Malasaña
Rosa Chacel lo llama, más poéticamente, Barrio de Maravillas. La lucha por el Ayuntamiento ha resultado, a la larga, una pequeña guerra civil izquierda/derecha por el barrio de Malasaña, que es algo así como el Harlem de Chamberí, con su plaza del Dos de Mayo como cuadratura del círculo madrileñista. Y digo esto porque Álvarez/Álvarez es chamberilero de Chamberí y Tierno ha ido a comerle el pan a su propio terreno, se lo ha llevado de calle hasta su calle y se ha erigido alcalde, como la estatua más locuaz de la plaza, en el mismo Dos de Mayo.Gómez de la Serna titula Piso bajo su última novela, escrita en Buenos Aires y situada en esta plaza del Dos de Mayo:
-No, querido Umbral -salta Francisco Yndurain, amigo y maestro- La última novela de Ramón es un manuscrito inédito, Museo de reproducciones, que vamos a publicar si nos autoriza la familia.
-Usted disimule, señor Yndurain. De nada.
De momento, la izquierda ha tomado el barrio de Malasaña y la plaza del Dos de Mayo, echando por delante la infantería drogota y pasé de la juventud más joven, y llenándolo luego todo de alcaldes. Un hippy extranjero, hace unos años, viendo la armoniosa estatua par de Daoiz y Velarde, me dijo:
-Oh, yes, un monumento a la homosexualidad, very beautiful.
No quise explicarle que era más bien un monumento a la virilidad, a la masculinidad y a la marcialidad. Lo que falta en el barrio, en cambio, es la estatua de Manolita, que le da nombre. Manolita, planchadora y antinapoleónica, es una Agustina de Aragón madrileña que se nos conserva bizarra y lírica en la memoria histórica gracias a que Cifesa y Aurora Bautista no hicieron ninguna película sobre ella.
-Pues qué simpáticos son estos barbudos -decía la otra noche Pitita, que estuvo en la verbena del Dos de Mayo, con Julio Ayesa, y hasta se cayó al suelo, como en un simbólico derribo de las esfinges de oro.
Pitita Ridruejo dejó fascinado al pasotismo chamberilero, que, ve en ella un perfil de jeroglífico, más allá del oro de los faraones, una gárgola de Nubia que decora el tedioso urbanismo de la burguesía capitalista y el ocio esmaltado de la jet-society.
Entre los gatos de Margarita Sanz, que ha cerrado, no sé si para siempre, las puertas centenarias y azules de su tienda, y los discos retro del café Ruiz, como piedras de molino que tuvieran grabado todo el repertorio de Concha Piquer, Malasaña es hoy nuestro Greenwich Village, y la toma de la plaza por la izquierda municipal puede ser más que simbólica. Tierno lo ha dicho:
-No se derribará ni una casa más en Malasaña.
Andan rumores de que el Ayuntamiento no va a renovar la concesión al Club de Campo, sino que devolverá este gran espacio verde al pueblo de Madrid. El olvidado e inolvidable García-Lomas había llegado a una dialéctica, con las casas de Chamberí, que consistía, más o menos, en derribar una casa mediante explosión controlada cada vez que tenía que encender un puro.
Y fumaba muchos puros.
La izquierda municipal y el pasotismo intemporal se han encontrado en la plaza del Dos de Mayo, bajo las acacias vecinales de cuyo verdor es tigre el gato de la portera.
A ver si nos enteramos. Que la toma de Madrid va a ser esta vez plaza por plaza, barrio por barrio, casa por casa, como la toma de Teruel, pero a la viceversa. La izquierda va por Chamberí y por la Historia paso a paso, verso a verso, hasta que suenan los claros clarines de la derecha rubeniana, llega el cortejo de los paladines y se monta otro Desfile de la Victoria en la Castellana, río arterial que separa Chamberí del barrio de Salamanca y la zona nacional de la zona intelectual, con el viejo caserón de San Bernardo, lo que fuera barrio universitario y los cuplés librepensadores y verdes de Olga Ramos. La Castellana es nuestro Ebro. Cualquier día van y lo cruzan. Como entonces. Como siempre.
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