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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Portugal y España

LAS RELACIONES entre España y Portugal llevan prácticamente siglos enrarecidas, falseadas por una especie de retórica enfática simultánea a una desconfianza mutua y a un gran desconocimiento. Conoce mejor España a Francia, Portugal a Inglaterra de lo que se conocen entre sí, entendiendo por «conocer» la percepción de la realidad de sus sociedades, sus problemas, su cultura y sus posibilidades en el núcleo geopolítico en el que las dos están enclavadas. En este sentido, es sorprendente que la supresión de pasaportes para viajar entre los dos países llegue ahora, y no hace mucho tiempo, y que se presente como una especie de conquista. Se ha logrado en la visita que ha realizado a España el Ministro de Asuntos Exteriores portugués, João Cardoso Freitas da Cruz, en la que se ha firmado la constitución de un Consejo de Cooperación destinado a dar una dinámica oficial al tratado entre los dos países que ha venido a sustituir al viejo pacto firmado por las dos dictaduras. Señala un cierto paralelismo político, aunque con numerosos datos de diferenciación: la coincidencia cronológica de las dos dictaduras, la de las dos liberaciones por la vía de la democracia constitucional, e incluso la tendencia actual de los Gobiernos de frenar en lo posible la fuerza de los partidos de izquierda y de brindar la máxima resistencia a unos centros de carácter muy conservador. Las dos economías sufren crisis -con matices de mayor o menor gravedad-, y los sectores de capital buscan el máximo apoyo en el Mercado Común, tratando de no perder sus peculiaridades.Podría decirse, por tanto, que las relaciones oficiales de los dos países siempre han sido excelentes y que los sucesivos Gobiernos han mostrado la mejor voluntad de cooperación y de ayuda mutua. Sin embargo, nada de ello ha traspasado totalmente las fronteras. La izquierda es pañola tuvo un momento de entusiasmo a partir de la revolución de abril en Portugal, llegó incluso a sentir ese entusiasmo como una fascinación y hasta como una moda, pero el desarrollo ulterior de la historia y la modifica ción de objetivos y procedimientos entre cada partido correspondiente de un lado y de otro de la frontera han «desencantado» también aquel sobresalto de amistad y las antiguas peregrinaciones.

Una visita como la realizada por el ministro portugués, continuación de otros viajes de Estado y anuncio de otros futuros, es siempre de gran utilidad, como la permanencia del Consejo de Cooperación. Pero habría que hacer de forma que todo ello no quedara en una rigidez de organismos e instituciones en los que puede haber lícitas diferencias en intereses y en un grato intercambio de discursos en los banquetes oficiales. Habría que conseguir una interpretación de los dos pueblos. Lo cual, indudablemente, se puede fomentar desde los Gobiernos, pero es una labor muy concreta que corresponde a iniciativas privadas, a intelectuales, a una intercomunicación más continuada. Las razones de desconfianza que puedan existir entre los dos países no pueden ser más que ancestrales y suficientemente desmentidas por la realidad del presente. Los caminos que tienen que recorrer ambos en el contexto histórico, en el ámbito geográfico y en el área económica en que se encuentran son más complementarios que competitivos. Ninguno de los dos puede esperar más que ventajas en el apoyo mutuo.

Se considera que los acuerdos de principio obtenidos en esta visita de Portugal son, simplemente, un primer paso: deberíamos hacer todos, aun al margen de los Gobiernos, que los demás pasos siguieran con alguna velocidad y que la corriente mutua que comenzó a establecerse a raíz del reintegro de los dos países a la democracia no se ahogase en la indiferencia y en la abulia en que parecen desenvolverse ahora.

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