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Clamoroso recibimiento en México al papa Juan Pablo II

Juan Arias

Centenares de campanas tañeron ayer en la capital mexicana cuando el avión que conducía al papa Juan Pablo II aterrizaba en el aeropuerto federal en medio de una multitud abigarrada y enfervorizada que le esperaba. Pocas horas antes, tres movimientos sísmicos de intensidad notable sacudieron distintas áreas del país y dejaron sin fluido eléctrico el templo donde Juan Pablo Il dará por inaugurada hoy la III Conferencia Episcopal Latinoamericana. El presidente mexicano, José López Portillo, recibió al Papa, que ha sido acogido como visitante ilustre, pero no como jefe de Estado. A los pocos minutos desapareció entre un multitudinario mariachi que regalaba con Canta y no llores al Pontífice.

El Papa está en México. Miles de pancartas decían: «Viva, viva Juan Pablo II». El hombre blanco del Vaticano llegó besando la tierra de uno de los países más alegres y más católicos del mundo, pero donde la Iglesia no existe jurídicamente. La fiesta de recepción alcanzó momentos de delirio popular. Pero, paradójicamente ha sido la primera vez que un Papa católico no ha sido recibido fuera de Italia con los honores de jefe de Estado, porque el Gobierno mexicano no reconoce al Vaticano. Como había escrito polémicamente, la víspera, un diario de la capital: «Nunca el Papa fue menos poder.» Pero lo cierto es que basta llegar aquí para darse cuenta que nunca persona alguna ha sido tan deseada y esperada con tal fervor nacional por millones de personas que explotaban de felicidad. La ciudad quedó paralizada.El servicio de orden para proteger al Papa contaba con un cuarto de millón de agentes armados, pero a pesar del gran aparato de seguridad, la ciudad de México cuando llegó el papa Wojtyla, era una gran fiesta de color. Ni siquiera las noticias de los tres terremotos fue capaz de distraer a la gente del éxtasis papal.

La gente lo aclamó durante todo el trayecto desde el aeropuerto hasta la catedral.

No hubo banderas oficiales, porque las prohibe la Constitución, pero las banderas blancas y amarillas, con los colores pontificios, no se podían contar, eran de todas las medidas, se asomaban a todas las ventanas y se vendían en todas las esquinas con las famosas tortillas mexicanas.

Se siente en el aire que México está viviendo uno de esos momentos que en un pueblo se llaman históricos. Los observadores europeos se quedan pasmados: «Es una locura», dicen, y no se atreven a pronunciar la palabra «idolatría» sólo por respeto a esta marea de gente buena, entusiasmada hasta a sangre, que corre y se empuja y se empina y llora y aplaude más que a un personaje, a un auténtico "símbolo de esperanza» vestido de blanco, extraterrestre.

Nacionalismo religioso

Es verdad que esta visita del Papa ha hecho renacer en ciertos católicos el viejo nacionalismo religioso y que este triunfo muchos lo viven como una pequeña revancha a la derrota de los tiempos de la reforma, pero hasta los progresistas dicen que este entusiasmo popular y pobre es algo más: «No os olvidéis, nos dicen, que aquí rezan más los pobres que los ricos, que los potentes no querían que el Papa viniera y que muchos ricos han abandonado la ciudad con la excusa de que iban a ser jornadas muy caóticas.» Como cronista es necesario reconocer que en estas tierras a Iglesia representa todavía para millones de humildes un punto de esperanza en la defensa de la justicia social. Viendo a los inditos besar con pasión las pancartas con el retrato del Papa y decir: «Me gusta mucho este hombre», se advierte la voz de quien pide una salvación casi mesiánica.Hablando con grandes y chicos, con progresistas y conservadores, uno se da cuenta que en realidad aquí al Papa de Roma todos le piden de todo: los ricos, que hablé mucho de oración y poco de política; los indios, que condene la miseria y las desigualdades «que gritan al cielo»; los progres, que excomulgue a los tiranos llamándoles por su nombre, y los reaccionarios, reunidos en la Confederación Anticomunista de Latinoamérica, en un telegrama pagado como publicidad en los periódicos, piden a Juan Pablo II que «aleje a los obispos marxistas y a los curas guerrilleros» porque «intentan someter a nuestro pueblo a la tiranía comunista».

Una de las figuras del Episcopado de mayor prestigio, el cardenal Lorsceider, presidente del CELAN, les ha respondido que en América latina «las estructuras económicas, sociales y culturales producen la terrible marginación de la mayor parte de nuestros fieles" y añadió: «Aquí, la injusticia está institucionalizada.»

Despedida dominicana

Muy pocas horas antes, Juan Pablo II se despedía de la capital dominicana donde sus veintiuna horas de estancia las dedicó a departir con el pueblo y con el clero. En multitudinarias celebraciones religiosas en las que pronunció discursos subrayó, ante más de 300.000 personas, las tareas eclesiales concretas, de las cuales destacó la defensa de los derechos humanos por parte de la Iglesia en América Latina a lo largo de la historia. En todo momento se dirigió a los fieles y asistentes en español e improvisó frases de agradecimiento.

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