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María Paz Ballesteros

Cuerpo escapado alas mazmorras de la Historia, sombra rubia y desnuda, huida levemente, peligrosamente, de los siete círculos mal iluminados de la dictadura, ánima escapada de la pena, ánima del purgatorio franquista salvada ni siquiera por su voz, sino por su luz, ese cuerpo escarnecido, última víctima inconfesada, inconfesable, de una gran sombra que golpeaba, último desnudo réprobo de una moral dé calabozo, mujer encardenalada línea clara, llena de moratones, moraduras, salvada hoy para la libertad, bajo el sol y la sombra que se alternan en su cabeza, como el día y la noche.

María Paz Ballesteros. Ahora, en Lástima que seas una puta, en la rueda mortal de todas las violencias elisabethtianas de John Ford (esa otra mitad desconocida del retablo de Shakespeare), María Paz Ballesteros luce para mí, como en un poema, de la luz a la sombra («tus muslos, como la tarde, van de la luz a la sombra», escribe Federico), y he aquí que el último cuerpo salvado de la dictadura franquista, cuerpo de mujer, es alma tránsfuga que se ejerce en un escenario para encarnar el amor solar, la plenitud juvenil, el deseo satisfecho. De la máxima represión a la máxima libertad: el amor fecundo de un incesto puro (valga la expresión, que sí que vale), de un puro incesto, donde lo de menos es que el amante sea el hermano, porque con quien yace, vive, habita, cohabita, fornica y late ese cuerpo es con la libertad absoluta, con la plenitud solar y guilleniana de la vida desfanatizada.

(Claudio Guillén me escribe desde Málaga: « Mi padre está muy bien, te recuerda siempre y te llama poeta».)

Nuria Espert levanta sobre un cielo de arroz con violonchelos el lirismo catalán de Salvador Espriú. Al mismo tiempo, esta otra cómica réproba y maldita, María Paz Ballesteros, salvada de todas las hogueras sucesivas que el fondo inquisitorial del franquismo encendió para ella, trae en su pelo y su carne la purificación de ese fuego, y es, repito, el cuerpo que ha pasado de última víctima de la penumbra brutal que golpeaba, a la magnitud auroral del goce pleno. De piltrafa de la opresión a copa de oro de la libertad.

No tanto de la libertad conseguida (que nos la recortan a tiros y nos la pespuntean a muertos) como de la libertad proclamada, establecida hombre adentro, mujer adentro. Sombra rubia y fugaz, rayo desnudo que veo como el hilván delgado entre la noche y el día, entre la cárcel y el teatro, entre una época y otra de la historia de España. Me escribe mi querido amigo Pastega, emparentado con los Miláns del Bosch a través de una deliciosa Catherine Deneuve de Serrano:

-Hermoso artículo, Umbral, pero estás muy pesimista.

Lo estoy menos, querido amigo, desde que he visto en poema visual (yo sólo veo así las cosas: si no, no las veo) la última víctima escapada a la garra ya insegura de la sombra, al brazo incorrupto y malversado de la santa, la última voz de mujer secuestrada por el franquismo, que dice hoy palabras de libertad, de plenitud, de amor, de rebeldía, de contrateología, por boca de un rebelde con causa, de hace tres siglos largos, que ya presentaba el poder como una cosa eructante y retórica.

¿Será verdad, me decía yo en la butaca, que hemos pasado todos en tropel, los españoles, desnudos y vestidos, de la sombra a la luz, de la ceguera a la libertad, como ese cuerpo herido, San Sebastián femenino de todos los dardos rudos y torturadores? Ya hay paradoja, en todo caso, ya hay dinamismo de poema, ,trayectoria de corza, gracia de silvo vulnerado, en este desnudo limpio, venido de la ergástula totalitaria a la luna ilustrada de las candilejas.

Porque ese cuerpo, consagrado a cintarazos como cuerpo del delito, es hoy consagrado por el oro sencillo del día como máximo corporal, a través de los siglos (así nuestra Melibea, así Julieta, así Laura), como máximo emblema de la vida absoluta, sexual, libre y gozante. Leía yo por entonces que no les dejaban ni cuidar de sus reglas o desarreglos sexuales, a María Paz Ballesteros y sus compañeras de cárcel. Hoy se entroniza en ella la verdad como rebeldía, una revelación que viene desde el Renacimiento, cruzando estandartes fanáticos. Ultimo cuerpo del delito, escapado ya a la muerte, parece recién llegado de Yeserías al Martín, para pronunciar -todo el cuerpo palabra- la vida.

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