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El feminismo del Tercer Mundo pasa directamente por la política

Rosa Montero

Las mujeres han invadido Bagdad. Hay hindúes menudas envueltas en saris vaporosos, senegalesas rotundas y altas que pasean túnicas magníficas, ceilandesas tímidas y palestinas tajantes y, además, mujeres de Argel, de Cuba, de Túnez, de Yugoslavia, de los Emiratos Arabes Unidos y de casi un centenar de delegaciones de países no alineados.

«Son demasiadas mujeres. Es una provocación», diría un joven iraquí, mirándolas con ojos turbados y golosos. En el Irak de hoy la mayoría de las mujeres llevan aún el chador, el velo negro chiita, y observan las estrictas normas coránicas. Es, sin embargo, en este Irak, a caballo de la tradición y de una nueva sociedad, en donde se está celebrando la primera conferencia sobre el papel de la mujer en los países no alineados y en vías de desarrollo.La conferencia fue gestada en la última cumbre de países no alineados, celebrada en Colombia, y sus conclusiones serán recogidas en la sexta cumbre. Esa próxima cita, a celebrar en La Habana en septiembre, supone, por tanto, un paso primero e importante en la lucha que muchos de estos países han emprendido para romper unas tradiciones que condenan a la mujer a un puesto pasivo. Claro está que son países en desarrollo y necesitan de todos los brazos disponibles. La eficacia aquí llega a combatir con escrúpulos incluso religiosos. Esta necesidad de incorporar también a la mujer fue mencionada en el discurso del vicepresidente del Irak, Saddam Hussein, cerebro gris de la República, con el que se inauguró la conferencia el pasado domingo.

Emoción y matiz político constantes de la conferencia

La conferencia, pues, está apenas comenzada, pero se advierten en ella dos constantes: la emoción -emoción de las delegaciones al encontrarse por primera vez, un orgulloso sentimiento de países subdesarrollados que se saben fuertes al estar unidos- y el matiz político. En el centenar de los países del bloque no alineado hay ochocientos millones de analfabetos y setecientos sesenta millones de personas que viven por debajo del nivel de subsistencia. Con tal marco, un congreso sobre la mujer ha de encuadrarse en unas coordenadas forzosamente políticas. El discurso inaugural de Saddam Hussein, por tanto -y es significativo que la apertura la haya hecho un hombre-, fue, ante todo, político, una llamada a la unión de los países no alineados frente al imperialismo, dedicando fuertes censuras a Sadat, a quien tachó de «traidor que apoya al sionismo, el medio de penetración del imperialismo americano en la zona», y proponiendo la creación de un fondo mundial en el que participaran todos los países en vías de desarrollo, contribuyendo en la medida de sus posibilidades; un fondo que sirviera de seguro frente a la inflación monetaria provocada por el imperialismo. Y las mujeres aplaudieron fervientemente este discurso, como aplaudieron la intervención de la delegada de la OLP o las menciones al Partido Socialista, al panarabismo. Y es que el feminismo del Tercer Mundo pasa directamente por la política. Mientras tanto, las mujeres iraquíes contemplan el congreso desde la penumbra de sus velos. La Federación de Mujeres del Irak es muy activa, publica el Imra (Mujer), un quincenal con 40.000 ejemplares de tirada, y tiene más de 10.000 afiliadas. Sin embargo, en Bagdad mismo hay restaurantes en los que la mujer no puede entrar; en los cafés, su presencia es imposible, y, por ahora, la mujer iraquí sigue perteneciendo al padre, al abuelo o jefe del clan y al mando. La mujer iraquí y las mujeres del Tercer Mundo tienen un largo, complicado, camino por delante. Quizá esta conferencia sea un primer paso.

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