México, un pozo de petróleo para Estados Unidos
Con unas reservas de petróleo que se estiman superiores incluso a las de Arabia Saudita, y que podrían rondar los 200.000 millones de barriles, México se ha convertido en un país de la mayor importancia estratégica para Estados Unidos. No es de extrañar, por tanto, que esta nueva y fabulosa fuente de riqueza ocupe un lugar primordial en las conversaciones que iniciarán aquí, hoy, miércoles, los presidentes Jimmy Carter y José López Portillo.«Estamos sentados en un mar de petróleo», reconocía recientemente Jorge Díaz Serrano, director de Petróleos Mexicanos (Pemex), el monopolio estatal encargado de la extracción y comercialización del petróleo y el gas natural.
Las cifras sobre el volumen de reservas mexicanas de crudos han ascendido meteóricamente en los últimos años. Desde los 6.000 millones de barriles que estimaba en 1976 el Gobierno Echeverría, hasta los 120.000 millones que reconocía Pemex el año pasado. Sin embargo, un informe secreto de la CIA norteamericana, en 1977, hablaba ya de 140.000 millones de barriles y un memorándum confidencial de la Casa Blanca aseguraba el año pasado que las reservas mexicanas podrían suponer una «alternativa a la dependencia creciente del petróleo árabe». Los datos más recientes estiman en 40.000 millones de barriles las reservas comprobadas, y en 200.000 millones las reservas potenciales.
El petróleo puede ser, en la próxima década, el combustible que alimente el desarrollo de México. Con una población actual de 64 millones de habitantes, que trece un 3% anualmente, México necesita crear unos 650.000 nuevos puestos de trabajo cada año para mantener simplemente el índice de desempleo actual, cercano al 25 %.
Para Estados Unidos, el petróleo de su vecino del Sur puede suponer un suministro energético «constante y estable», que cubriría el 30% de sus necesidades durante la década de 1980, y puede ofrecer, sobre todo, una excelente válvula de seguridad frente a futuros embargos petrolíferos, similares al de 1973, o frente a subidas de los precios del crudo acordadas por los países exportadores de la OPEP.
El secretario de Defensa norteamericano, Harold Brown, señalaba no hace mucho que la falta de combustible representa «una amenaza para la seguridad de Estados Unidos y sus aliados».
El creciente consumo de energía en Estados Unidos, la crisis de Irán, el peligro de nuevos incrementos de precios por la OPEP, junto a la importancia de las reservas mexicanas y su proximidad física a Estados Unidos, han contribuido a que la Administración Carter considere ya a México como un asunto de «seguridad nacional» para Norteamérica.
México no está en venta
Pero las circunstancias históricas y la política confusa o errónea del Gobierno estadounidense hacia México en los últimos meses aparecen como serios obstáculos para conseguir ese ideal norteamericano de un México que venda petróleo abundante y barato, mantenga una situación política estable y no se integre en el cartel de los países exportadores de crudo.
Desde que el presidente Lázaro Cárdenas nacionalizara, en 1938, las compañías petrolíferas extranjeras, a las que el dictador Porfirio Díaz había malvendido las riquezas nacionales, la opinión pública mexicana es especialmente sensible ante el tema del petróleo y su exportación. Esta sensibilidad se multiplica cuando el potencial comprador es el rico vecino del otro lado del río Grande. El viejo dicho Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos sigue teniendo vigor para muchos mexicanos.
El escritor Carlos Fuentes publicó un artículo el pasado domingo en el diario Washington Post con este significativo título: Escucha yanqui, México es una nación, no un pozo de petróleo. La semana pasada, cientos de manifestantes en Ciudad de México advertían con sus pancartas al presidente norteamericano que «México no está en venta».
La «línea dura» adoptada por el secretario de Energía, James Schlesinger, respecto a las compras de gas natural mexicano, no contribuyó precisamente a facilitar las cosas. México necesita exportar gas natural, para poder desarrollar plenamente la producción petrolífera. El año pasado se llegó a un acuerdo provisional con un consorcio norteamericano, para construir un gasoducto de 1.300 kilómetros y suministrar cantidades importantes de gas al sur de Estados Unidos.
Pero al discutir los precios, la Administración Carter rechazó rotundamente las,peticiones mexicanas, de 2,60 dólares por millar de pies cúbicos, lo que motivó la ruptura de las negociaciones.
Aunque México ha firmado contratos de suministro de petróleo con varios países, entre ellos España, Israel, Francia y Japón, las circunstancias geográficas, económicas y tecnológicas no le permiten dar totalmente la espalda a Estados Unidos. México vende al norte del río Grande más de la mitad de sus exportaciones, carece de puertos de gran calado, de buques petrolíferos y necesita, por otra parte, asistencia económica y auxilio tecnológico para llevar adelante la explotación de los pozos petrolíferos que permita financiar el crecimiento industrial del país.
Carter y López Portillo no discutirán esta semana los precios del gas natural, ni las ventas concretas de petróleo mexicano a Estados Unidos, sino que tratarán de establecer un «marco» en el que se encuadren las relaciones entre los dos países durante la próxima década.
El presidente López Portillo cree que ha llegado el momento de revisar completamente las relaciones entre los dos países y la importancia estratégica que el petróleo ha otorgado a México le da una excelente base para negociar.
Jimmy Carter, en la segunda mitad de su mandato, necesita ese 1,5 % de los votos norteamericanos de origen mexicano, pero necesita también clarificar su política hacia el olvidado vecino del Sur y negociar, desde presupuestos de igualdad, respeto e independencia, ese petróleo tan importante para la «seguridad nacional» norteamericana. Los tiempos del intervencionismo y el «gran garrote» han pasado.
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