_
_
_
_
Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Travestís

Los académicos dicen travestíes, pero los travestís dicen travestís. Entre la Academia de la Lengua y la academia de la calle, me parece que esta palabra (espúrea en sí, como el oficio que nombra) ya no vamos a salvarla. Los travestís están siempre en la Castellana, esquina a María de Molina, apoyados (apoyadas) contra la esquina o seiitados en el morro de un coche.Son el nuevo comercio sentimental de la noche madrileña. Algunas veces dejo a José Luis de Vilalionga a la puerta de su casa, que es por ahí:

-Cuidado, José Luis, que tú eres dulce carroza para ese personal.

Y se mete en seguida en casa.

Antiguos que somos. Yo lo que recuerdo en la Castellana es o era la prostitución femenina de los aguaduchos, aquella cenefa de meretrices antiguas y señoriales que le habían tirado de la manga sin brazo, inútilmente, a don Ramón del Valle-Inclán.

Luego, con Franco, tiraban de la manga de la chaqueta blanca, tipo Conde Ciano, de los hombres del Movimiento. Eran las que nos daban un amor aguado de aguaducho, porque no habían llegado a entrar (o porque las habían echado ya, ay), en los escasos y herméticos cabarets de la Castellana. Hoy, para la joven pinchota, entrar en prostitución es casi tan casto, antiguo y aburrido como entrar en religión. De noche, en Madrid, lo más que se encuentra en mujeres son hombres.

Hace casi veinte años, en ese triángulo de verdor que hay a la entrada de María de Molina, yo pasé alguna noche de verano sin sueño, huyendo de la pensión torrefacta y sintiéndome ya, sólo por eso, una especie de beatnik, que es lo que se era entonces. Ahora veo ahí mismo a los nuevos travestis, con sus botas loewe de rebaja, sus maquillajes nocturnos y sus pelucas acuñadas en oro por un Ruper falso.

Suelen anudarse la camisa por encima del ombligo, pese al frío, y son Merlines de cintura, como los niños anfibios de García Lorca. En el travestismo indeciso, logrado y malogrado de estos hijos putativos de la noche madrileña, toda la duda antimetódica de una sociedad, la nuestra, de una sexualidad, la nuestra, de una democracia, a nuestra, de una época, la nuestra, que ha perdido eso que Tierno llama las referencias últimas, pero que tampoco puede ni quiere volver ya a las referencias primeras, contumazmente programadas y ofrecidas por la teletonta en figura de filmación con capuchortes y tambores romanos. Olvida los tambores, Salgado, tío.

Travestís de ahora mismo, sexualidad última y errática de un Madrid sin spleen que ha sustituido la melancolía por el horterismo y que corre a morir en la cuadrícula de las estadísticas de Tráfico corno la mariposa en el caza-mariposas. Aquellas meretrices de Ia avenida (sin luz) del Generalísimo, nos parecían lo último en depravación cosmopolita, algo así como les misterios de Madrid, y los sabemos que lo canalla es sólo la miseria que se cree fascinante, y que estos adolescentes de malla y revIon, que se creen fascinantes para la mano temblorosa del frío, no so a sino la nueva forma de miseria sexual y comercial de una neodemocracia que, cuidando los modos fomenta las modas. Las peores.

En treinga siglos, no tia sabido nuestra cultura qué hacer con la prostitución femenina. ¿Vamos a tardar otros treinta en redimir, resolver y entender la prostitución masculina? El nacionalfranquismo ignoraba la prostitución en sus reivindicaciones sociales de discurso) mientras cobraba impuesto de las casas de lenocinio. Gais, travestís, homosexuales, son reprimidos, perseguidos (acaba de prohibirse, un congreso al respecto) por nuestros liberales novoeuropeístas, pero se les consiente en sus formas peripatéticas y mendicantes. Lo que pasa en la calle, parece que no pasa. Sólo pasa lo que pasa en las Cortes, que es donde no piisa nada.

Los travestís de la Castellana son la flor última, sucia y joven de una sociedad permisiva que no permite, ni se permite casi nada. Los travestís de la Castellana no tienen otra libertad que la que ellos se toman. En esto, todos somos un poco travestís.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_