que en el Kurdistán) no hubo ningún jeque que se rebelara porque le habían quitado sus tierras.

El petróleo llenó el Juzestán de nuevos habitantes: rubios técnicos anglosajones, morenos constructores latinos, comerciantes persas, obreros kurdos y árabes... El petróleo hizo correr un dinero fácil y abundante. Hoy, tres meses después del triunfo de la revolución islámica, el paisaje ha cambiadó algo: el deterioro económico provocado por las largas huelgas, la paralización de casi todas las obras de construcción y la marcha de los técnicos extranjeros ha provocado un importante paro. La vida nocturna (uno de los capítulos más importantes de sector terciario de la región) ha quedado paralizada. Bares y restaurantes están cerrados y, ahora, la noche es sólo un silencio filtrado por el run-run de los aparatos de aire acondicionado.

Disturbios en Abadán

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Fue en Abadán (medio millón de habitantes y capital moderna del Juzestán) donde comenzaron los primeros disturbios que desencadenaron la resistencia final contra el régimen del sha. El último mes de agosto, alguien (aún nadie sabe con certeza quién fue) quemó el cine Rex de la ciudad, matando a unas trescientas personas. Las posteriores manifestaciones de protesta causaron más muertes (esta vez, ametrallados por el Ejército), y éstas, a su vez, una protesta continuada y extendida a todo el país, que acabó llevando al poder a la República Islámica.

Ahora, el cine Rex sigue cerrado y sobre sus puertas hay flores, pancartas, carteles y fotos que recuerdan a los muertos. Unos metros más allá, en el bazaar de Abadán, la vida sigue.

La revolución islámica y sus largos prolegómenos han despertado algunas de las contradicciones de la región. En un principio, los comités revolucionarios estaban en manos persas. Luego, la población árabe se hizo cargo de ellos. Los juzestanos son también chiitas y nadie parece discutir el liderazgo del ayatollah Jomeini. Lo que sí se pide es una doble autonomía: cultural («nuestra lengua y nuestra cultura es árabe y no persa») y económica («los beneficios del petróleo tienen que quedarse aquí»).

Las discusiones han alcanzado sólo al papel o la palabra. Las armas sólo han comenzado a salir a flote esta misma semana, cuando un grupo de árabes, armados de fusiles soviéticos Kalashnikov, entraron en la sede de un grupo político iraní, saquearon las oficinas, prendieron fuego a una parte del edificio e hirieron a tres personas. El hecho ocurrió en Jorramshá, capital histórica de la región, situada a unos diez kilómetros de Abadán.

Muchas armas

Sin embargo, se dice que hay abundantes armas en la zona. Según fuentes diplomáticas, una decena de jefes de cabila controlarían a unos 2.000 hombres armados. Se desconoce quiénes son los suministradores del armamento, pero todo parece indicar (dado que son de fabricación soviética) que son los vecinos iraquíes quienes las hacen llegar a la zona.

Así aparece un nuevo foco de conflicto en Irán. Esta vez en uno de los centros de más importancia (estratégica y económica) de todo Asia. Hace unas pocas semanas, los juzestanos marchaban a negociar a Teherán para tratar de arrancar unas promesas de las autoridades centrales. El líder indiscutible de la región, ayatollah jeque Mohamad Tajer Al-Shobier Jagani, amenazaba con marcharse de la región, harto ya de servir de mediador en un conflicto que amenazaba con hacerse más tenso.

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