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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

José Clemente Orozco

Hábilmente condicionado, obediente a las consignas del momento, el público acude masivamente al espectáculo de moda: Magritte (Centro Pompidou). Desgraciadamente, pocos son los que saben que lo importante, la verdadera pintura, está en otra parte: en la exposición, hasta el próximo 13 de mayo, de José Clemente Orozco en el Musée d'Art Modeme de la Ville de Paris.Porque acontecimiento es, en efecto, la presentación, por prime ra vez en Europa, de la obra de quien, con Siqueiros y Rivera, constituye el trío de grandes mura listas mexicanos. Como es lógico de los murales sólo se han podido traer fotos de tamaño natural, pero otras 150 piezas (óleos, guaches, grabados y dibujos), procedentes en su mayor parte del Museo Orozco de Guadalajara y de la célebre colección de Carrillo Gil del Museo de México, constituyen una amplia y más que conveniente muestra de su creación.

José Clemente Orozco (1893-1949)

Museo de Arte Moderno de la Villa de París.

La exhibición debería permitir situar definitivamente a Orozco en el lugar que le corresponde, es decir, entre los más notables de los artistas contemporáneos.

Lo primero que llama la atención en la pintura de Orozco es la impresión de grandiosidad, de monumentalidad que produce. Y no por sus dimensiones materiales, lo que sería trivial, sino por sus rasgos puramente plásticos, por el acierto con que utiliza los recursos expresivos del lenguaje pictórico. El patetismo de las imágenes se ve realzado por la reciedumbre de la pincelada, a la vez somera y vehemente, extendida en gestos amplios, espontáneos, instintivos. La severa adustez del conjunto, que contribuye a la fuerza de su impacto en el espectador, es potenciada por el empleo de pastas broncas, por los tonos sordos y sombríos, por las gamas cromáticas terrosas, negras, raramente animadas por tintas llameantes. De todo lo cual resulta una impresionante belleza convulsiva, un acento punzante y trágico que da apropiado cuerpo, al mismo tiempo que vida interior, a este canto épico de la revolución, a la gesta de todo un pueblo en marcha hacia su destino heroico sembrado de heridos y cadáveres, encarnación de una humanidad doliente sedienta dejusticia.

Menos doctrinario y comprometido que Siqueiros y Rivera, aunque también él supiera en su momento seguir a las huestes de Villa o Zapata, Orozco consigue traducir el sufrimiento y sacrificios con raro universalismo. La panoplia de sombreros, fusiles y cartucheras, la caracterización de masas y soldados, son elevados a un valor simbólico y mítico que las aleja de todo anecdotismo, de las tipificaciones folklóricas, de los tópicos nacionalistas. Personajes históricos, grandes figuras monásticas o lucha revolucionaria

valen, ante todo, por la violencia colectiva, por los valores antiguos que representan fuera de cualquier situación histórica concreta. Esta no puede nunca contar por sí misma, limitándose a ser punto de arranque de un pensamiento fundamentalmente plástico y que, como tal, va más allá de la pura y siempre pobre inmediatez.

Como en toda obra artística de importancia, también en la de Orozco destaca la sorprendente economía de medios con que consigue plasmar un universo tan rico en visiones y sugerencias. No abundan las obras en que haya tal totalización humana y espiritual, en que tan bien se conjugan el sentimiento trágico y el retenido humorismo que aflora en ciertas escenas de cabarets y prostíbulos, de fiestas de alta sociedad, con sarcásticas caricaturizaciones que nos recuerdan al mejor Grosz.

Incisivo, lapidario, desmesurado cuando la expresión lo exige, Orozco recorre un amplio campo de hechos y actitudes, donde no faltan, junto a la exaltación del heroísmo prometeico (el propio tema del mito de Prometeo será repetido varias veces), la fustigación de las falsificaciones de la revolución, la perversión de los valores religiosos y su empleo enmascarador de la realidad (Cristo destruyendo la cruz), las catástrofes provocadas por el capitalismo (crisis del veintinueve), los presagios de la segunda guerra mundial.

Aunque muy mal conocida en Europa hasta hoy, la obra de Orozco supuso, en cambio, una revelación para los jóvenes pintores estadounidenses (ahí están las entusiastas declaraciones de Pollock), sobre los que ejerció decisiva influencia a través de las pinturas para el Pomona College (Clarmont), el Dartmouth College (Hannover), el Museum of Modern Art y la New School for Social Research (Nueva York), entre otras.

Orozco, del que Elie Faure ha escrito que «un arte como el suyo conduce siempre a lo universal a partir de lo que es intensamente personal y nacional», es vivo ejemplo de hasta qué punto se puede ser magistral, abrir perspectivas insospechadas (especialmente en el muralismo), sin inventar una nueva pintada: la sinceridad de la emoción.

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