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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La Universidad Nacional de Educación a Distancia

Rector de la UNED

Ultimamente, los periódicos de Madrid y provincias han venido dando noticias, forzosamente fragmentarias, de la UNED: dimisión del rector y de lajunta de gobierno, problemas de instalaciones, etcétera. A su vista, es muy posible que los lectores se hayan preguntado: ¿qué es la UNED?, ¿qué pasa con la UNED?, ¿qué reivindica?, ¿por qué plantea ahora tales conflictos?

Esas preguntas merecen una respuesta, y yo, como rector de esta singular uníversidad, estoy en la obligación de darla, pues entiendo que el primer deber de todo aquel que ostenta un cargo público es informar a la sociedad a cuyo servicio está.

Intentaré, por ello, dar aquí una explicación válida de la institución en general, que, por desgracia, sigue siendo entre nosotros sustancialmente desconocida por la mayoría y mal comprendida por los pocos que la conocen, así como de la concreta situación por la que dicha institución atraviesa en la actualidad.

La idea de una universidad abierta, capaz de actuar como instrumento de renovación cultural y de romper la estructura sociológicamente elitista de la universidad tradicional fue lanzada en 1968 por los laboristas ingleses, unos socialistas que no se entretienen en discutir si son galgos o podencos y que periódicamente dan muestras de imaginación creadora y de su capacidad de ilusionar a la sociedad con nuevos proyectos, que los conservadores que les suceden en el Gobierno no tienen más remedio que asumir y continuar.

A partir de aquel momento, la idea empezó a propagarse por todo el mundo, y hoy en una realidad espléndida en uno y otro hemisferio político. En la URSS, por ejemplo, existe hoy casi un millón y medio de personas que se benefician de esta modalidad de enseñanza. En Alemania Federal, país que tiene títulos sobrados en materia universitaria, funciona desde 1975 una universidad de este tipo, en Hagen (Westfalia Norte), con ámbito naturalmente federal, que desde la fecha de su fundación no ha hecho sino crecer a ritmo vertiginoso (1.300 estudiantes en 1975, 10.000 en 1977). Venezuela, que intenta por todos los medios quemar etapas aprovechando el «boom» petrolífero, ha púesto en marcha este mismo curso una Universidad Nacional Abierta que cuenta ya con varios miles de estudiantes. Costa Rica, la Suiza de la América hispana, mantiene también una universidad semejante. En toda América Latina, tan urgida en el plano de la educación por su enorme tasa de crecimiento demográfico, surgen iniciativas en este sentido, que, lógicamente, pretenden inspirarse en los dos modelos más experimentales que hoy existen. La Open University y nuestra UNED, instituciones que comenzaron a funcionar prácticamente al mismo tiempo y que ya han cumplido su primer ciclo vital y producido sus primeros graduados.

La comparación del respectivo origen de estas dos universidades que hoy se están tomando como modelo y como referencia en tantos países, aunque para nosotros sea penosa, sirve de entrada para situar debidamente los problemas que ahora nos acucian.

En efecto, la puesta en marcha de la Open University inglesa fue precedida de un largo período de implementación. Durante tres largos años, la nueva universidad, que fue dotada ab initio de todos los medios materiales, personales y jurídicos para desarrollar su labor, permaneció, no obstante, en el silencio, trabajando en la creacion de sus propios instrumentos y reflexionando sobre la metodología a utilizar. De esta forma, cuando, tras estos tres años de trabajo oscuro, abrió sus puertas a los usuarios del servicio público, éste estaba en condiciones de funcionar sin fallos a pleno rendimiento.

Proceso diferente

Para nuestra desgracia, el proceso se desarrolló entre nosotros de forma muy diferente. La idea tuvo, sí, cabida en la ley General de Educación de 1970, pero no comenzó a instrumentarse hasta 1972. La ley ap robatoria del III Plan de Desarrollo, de 10 de mayo de 1972, autorizó al Gobierno para proceder a su creación dentro del cuatrienio del Plan, y el Gobierno, el 18 de agosto siguiente, aprobó el decreto correspondiente para que empezara a funcionar meses después.

Así las cosas, ya se puede suponer que hubo que improvisarlo todo -textos, personal docente, medios materiales, instrumentos pedagógicos, metodología, etcétera-, y, que todo debió de ser hecho desde entonces al propio tiempo que se atendía a los ciudadanos que desde el primer momento aceptaron con entusiasmo y audacia la arriesgada apuesta.

No debe extrañar, por tanto, siendo estas las circunstancias iniciales, que el funcionamiento de la UNED en estos años haya acusado fallos, algunos de ellos graves. Lo sorprendente no es eso, sino justamente lo contrario, es decir, que la universidad, careciendo de todo y abandonada desde el principio a sus propias fuerzas por el Gobierno que la creó y por los que le sucedieron, en el antiguo régimen y en el nuevo, haya acertado a asegurar un nivel de servicío, no, desde luego, óptimo, pero sí, indudablemente, más que aceptable.

Y hablando de edificio, llegamos ya a la situación -actual. Aun,que parezca asombroso, el Estado español no ha empleado nunca una sola peseta desde 1972 hasta hoy en la infraestructura de la UNED. Cuando ésta se puso en marcha, el Ministerio de Educación y Ciencia se limitó a habilitar unas cuantas covachuelas en el viejo caserón de San Bemardo. Allí nació la UNED y allí dio sus primeros pasos, cuando sólo era una apuesta incierta cuya aceptación social era sencillamente imprevisible.

Pronto se vio, sin embargo, que la sociedad española, ávida de transformación, aceptaba la idea con entusiasmo Y que para hacer frente a la demanda suscitada era imprescindible (dotar a la recién nacida universidad de un local provisional, en tanto se ultimaba la que había de ser su sede definitiva. Con este fin, y después de no pocos forcejeos, el ministerio dictó una orden, el 13 de julio de 1973, por la que se adscribió a la UNED el edificio circular de la Ciudad Universitaria como sede definitiva de la institución, al tiempo que se dispuso que, provisionalmente, se instalaría en el edificio de 8.000 metros cuadrados de superficie próximo a aquél.

La orden de 13 de julio de 1973 fue ratificada más tarde por otra orden ministerial, de 10 de diciembre del mismo año, en lo que se refiere a la adscripción del edificio circular como sede definitiva de la universidad, pero la solución prevista como provisional fue modificáda, a consecuencia de las múltiples presiones ejercidas sobre el ministerio, y del edificio de 8.000 metros cuadrados inicialmente destinado al efecto se pasó a cuatro plantas de poco más de 2.000 metros cuadrados en total del edificio ocupado por la Oficina de Educación Iberoamericana.

Han pasado seis años desde entonces, y la UNED sigue en su ubicación provisional, ocupando en precario unas plantas de un edificio ajeno, sin que se haya hecho absolutamente nada en relación a su sede definitiva. Lo que en 1973 era aceptable, como provisional, hoy es absoluta y rigurosamente insostenible. La universidad cuenta sólo con seis metros cuadrados por persona que trabaja en ella, y esto contando, claro está, los espacíos libres, los necesarios para mobiliario y material, los almacenes y demás locales imprescindibles para una editorial que produce y distribuye cada año varias decenas de miles de volúmenes, etcétera. No es posible decir de qué carece, porque carece de todo: biblioteca, laboratorios, despachos de trabajo, salas de reuniones. Da vergüenza decirlo, pero hasta los libros que nos regalan tienen que permanecer en sus cajas en un rincón, porque no hay dónde colocarlos. Para cualquier reunión, sea con profesores o con alumnos, es preciso pedir prestados los locales a los organismos vecinos y solicitar para ello formalmente la autorización del subsecretario del departamento. Del esfuerzo que hay que desplegar a la hora de los exámenes no hay ni que hablar: comedores universitarios, naves industriales, etcétera.

La UNED tiene hoy cerca de 60.000 alumnos, diez veces más que en la fecha en que se la facilitó, con carácter provisional y en tanto se terminaba y acondicionaba el edificio circular de la Ciudad Universitaria, el edificio que hoy ocupa parcialmente y en precario. A esos 60.000 ciudadanos españoles no se les puede seguir engañando con promesas incumplidas. Ha llegado, pues, el momento de decidir: si va a seguir habiendo Universidad a Distancia es absolutamente preciso terminar ya, de una vez, el edificio que se la adscribió hace seis años como sede definitiva.

En las condiciones actuales no puede ní debe seguir funcionando. Quienes hacemos la UNED con nuestro trabajo diario no podemos callar más, ni debemos tampoco seguir supliendo con nuestro celo la falta absoluta de una infraestructura razonable, porque, si lo hacemos, vendremos a ser cómplices de uri engaño colectivo.

La Universidad a Distancia es, ante todo, la universidad de los trabajadores españoles, ya que el 87,8 % de sus alumnos tienen, en efecto, una ocupación permanente y compatilbilizan el trabajo con el estudio, en la esperanza de mejorar su condición. Por serlo, merece especial atención de cualquier partido y de cualquier Gobierno, a menos que con toda claridad quiera decirse públicamente que sólo se trata de ganar tiempo y de cubrir las apariencias.

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