Sólo la emperatriz Farah mantuvo la entereza
Al final fue la emperatriz Farah, de ascendencia burguesa, quien impuso el orden en el palacio real de los Palilevi.Mientras su esposo, el sha, luchaba desesperadamente, en los últirnos días, por salvar su maltrecho trono, la emperatriz se erigió en la roca de la monarquía en el palacio de Niavaran, según dicen consejeros imperiales.
«La gente se desmoralizó completamente la semana pasada», declaró Hussein Amir Sadaghi, persona (le confianza de palacio. «Sin ella, habría sido imposible. Era la torre de fuerza. Ella llevó todo aquí al final. »
En los últimos días, el monarca permaneció aislado en su palacio, protegido por la guardia imperial.
La pareja real veía películas en la sala de proyecciones del palacio. El sha gustaba de westerns y comedias, mientras la emperatriz sentía predilección por las películas de tema profundo.
Reza Pahlevi jugaba también al bridge con algunos amigos íntimos. Los monarcas cenaron la última noche, el lunes, con algunos amigos.
En uno de sus últimos actos, antes de subir al helicóptero que les trasladaría desde el palacio al aeropuerto internacional de Teherán, el sha llenó personalmente una arqueta con tierra iraní para llevarla consigo.
El sha, según los consejeros, se amargaba progresivamente al final, a causa de los políticos y del país que le había expulsado. Sólo confiaba en su esposa, ignorando a los demás de forma arrogante, maneras autocráticas que habían influido mucho en su salida del país.
Rodeado durante 38 años de los mayores esplendores y pompas, la salida del monarca fue simple e informal. En un momento el sha, con traje azul marino y abrigo oscuro, se arrodilló y besó el suelo. La pareja real lloró antes de partir.
La bandera azul imperial ondeó todavía al viento de invierno en la fachada principal del palacio, un aparente desaflo de la guardia a las muchedumbres antigubernamentales. Normalmente se arría cuando el sha no se encuentra en palacio.
Losjardines y los alrededores de la residencia imperial estaban fuertemente protegidos por los efectivos de la guardia y el Ejército. «Nadie entrará aquí», dijo un oficial.
Pero un curioso visitante descubrió dos naipes que se encontraban sobre la rriesa de la sala de juegos del palacio imperial. Eran dos comodines.
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