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Saura y Peinado, en París

Las exposiciones de Antonio Saura son siempre esperadas con vivo interés en París, donde es uno de nuestros artistas más conocidos. Y con mayor motivo esta vez, en que tras un largo paréntesis de diez años, vuelve a presentar obra sobre tela (galería Stadler).Se sorprenderán algunos, a mi modo de ver precipitadamente, ante lo poco novedoso de la manifestación. Les parecerá que retratos apócrifos y crucifixiones son pura repetición de lo que Saura nos ofreciera ya en anteriores etapas. Nada más lógico que dicha interpretación si se empeña uno, contrariamente a las confesadas intenciones del pintor, en considerar esta reciente serie de lienzos como un nuevo arranque a partir de cero. Más significativo y aleccionador es, por el contrario, buscarle el entronque con el universo temático y formal de hace diez años en lugar de desjajarle de él, intentar penetrar en lo que de lucha, de dificultad y de tensa aventura encierra esta terca exploración por intentar arrancarle la última posibilidad de contenido expresivo a una iconografía determinada. Se trata de comprender, en efecto, que pintar es, ante todo, construcción de un lenguaje, creación de estructuras vehiculadoras sin las que no hay significado traducible, que el tema sólo existe, en tanto que pintura, en función de su materialización plástica. Y Saura, que lo sabe, se ha visto forzado a empezar por recobrar su tekcné (que se define propiamente como lo perteneciente a la ciencia o al arte) anterior, a recuperar el uso de una capacidad de transcripción olvidada. Todo lo cual está lejos de significar evitación del riesgo. Se trata, en fin, en esta reanudación de Saura consigo mismo, de identificarnos con su voluntad para ponerse a prueba (en peligro) en la reconsideración, desde una mayor madurez, de las imágenes obsesionantes que, quiérase o no, atenazan a todo artista.

Podremos descubrir, entonces, la imperceptible, aunque ya activa, evolución hacia la necesidad de someter gesto y grafismo a un orden más patente, a un rigor compositivo en el que asentar con la mayor solidez posible la libertad misma de pintar. Descubriremos también una ligera acentuación del color, con los ocres y tierras de costumbre, así como leves azules conseguidos a base de negro y blanco, por contraste cromático. Descubriremos, en los duros trípticos de «Oficio de tinieblas» y «Diada», el lúcido imperativo de salvarse a toda costa de la facilidad. Y, como impregnándolo todo, esos tenues y secretos refinamientos tan característicos de Saura.

También Francisco Peinado es noticia, ya que su primera exposición en París no podía abrirse bajo mejores auspicios. Presentada por Camille Masrour, director de la galería Bellechasse, una de las más dinámicas y consideradas actualmente en la capital francesa, la obra de Peinado ha sido acogida muy favorablemente por lo más destacado de la crítica. Muy reciente todavía la inauguración, son ya varios los comentarios que se le han dedicado (Le Monde, Le Figaro, Pariscope), y, por las noticias que he podido recoger, pocos serán los órganos de prensa importantes que la silencien. Dado el número y calidad de las manifestaciones artísticas que en este momento tienen lugar en París, el hecho adquiere especial relieve, sobre todo conociendo la reserva con que suele acogerse, en general, la primera presentación de un pintor cuyo nombre, por unas u otras razones, todavía no suena en estas latitudes.

Y ya que tan de crónica de París tiene aspecto este texto, permítaseme completarlo mencionando, al menos, algunas otras exposiciones relevantes: Cremonini (galería Claude Bernard), Sorgue (galería Visconti), Xavier Valls (Centro de Estudios Catalanes de la Universidad París-Sorbonne), Telemaque (galería Maeght), Garayo galería Etienne de Causans), Morandi (Galería Bergruen), Kandinsky (Centro Pompidou), Bellmer (galería Bellint), Chardin (Grand Palais), Títeres de Paul Klee.

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