El fin de los comités islámicos
Cada noche, a partir de las once, los comités revolucionarios son de nuevo dueños de las calles. En un Teherán que ha vuelto a iluminarse por el neón, la presencia de los guerrilleros en las esquinas de las más importantes avenidas parece más bien una reliquia de aquellos días que siguieron a la batalla de Teherán, dos meses y medio atrás.Pocas razones justifican estos controles nocturnos. Si los elementos contrarrevolucionarios trataran de escapar o trasladar armas, bien podrían hacerlo a la luz del día, protegidos por el caótico tráfico de la ciudad. Por otro lado, su función de policía de costumbres, ejercida hasta hace pocas semanas, está ya, por fortuna, muy dulcificada. Convencidos por sus superiores, los guerrilleros han dejado en sus casas los látigos con los que aplicaban justicia a los trasnochadores viandantes de aliento alcohólico. Tampoco está bien visto ya el casar, por procedimiento de urgencia, a aquellas parejas sorprendidas en actitudes cariñosas en el interior de los automóviles. Definitivamente, las guardias nocturnas son tan sólo una reliquia.
Hasta aquí, la revolución iraní no ha supuesto grandes novedades. Los problemas han empezado realmente cuando se ha tratado de definir cuál habría de ser esa «legalidad revolucionaria». La mayor parte de la oposición al sha -islámicos, nacionalistas del Frente Nacional y guerrileros musulmanes muyaidin- parecían estar de acuerdo en crear una República islámica. El resto de la oposición -liberales laicos, socialistas, comunistas y los guerrilleros fedayin de extrema izquierda- apoyaban la reivindicación y, discretamente, pedían que se matizara. Aun hoy, nadie sabe con certeza qué es una República islámica. La definición más completa que se puede obtener, recitada casi con aromas del Ripalda, es que es « una República en la que se hacen cumplir las leyes islámicas».
Mehdi Bazargan, el viejo opositor al sha y primer ministro de Jomeini, no parece tener mucho Poder. Se sabe que, en diversas ocasiones, se mostró contrario a los procesos sumarísimos que han llevado ya al paredón a más de 150 personas. Igualmente, se conoce que intentó presentar su dimisión varias veces.
La semana pasada, cuando sólo unos pocos liberales laicos se mostraban optimistas, se produjo el primer síntoma de fortaleza en el ala liberal del régimen. El duro Ibrahim Yazdi fue nombrado ministro de Asuntos Exteriores y, por tanto, dejaba de controlar los «asuntos relacionados con la revolución». Casi al mismo tiempo se anunciaba que los comités deberían de entregar sus armas y sus funciones de vigilancia a la policía; a cambio, aquellos que posean un nivel de instrucción suficiente podrían ingresar en las fuerzas de orden público.
Por último, el pasado jueves, Bazargan sustituía a Yazdi en el recientemente creado Comité Nacional de Seguridad.
El estado del, hasta hace poco, superejército iraní es actualmente lamentable. Los cuarteles se encuentran vacíos. Casi no existe la oficialidad y el armamento se estropea, hasta quedar inservible, por falta de mantenimiento. En la aviación militar la situación es aún peor. No hay casi pilotos e, incomprensiblemente, a pesar de que fueron los técnicos del ejército del aire -los homafaz- los primeros en ponerse de parte de Jomeini, cada día hay menos aparatos utilizables. La situación ha llegado a tal punto que el Gobierno se vio obligado a solicitar la cooperación del personal de Irán Air -la compañía de aviación civil- Pero esta ayuda no ha sido posible. Dos meses y medio después de la revolución, Irán Air ha reanudado sólo dieciséis de los cuarenta vuelos regulares que mantenía en el régimen anterior.
Con el cese de Ibrahim Yazdi como viceprimer ministro encargado de los Asuntos Relacionados con la Revolución se acababa la segunda etapa de una crisis que amenaza con durar aún. Todo empezó cuando uno de los comités revolucionarios (presumiblemente el que dependía directamente de Yazdi, que reunía más de 5.000 guerrilleros) detuvo a dos hijos del ayatollah Taleghani.
La causa de la detención de los hijos de Taleghani se desconoce aún. Dos son las hipótesis que se manejaron en su momento. La primera (que se podría calificar de fantasiosa, si no fuera porque la realidad puede serlo aún más) afirmaba que uno de los dos detenidos posesía documentos, facilitados por la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que demostraban que Yazdi había mantenido contactos con la CIA. La segunda explicación (más creíble y mantenida por algunos prestigiosos miembros de la oposición laica) decía que los dos hijos de Taleghani militaban, en sendas organizaciones guerrillera -muyaijdin y fedayin- y eran los elementos claves en una supuesta, y por entonces inmediata, fusión.
Como respuesta a la detención de sus hijos Taleghani decidió desaparecer.
Dos apoyos para un hombre viejo
La desaparición de Taleghani concluyó con una visita a la residencia de Jomeini en la ciudad santa de Qom. Media hora de conversación (que, se supone, iría precedida por otras negociaciones)bastaron para que el líder iraní garantizase un inmediato control de los comités. De este modo, Jomeini situaba en un segundo plano a su hombre de máxima confianza, Ibrahim Yazdi. Según algunos observadores, Jomeini, que a sus 78 años muestra ya claros síntomas de senilidad, apoyaba su debilidad en Yazdi y en Sadeli Ghotbzadeh, actual director general de la NIRT (radiotelevisión estatal), a quienes conoce desde hace más de quince años. Ambos fueron sus máximos asesores en el exilio de Nauplhele-Chateau.
Talegani había sido un oportuno mediador en los primeros conflictos que el nuevo régimen tuvo que soportar en el Kurdistán. Otro importante clérigo disidente, el ayatollah Chariat-Madari, permanece, mientras tanto, a la expectativa. Chariat-Madari dimitió hace un par de meses de su cargo de ministro de Cultura en el primer Gobierno de Bazargan y es el líder religioso del Azerbaidján, una de las regiones más conflictivas del país.
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