No va a venir el remedio de donde viene la peste
En estos días se ha publicado en España el Diario de la CIA, del espía arrepentido Philip Agee. El libro es una instructiva crónica de las andanzas de la CIA en Ecuador, Uruguay y México. Sobre el Uruguay, Agee ofrece información de primera mano a lo largo del libro y en su lista alfabética de empleados, agentes y contactos de la malafamada organización. a la que él prestó servicio. El prontuario incluye una buena cantidad de nombres de próceres de la política, la policía y las fuerzas armadas de mi país. Entre otros, por ejemplo, el teniente coronel Amaury Prantl, que hasta hace poquito fuera la cabeza del aparato de inteligencia de la dictadura, figura en el libro de Agee como «colaborador de enlace de la estación de Montevideo». Igualmente reveladora resulta la lectura de un libro publicado en La Habana hace cuatro o cinco meses. En Pasaporte 11.333: ocho años con la CIA, el ex agente Manuel Hevia Cosculluela cuenta cómo el funcionario norteamericano Dan Mitrione impartía clases de técnica de torturas en el sótano de una casa del barrio de Malvín, en Montevideo. Mitrione enseñaba a actuar, como él decía, «con la eficacia y la limpieza de un cirujano y la perfección de un artista». La tortura bien hecha era la que aplicaba «el dolor preciso, en el lugar preciso, en la proporción precisa». En las clases a las que Hevia asistió, NI¡trione utilizó como conejos de indias a tres mendigos y una prostituta. Se les aplicó electricidad de diversos voltajes en varias partes del cuerpo y se les obligó a tragar diferentes sustancias químicas Los cuatro murieron.El Uruguay tiene un presidente civil. Hace un par de años, un diario de Montevideo -oficialista, claro, porque no existe prensa de oposición- le publicó un reportaje. El presidente expresó su pensamiento básico: el Partido Demócrata de Estados Unidos es una cueva de comunistas, y hay que ver la cantidad de comunistas que se han infiltrado en los gobiernos de casi todos los países y bajo las camas en general. El diario fue castigado. Suspendido. Único caso, en la historia universal, en el que un gobierno suspende un diario por publicar declaraciones del presidente de la república. Desde entonces, don Aparicio Méndez no habla sin un militar al lado.
Los militares ejercen el poder real. Ellos han aprendido el arte de gobernar y la técnica de reprimir en la Escuela de las Américas del Canal de Panamá y en otros cursos especiales. Ninguna dictadura latinoamericana es autodidacta.
Quienes fabrican el enfermo, ¿pueden luego ofrecer el hospital, sin sospecha de cinismo? Bajo sus actuales gobiernos terroristas, los tres países del Sur -Chile, Argentina, Uruguay- están siendo mejor atendidos que nunca por la banca internacional y los organismos internacionales de crédito. Al mismo tiempo, Estados Unidos lava su mala conciencia puritana suprimiendo algunos créditos oficiales de escasa sigrilficación y corta el suministro oficial de armamentos mientras las empresas norteamericanas continúan abasteciendo militarmente a la zona desde terceros países.
Lo que vale para afuera, creo, vale para adentro. No va a venir el remedio de donde viene la peste, por mucho que se invoquen -ojos en blanco, mano al pecho- los derechos humanos. Pero creo que tampoco tiene sentido, por similares motivos, soñar con la restauración del Uruguay que fue. La dictadura no apareció de un día para el otro ni brotó de la oreja de una cabra. Apareció cuando la clase dominante ya no pudo continuar realizando sus negocios por otros medios. La democracia uruguaya había perdido su base de sustentación y hacía agua por todos lados cuando estalló el golpe de Estado en 1973.
Había que exterminar a las fuerzas del cambio que amenazaban, peligrosas, a un sistema esclerótico y enemigo del país. Había que perpetuar, a sangre y fuego, el reinado de una clase especializada en fugas de capitales y otras actividades filantrópicas.
La dictadura puso manos a la obra. El Uruguay tiene ahora la mayor proporción de presos políticos del mundo. Los presos que tienen suerte reciben una visita cada quince días y hablan con ella por teléfono. Además están obligados a pagar su alojamiento, como si fuera hotel. De cada quinientos uruguayos, uno está preso. Cuarenta murieron en la tortura. Hay más de cien «desaparecidos», y entre ellos, algunos niños.
Los cálculos más conservadores hablan de medio millón de uruguayos obligados al exilio por el hambre o la policía. El Gobierno ha negado la renovación de sus pasaportes a unos 10.000 ciudadanos (como yo, por ejemplo).
El año pasado, en el día de los muertos, la facultad de Arquitectura recibió un aluvión de coronas de flores, y las autoridades, enojadas, la cerraron por un día. Los programas para formación de profesores incluyen puntos como «La Edad Media, paradigma de la civilización» o «El sistema feudal, sus bondades». Al ingresar a la universidad, los estudiantes se comprometen a no desarrollar ninguna actividad ajena a sus estudios y juran delatar a quien lo haga.
El Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas ha prohibido la lectura de los diarios y revistas editados en los veinticinco años anteriores al golpe de Estado. Toda la prensa de oposición ha sido clausurada. Hasta el diario La Paz, que dejó de salir hace un siglo, fue prohibido oficialmente. El Uruguay, miembro de la Unesco, confiscó el número de El Correo dedicado a los derechos de la mujer. Han sido prohibidos siete tangos de Carlitos Gardel. La murga de Pepe Veneno ha sido prohibida. Alfredo Zitarrosa, Daniel Viglietti, los Olimareños están prohibidos. El teatro El Galpón está prohibido. Juan Carlos Onetti y Mario Benedetti están prohibidos. Corín Tellado no está prohibida.
Para conseguir empleo o conservarlo es imprescindible el certificado de fe democrática. Lo extiende la policía, especializada en democracia por Dan Mitrione. Con certificado y todo, conseguir empleo es un milagro. Sobrevivir, asunto de magos, fakires y porfiados. El valor real de los salarios ha sido cortado por la mitad y las cifras del Banco de Seguros indican un dramático aumento de los accidentes de trabajo: hay un accidente de trabajo cada tres minutos. Algunos locales sindicales sirven ahora de sedes de comisarías. La actividad sindical se paga con larga cárcel, y quien la haya cometido alguna vez está incorporado a las listas negras.
Mientras tanto, pastan tranquilas las vaquitas en los latifundios. En 1973 se decía: una de las pruebas de que tenemos una oligarquía improductiva, está en el hecho de que el campo uruguayo utiliza apenas el 10 % de los fertilizantes que emplea Nueva Zelandia. Hoy -cifras oficiales- la proporción no llega al 1,5 %.
Negocios libres, gente presa. Precios europeos, salarios africanos. El Uruguay exporta zapatos que los uruguayos no pueden comprar y vende carne que los uruguayos no pueden pagar. En el ejercicio de la libre competencia, los monopolios extranjeros han enviado el país al buche. El cerebro económico del régimen, Alejandro Vegh Villegas, lo celebra así: «Sobreviven los más aptos. Es algo parecido a la selección natural del proceso darwinista en la evolución biológica de la especie.»
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